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jueves, 26 de agosto de 2021

 

Mi tía Pilar, las damas chinas

 y

 el Doctorado en Ciencias Sociales de la UC

 

 

             Cuando yo era muchacho mi tía Pilar ya estaba vieja. Si tomamos en cuenta que para un muchacho cualquier persona que ya haya cumplido los 30 es considerada vieja, entonces mi tía Pilar era bastante vieja. Tenía hijos que para mí también eran viejos, y éstos a su vez habían tenido la oportunidad de generar su propia prole. Mi tía Pilar, por tanto, militaba en las honrosas categorías de madre, abuela y bisabuela, simultáneamente.

              Como toda una dama típica de la época y del pueblo en que yo vivía, ella permanecía encerrada en su casa -aunque no hubiera ninguna pandemia arruinándole la vida a la gente- dedicada a las clásicas labores del hogar. A pesar de que era muy creyente religiosa, ella tenía su manera muy particular de serlo, y no iba siquiera a misa a la catedral que tenía justo al frente de su casa. Quizás porque nadie la llevaba para ayudarla a cruzar la calle; o simplemente porque no le interesaba. Ahora que lo pienso, me nace la sospecha de que ella no creía mucho en los curas. Recuerdo los cuentos de curas vagabundos que me echaba, los que valiéndose de su sotana la pasaban bastante bien con las novias que conseguían durante sus asistencias espirituales. Por su boca me enteré de varias personas del pueblo que “la gente decía” eran hijos del cura tal o cual. Pero era lo normal, ella no se quejaba por eso. Esto lo tomaba sólo como un chiste el cual compartía con picardía en las reuniones familiares. Ella se quejaba sólo con la también clásica protesta de todos los viejos: “Es que las cosas no son ahora como antes”, “En mis tiempos no era posible que…bla, bla, bla,…”, y por ahí se iba en su crítica a cualquier cosa que estuviera observando con desagrado. Que era casi todo. ¿Y qué hacía ella, entonces, para divertirse?

               Las damas viejas de antes no necesitaban divertirse. Como todas, ella la pasaba bien con su familia, siempre y cuando, claro está, ningún miembro estuviese enfermo o en algún aprieto de esos que ponen a la gente a correr. Pero mi tía Pilar sí tenía dos aficiones:

             La primera era la de recortar notas de periódicos, que en la familia se trataba de UN periódico: El Luchador; el único que leía la gente pobre e iletrada de mi pueblo. Constaba sólo de dos pliegos y costaba una locha. Mi tía pegaba, con un fervor casi religioso, los recortes con cola a las páginas de un álbum que ella misma se había “fabricado” con láminas de cartón. Ese álbum era su enciclopedia, su biblioteca entera, su google, su escuela, su universidad. En sus ratos libres sacaba el álbum del baúl donde lo guardaba con un amor casi maternal, y lo revisaba con el interés de una verdadera investigadora. Después, en las reuniones vomitaba toda la sapiencia que dicho álbum le había suministrado. Ella sabía todo lo que pasaba en el mundo a través de estos recortes de El Luchador.

              La otra afición era la de jugar ludo y damas chinas. En las tardes y comienzo de la noche, después de cenar y recoger la vajilla, mi tía Pilar sacaba los cartones de juegos y allí comenzaba una amena velada, que era la única diversión en la que participaba toda la familia, y también las visitas, cuando las había. Para ponerle un poco de calor al juego se jugaba de a mediecito por cabeza. Cuando alguien tenía mucha suerte llegaba a reunir hasta dos bolívares. Yo participé en muchas de estas veladas, pero también tuve innumerables encuentros de este tipo con mi tía sola, llegándose a crear entre nosotros una amistosa, pero sofocante rivalidad. En estos encuentros particulares, lo que nos gustaba jugar era damas chinas. Pasábamos horas jugando y apostando de a locha y de a mediecito. Pero mi tía tenía un defecto: le disgustaba terriblemente perder. El perder la ponía de malísimo humor y sacaba a relucir un carácter irascible. Y para colmo de males –para ella- yo desarrollé una gran habilidad para este juego y desde un cierto momento en adelante mi tía no me pudo ganar una partida más. Esto se volvió un problema existencial para ella y no descansó hasta que logró diseñar una estrategia infalible con la que yo no podía.

