embed src=http://flash-clocks.com/free- embed src=http://flash-clocks.com/free- La Taguara Exquisita: 2012

miércoles, 7 de marzo de 2012

LAS HORAS DEL VERANO


L’HEURE D`ÉTÉ

Octavio Acosta Martínez


         Hoy comentaré un film del realizador francés Olivier Assayas. Conocíamos a Assayas por su versión cinematográfica  de Carlos “El Chacal” (él tiene una adaptación de  Carlos en una serie de capítulos producidos para la televisión francesa). Ahora acabo de ver L`Heure d’été, o Summer Hours, su título en inglés, menos “poético”, o el poco conocido en castellano: Las Horas Del Verano.



         Al contrario de Carlos, donde las más de cinco horas de película están centradas en un personaje que domina totalmente la escena, en L’heure d’été no se percibe una figura que pudiera merecer la denominación de “protagonista principal”. Hay tres figuras (tres hermanos, cuya actuación no pasaría de la categoría de “reparto” (con toda Juliette Binoche incluida) en cualquier otra película. Estos tres hermanos se presentan enredados en una situación, donde ésta, la situación, es realmente “la figura principal”. Este primer detalle le confiere a la película cierta originalidad y orienta la atención del espectador hacia un centro de interés diferente a la simple actuación de estrellas reconocidas. Aunque creo entender que la inclusión de la Binoche en este reparto no dejó de obedecer a la idea de crear un gancho para llevar a los espectadores a las salas de proyección.

         ¿Cuál es esta situación?  Una como tantas otras que se presentan con regularidad en la vida real. La madre, único ascendiente del grupo, muere, y llega la hora de repartir la herencia. Por supuesto, tiene que ser en tres partes iguales. Pero como muchas cosas no pueden partirse en tres, surge entonces el elemento unificador (¿o disociador?): el dinero. Se vende todo y se divide el dinero. Existe también la posibilidad de conservarlo todo, con sus respectivos recuerdos asociados, pero los intereses de cada hijo, sus necesidades y su distribución geográfica impiden el goce por igual de dichas propiedades. Así pues, el dinero -¿qué se va a hacer?- parece ser la única posibilidad de hacer el reparto. Triste realidad que hay que aceptar, para el pesar de unos y la satisfacción de otros. En todo caso, la madre sabía que esto iba a suceder y ya había expresado su opinión favorable en este sentido.

        


         Hasta aquí, se trata de una trama convencional, mil veces vivida en sociedades donde no imperan desviaciones socialistas que propugnen modificaciones en las leyes de la herencia para imponer al Estado como  “heredero mayor”, cuando no, el único. Ese socialismo no existe aquí, pero sí entre los tres hermanos, cultores de la equidad más absoluta. Ellos resuelven la situación de la forma más democrática y civilizada, y desde este punto de vista no hay mayores traumas, salvo el guayabo sentimental del único que aspiraba mantener los bienes de la familia, en la familia. Así pues, la película hubiese terminado bastante pronto.

         Pero lo que le confiere un interés tan especial al film es que los bienes  en reparto, aparte de la tradicional casa familiar, son obras de arte. Esto origina una danza de relaciones entre obras, familia, museos, tasadores, funcionarios preservadores de patrimonios culturales, que mantienen la expectativa de lo que va a suceder. Aparte de que, podría decirse, todo esto resulta muy didáctico para alguien realmente amante de las artes.

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         La anterior dueña de la casa, la madre, ha dedicado su vida a la preservación de la memoria y obra de su tío-amante, quien era un artista y un coleccionista a la vez. La colección es de un inmenso valor:
         Tenemos allí un escritorio, un sillón y una vitrina de Louis Majorelle, un ebanista y diseñador francés representante del art nouveau; un armario de Josef Hoffmann, arquitecto y diseñador industrial austríaco; dos paneles decorativos del pintor simbolista francés Odile Redon; un florero de Antonin Daum, maestro cristalero; un juego de té del platero danés Georg Jensen; unos jarrones del maestro en vidriería Felix Bracquemond; unas piezas rotas de la escayola de Degas, que ellos creían falsamente irrecuperable; un juego de porcelana de Theodore Havilland, diseñado Suzanne Lalique. Y el plato fuerte de la colección: dos cuadros originales del pintor Camille Corot. Estos dos cuadros valían más que todo el resto de la colección junta, incluyendo la casa.  Para complementar, había también unos apuntes (dibujos y acuarelas) del personaje (¿ficticio?) Paul Berthier, el creador de todo este museo.

         Estos cuadernos y algunas de las obras señaladas habían sido prestadas por la familia (o mejor, la madre) para ser exhibidos en diferentes eventos culturales en ciudades de Europa. Así, eran ya conocidos por un público y centros especializados. Y dentro de estos centros se encuentra nada menos que el Museo Orsay, de París. En la vida real, la mayoría de estas obras pertenecen ciertamente al Museo Orsay y fueron prestadas por éste para la filmación de la película.

         No estamos hablando, entonces, de obras de arte de ficción, sino de realidades que son presentadas a través de una situación de ficción –ahora sí- que enriquece la película, no sólo con sus imágenes, sino en los conceptos que emergen a través de las discusiones que se dan entre los personajes. Este cierto carácter documental que en momentos adquiere el film es sin duda uno de los grandes aciertos de Assayas en L’Heure d’été.

         Por lo demás, no creo que valga la pena  hacer un análisis de la estructura cinematográfica del film y de sus elementos constituyentes. Es posible que no entre al ranking de las grandes producciones de la historia. Se trata simplemente de una buena película que vale la pena ver. Es una film fresco, intimista, de buen gusto, y alejado de esas tramas alocadas y “simpáticas”, cuando no de violencia, que nos lanza a diario la industria cinematográfica, fundamentalmente “americana”, en las salas de proyección de nuestro país y de buena parte del mundo.