              Me imagino que todo el que me está leyendo, tendrá un buen conocimiento de en qué consiste el juego. Pero como siempre hay las excepciones, permítanme que lo explique brevemente:

           Se juega en un tablero como el de la Figura 1. Pueden jugar hasta 6 personas. Cada una posee una casa frente a él con 10 bolitas o canicas del mismo color.

           Cada una desocupa su casa y traslada sus canicas hacia la casa del jugador que tiene enfrente haciendo movimientos de un solo paso, o movimientos que saltan sobre otras piezas de cualquier color de las que se encuentren en el tablero. Gana el primero que logre llenar completamente la casa de su oponente. En nuestro caso, yo avanzaba hacia la casa de mi tía Pilar y ella avanzaba hacia la mía (como se muestra en la figura). ¿Qué fue lo que se le ocurrió a mi tía Pilar? Ella comenzaba su avance hacia mi casa, pero dejando “atrasada” una de las canicas dentro de la suya. Seleccionó la canica que ocupaba el vértice, la punta de la estrella, la que está más adentro, para el “atraso”. Pero sucedió que éste fue un atraso permanente porque nunca la sacaba. Yo le decía:

               -Pero tía, tienes que sacar también esa bolita.

            -¡Ya va! Yo estoy llevando primero las otras –me respondía con autoridad. Mientras ella estuviera siguiendo las reglas de avance y tuviera algo que mover, no había nada que reclamar. Éste era su pensamiento.

             Seguía jugando y comenzaba a llenar mi casa con sus canicas. Mientras tanto yo había llegado a la de ella, encontrándome en problemas para llenarla, pues estaba esa bolita allí atravesada.

             -¡Tía, tienes que sacar esta bolita! –decía yo con insistencia.

            -Un momento, que estoy acomodando éstas.

           Yo comenzaba entonces a llenar su casa como podía, al no contar con más movimientos distractivos fuera, y mi tía, como era más lenta, todavía tenía jugadas por realizar con sus nueve restantes. Al final, me sorprendía estar en la situación de no poder moverme hacia ningún lado, porque tenía nueve bolitas acomodadas, pero una afuera que no podía entrar (ver figura).


             -Tía, ¿cómo hago si tú no sacaste tu bolita de aquí?

            -¿Y cómo la voy a sacar si tú me tienes trancada? –convirtiéndose ella automáticamente en la víctima que reclamaba.

          - ¿Cómo voy a hacer entonces para llenar todo, tía?

            -Yo no sé. Yo tampoco pude acomodar todas las mías porque tú no me dejaste.

             De esa manera ella no podía ganar, pero yo tampoco; lo que le producía una satisfacción que no disimulaba. Dejé de encontrarle la gracia a este juego y fue así como lo fuimos dejando poco a poco.

 

            ¡Ah, tía, con qué cariño te recuerdo hoy! Tu arbitrariedad y tu lógica, lejos de enojarme, la guardo dentro del inventario de los gratos recuerdos de mi juventud. Ojalá que donde estés hayas encontrado con quien jugar a las damas chinas. Pero cuídate de jugar con los santos, porque como éstos hacen milagros, encontrarán la manera de meter sus canicas, aun con la tuya adentro.

 

                  Pero, ¿qué tendrá esto que ver con el Doctorado en Ciencias Sociales de la UC?

        En principio es la relación que existe en el mundo, de todo con todo. Porque efectivamente, en el mundo todo está relacionado con todo. Si no, pregúntenle a Edgar Morin… Y también a los poetas. El mayor trabajo de los científicos e investigadores de todas las disciplinas está en encontrar las increíbles relaciones que explican los misterios que nos han atormentado durante milenios. En las diferentes cátedras del Programa de Desarrollo de Habilidades del Pensamiento, donde he tenido la satisfacción de trabajar, hemos tratado de enseñar, o más bien entrenar –porque no estoy seguro que eso se pueda enseñar- a los alumnos en el arte de encontrar las relaciones que rigen los fenómenos cuyo estudio nos ocupan. Una de las definiciones más aceptadas de un concepto tan controversial y rico, como es el de inteligencia, es

 

“La inteligencia es la capacidad de relacionar”.

 

            Estoy cien por ciento en sintonía con esta definición. Es casi mi favorita, porque ella compite con otra, que no sé si me gustará más:

 

“La inteligencia es la capacidad de resolver problemas”

 

               En realidad son prácticamente la misma.  O ninguna se puede dar sin la otra. Ellas se conectan mediante un lazo morineano en el que cada una realimenta a la otra. Analícenlas con cuidado y encontrarán la equivalencia.

             Pero en el caso del Doctorado en Ciencias Sociales la relación que quiero mostrar es demasiado fácil y no hay que romperse mucho el coco para encontrarla.

             Cuando me reincorporé al Doctorado en Ciencias Sociales, después de haber estado ausente varios años, me pusieron como condición para  aceptarme, cursar una serie de seminarios, varios de los cuales ya había cursado y aprobado antes. Pero se manejó la excusa de la “actualización”, cosa que por lo demás no constituyó un problema para mí. Como me gusta estudiar, esto lo tomé más bien como la oportunidad de retomar problemas que siempre fueron de mi interés y que le dan sentido a mi vida de profesor universitario; y de humanista, podría decirse. En esta reincorporación hubo, pues, un compromiso de parte y parte: yo me comprometí a cursar esos seminarios, presentar un proyecto de tesis y hacer la tesis en un tiempo estipulado, y el doctorado se comprometió a permitirme defender la tesis y graduarme de Doctor en Ciencias Sociales, de ser ésta aprobada. Este compromiso fue firmado por ambas partes. De esto se desprende como de cajón, que si yo debo cursar y aprobar un determinado seminario, el doctorado tiene que abrir este seminario para yo lo pueda cursar. Si no, ¿cómo?

             Cursé, aprobé e hice todo lo que el doctorado me exigió, menos uno de los seminarios que estuvieron en el paquete. ¿Por qué? Porque en todo el tiempo que ha corrido desde la reincorporación, ese seminario no ha sido abierto. ¿Cómo cursarlo, entonces?

             Ahora la situación en que me encuentro es la siguiente:

 

·         El tiempo estipulado en el “contrato” firmado para cumplir con todo los compromisos contraídos se terminó.

·         Cumplí con todos los requisitos establecidos, menos con el susodicho seminario.

·         En vista de que éste no se abría, terminé la tesis y la entregué para que formalmente quedara registrado que yo había cumplido con mi parte.

·         La tesis, sin embargo, no puede ser procesada, y mucho menos defendida, porque para ello debí haber cursado y aprobado el seminario faltante. Así que mi tesis no se considera “reglamentariamente” entregada.

·         No pude cursar, ni mucho menos aprobar, el seminario faltante, como ya he dicho, porque éste nunca se abrió.

                 ¿Se ve clara la relación? ¿A qué se les parece todo esto? ¡A la situación creada por mi tía Pilar con las damas chinas! Es muy fácil: lo que veo en el doctorado es el retrato exacto de mi tía Pilar. El seminario que no se ha abierto es la bolita que ella no sacaba de su “casa”. Yo, el que no debía ganar, sigo siendo el mismo, la víctima; que por obra y gracia de la interpretación que mi tía le dio al juego, terminé convertido en victimario. Y hoy, por obra y gracia de una reglamentación mal e injustamente aplicada del doctorado, diseñada para una situación distinta a la que actualmente existe, soy el que no ha cumplido con su compromiso firmado.

             No sé si algún día recordaré al Doctorado en Ciencias Sociales con el mismo cariño y nostalgia con que recuerdo la arbitrariedad de mi tía Pilar, que ahora me parece simpática; pero sí estoy seguro de la huella que en mí ha dejado y seguro que también lo guardaré en mi inventario de recuerdos. ¿Cómo serán estos recuerdos? No hay recuerdos sin tiempo. El tiempo es el terreno donde los recuerdos se abonan y germinan. El tiempo lo decidirá.

 

 

 

 

martes, 17 de agosto de 2021

 

CUENTOS DE TAGUARA





LA MUERTE ES UNA CUESTIÓN DE LÓGICA

 

            Había mucha gente alrededor, pero todos eran una serie de desconocidos entre sí y cada uno estaba pendiente de sus propios asuntos.

            Me llamó la atención un féretro muy ancho. Era más bien un cajón sin ornamentos, con madera “viva”, sin trabajar y al parecer (lo di por obvio) contenía los restos de una familia completa que había perecido en un accidente automovilístico. Como el cajón no tenía tapa, uno podía ver claramente los cuerpos de la familia. Hacia uno de los lados se veían los cadáveres de los padres, uno junto al otro, semitapados los cuerpos con una manta gris. Diagonal a ellos, con la cabeza en sentido contrario, estaba también semitapado el cadáver de uno de los hijos. La manta cubría sólo la mitad del cuerpo, de la cintura hacia arriba, dejando descubierta las extremidades inferiores. Se notaba claramente que se trataba de un niño. Vestía un jean un poco derruido,  sucio, y tenía los zapatos puestos; unos zapatos deportivos de goma. Y en la mitad de la caja, pero muy cerca del lado izquierdo aparecía sólo la cabeza de otro niño, casi un adolescente, de aproximadamente unos 14 años de edad.

         Observé impresionado aquella escena, pero a la vez pensaba que fue mejor que murieran todos. De quedar vivo uno solo, quién sabe cómo podría manejar ese recuerdo por el resto de su vida y cómo resolvería los problemas existenciales que se derivarían del hecho de tener o no una familia cercana a la cual sumarse. Cuando pensaba en esto noté que la cabeza cercenada entreabría uno de los ojos. ¿Sería sólo una impresión? Quizás hice algún movimiento que produjo esa ilusión. Le puse entonces atención y al rato noté un cierto movimiento, la cabeza abrió en un instante los dos ojos y enseguida los cerró.

            -¡Está vivo!-exclamé para mis adentros.

            Enseguida me movilicé y busqué a alguien de la administración del cementerio para comunicarle la novedad. Sobre todo para evitar que fuera enterrado vivo.

          Me dirigí a un señor que caminaba en dirección nuestra y pensé que él formaba parte de este personal.

          -¡No pueden enterrar a éste! –le dije con voz de alarma-. ¡Está vivo!

         Pero resultó que el señor no tenía nada que ver con la administración. Seguramente iría a acompañar a algún amigo. No creo que a un familiar, pues su rostro no mostraba ningún tipo de abatimiento, no tenía rastros de dolor. Enseguida dejó de tener importancia para mí y me dediqué a ojear en busca de a quién darle la alarma. No me atrevía a apartarme del cajón, no fuera que se lo llevaran durante mi ausencia y procedieran al entierro. Lo peor es que era yo la única persona que accidentalmente acompañaba a esta familia muerta. En esa desesperación estaba cuando la cabeza me espetó:

           -¿Por qué te metes en lo que no te importa?

        Me quedé sorprendido por la inesperada interpelación. El impacto duró unos segundos, hasta que pude reaccionar.

          -¿No ves que te van a enterrar vivo? Estoy tratando de evitarlo.

      -Bueno, ¿y qué? –fue la respuesta de la cabeza- ¿Quién quiere vivir en estas condiciones?

         Su respuesta acrecentó mi sorpresa y avivó mis reflexiones. Por una parte tenía razón. Por un instante me puse en su lugar y concluí que seguramente yo hubiera pensado igual. Sin embargo, hay códigos morales que están esculpidos con cincel en nuestro espíritu y que uno no puede borrar. Si se entierra a conciencia a alguien que está vivo se estará incurriendo en un acto de asesinato. No se puede disponer de la vida de nadie con base en argumentos que por muy racionales que fueran, nunca serían suficientes para decidir sobre algo tan grave.

           “¿Será verdad lo que estás pensando? ¿Eso que estás pensando lo has pensado siempre? ¿No ha habido nunca la oportunidad en que has deseado la muerte de alguien? En este mismo momento, ¿no hay alguien que desearías que estuviera muerto? Si supieras de alguien que hace daño a la humanidad y estás seguro de que continuará habiéndolo si alguien no le pone un “parao”; si tú pudieras eliminarlo estando seguro que lo puedes hacer impunemente, que no sufrirás persecuciones ni castigos por ello, si supieras que nadie siquiera lo sabría, ¿no lo matarías? Piensa, piensa. Piensa en alguien”.

          -Conciencia tramposa. Siempre estás allí diseñando pruebas, planteando dilemas, oteando en lo más profundo de nuestras convicciones. Al fin y al cabo no me importa nada lo que ahora me digas. No es la hora de decir nada. Esta cabeza está viva, no le hace daño a nadie, no tiene víctimas que la acusen de nada; más bien ella es una víctima de una extraña suerte -¿destino?- que apunta a ciertos seres. No tengo ningún motivo para desear que muera. Mi deber es salvarla. En el caso que me pones estaría salvando a la humanidad, o a una parte de ella. El problema lo estás planteando mal, no se trata de “matar”, sino de “salvar”. En este caso estoy tratando de salvar a una persona.

          -Ni siquiera soy una persona. –la cabeza pareció adivinar mis pensamientos y el conflicto en que me encontraba-. No me puedo siquiera rascar si me da una comezón en la mejilla. No me puedo sacudir la nariz si se me tupe. No me podré sacar una basurita del ojo. No me podré lavar, no podré tomar comida alguna si alguien no me la da, no podré nada de nada. Y tampoco tendré quien lo haga por mí, toda mi familia ha muerto. ¿Tú crees que eso que me espera se puede llamar vida?

           -Sí, pero…-intenté responder.

           -¡“Sí, pero” nada! –respondió tajantemente la cabeza- Simplemente no te metas en esto.

          Hice varios intentos por convencerla, pero todo fue inútil. Pero si fue inútil para mí, también era inútil para ella tratar de violentar mis convicciones. Si yo dejaba que la situación continuara el camino inexorable que se dibujaba no podría ya vivir tranquilamente con mi conciencia. Jamás me imaginé que algún día tendría semejante discusión con una cabeza –para mí era una vida- a la que trataba de salvar, aun en contra de su voluntad.

           Al fin apareció alguien del cementerio a recoger la urna. Ahora sí se solucionaría el problema. Lo que no pensé fue que la cabeza tenía un cerebro, y los cerebros no pueden realizar acciones, pero piensan. El cerebro de la cabeza pensó con viveza... y con lógica.

           -No pueden enterrar esa cabeza, está viva –dije al encargado.

           El encargado me miró con aire de burla.

           -¿Cómo puede estar viva si no tiene cuerpo?

           -Claro que está viva. He estado hablando con ella –le respondí.

            Ahora sí que el encargado me miró con recelo.

            - ¿Qué clase de loco será éste?- Adiviné su pensamiento.

        La cabeza hizo la jugada que había pensado. Cerró los ojos, se puso rígida, sin hacer el más mínimo movimiento y sin presentar ningún síntoma de vida.

            -Está viva –insistí-. Póngale los dedos en la nariz para que compruebe que respira.

            -¿Cómo va a respirar si no tiene pulmones? –haciendo caso omiso de mi sugerencia.

           Me sentí impotente. La cabeza, inteligentemente, se encargó de decretar la suerte que ella había decidido. ¿Qué podía hacer ante esta situación? En medio del desespero y la imposibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos me quedé observando como el encargado comenzó a arrastrar el cajón que hacía las veces de urna colectiva. No sé por qué se me antojó que la cabeza inerte mostró un cierto rictus de burla hacia mí. Me quedé paralizado mientras la escena se desdibujaba ante mis ojos.

 


domingo, 8 de agosto de 2021

 



PÍLDORAS

que no son de vida del Dr. Ross



DIOS ES UN REO

 Dios es un reo de sus propias leyes, no las puede violar.

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Esto ha permitido que poco a poco el hombre haya ido adivinando su pensamiento.

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Por aquí comienza todo:

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Le dijo al hombre que no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal, y confió en que no lo haría. Pero el hombre lo hizo.

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¿Cómo no iba a confiar? El hombre era su creación.

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Pero el hombre comió del árbol de la ciencia del bien y del mal.

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Dios se equivocó por confiar excesivamente en su creación.

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¡Dios había creado un ser imperfecto!  Y él no sabía que siendo perfecto le podría salir un ser imperfecto contra su voluntad. Ésta ha sido en realidad  su verdadera gran equivocación.

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Luego creó a la mujer… ¿Segundo error? ¿Tercero? ¿Fue un error haberla creado? ¿Fue un error haberla creado tan ingenua?

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¿Y quién creó a la serpiente, la autora intelectual del desacato?

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La serpiente tenía razón… “…el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”.

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Ellos comieron y hoy son como Dios. Abrieron los ojos y saben del bien y del mal. La serpiente estaba bien informada…

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 ¿Cómo se informó la serpiente? ¿Quién la informó?

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¿Por qué vivía la serpiente en el Paraíso?

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Ella sí sabía del bien y del mal, ¿será que había probado el fruto prohibido?

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¿Por qué Dios no la había expulsado antes del Paraíso?

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La serpiente instigó a la mujer y la mujer instigó al hombre.

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¿Cuándo no?

(Y la mujer se queja de que no tiene suficiente participación en el mundo siendo ella la mano ejecutora que causó tamaña decisión divina: la expulsión del Paraíso, con todas las consecuencias que esto ha tenido para la humanidad hasta el día de hoy).

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Por supuesto, si usted cree que la cosa fue así.

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En todo caso, Dios nuevamente se equivocó, ¿Por qué los expulsó del Paraíso? ¿No sospechaba lo que estos dos miembros en desacato de la Carta Celestial harían allá afuera?

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Debió dejarlos allí. Haber creado la Cárcel del Paraíso. La primera cárcel… y la única.

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Condenarlos a cadena perpetua. O ejecutarlos y se acabó el problema.

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A Dios no le temblaba el pulso para ejecutar a nadie. Después lo demostraría ampliamente.

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El hombre (y la mujer, por supuesto) salieron del Paraíso a destruir todo lo que Dios había creado.

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Ellos han creado, porque son como dioses, y han destruido, también porque son como dioses.

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Dios, desencantado (un sentimiento muy humano), intentó varias veces destruir lo que había creado. Primero con agua (diluvio universal), luego con fuego (Sodoma y Gomorra) y siempre fracasó en el intento.

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También fracasó cuando se dio cuenta que por medio del castigo nunca conseguiría exterminar la maldad; ni a su ejecutor, el hombre.

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Entonces experimentó por medio de algo que se llamó “amor”; y también “sacrificio”, pues envió a su hijo Jesucristo a absorber los pecados del hombre, terminando, como se sabe, clavado en una cruz.

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El hombre también está fuertemente atareado en destruir lo que Dios y él mismo han creado. Y parece que él sí va a lograrlo.

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A lo mejor, pensándolo de otro modo, el hombre es el instrumento que está usando Dios para destruir lo que él no pudo con sus propias manos.

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Uno no sabe, Dios tiene sus misterios, la gente dice eso (“Dios lo quiso así”, “Dios tendrá sus razones”, “El hombre desconoce las misteriosas razones de Dios”, “Hay que aceptar la voluntad de Dios”…y cosas por el estilo).

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Dios debe ser más inteligente de lo que uno cree. Y más manipulador.

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Bueno, esto último no es que uno cree, es que se sabe. Sólo hay que leer la Biblia, su palabra. Léase, por ejemplo, el episodio de las siete plagas de Egipto… ¡Qué historia!

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¿Usted no lo ha leído? ¿Y qué espera? Hágalo y después me dice si Dios no es un manipulador de alta categoría.

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¡Y con ese poder!

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Hoy la Tierra, el mundo del hombre, está seriamente amenazada de destrucción.

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Los polos se derriten (¿por culpa de quién?).

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Las aguas suben (¿nuevo diluvio universal?).

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Muchos países desaparecerán, sepultados por las aguas.

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Miles de especies desaparecerán (además de los millares que ya lo han hecho).

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El clima cambia, cambiará, y seguirá cambiando.

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Un colectivo de rayos de diferentes tipos provenientes del Sol penetrarán la atmósfera y causará nuevas muertes de especies… y del hombre.

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Millares morirán por cáncer de la piel.

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Virus desconocidos se liberarán de los hielos y atacarán al hombre.

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La inteligencia artificial amenaza con desplazar al hombre, su creador, y sustituirlo; y si es posible, destruirlo.

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(Si la inteligencia artificial es de verdad “inteligente”, debería hacerlo).

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Miles de ojivas nucleares están por doquier apuntando a todas partes. Esperando el dedo imprudente que apriete un botón. Y ese día… Bueno…

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Hoy estamos conmovidos por la destrucción de la selva amazónica.

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¿Cuántas serpientes, por cierto, se habrán quemado allí?

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¿Cuántas Evas y Adanes, y sus hijos, habrán pagado allí el tributo de vivir en un Paraíso primitivo, sin saber nada del bien y del mal?

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¿No hubiera sido más humano, tomando como patrón el número de centímetros cuadrados de piel, haber acabado antes con los precursores de la tragedia?

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Se me olvidaba… ¡Claro! Dios no es humano… Aunque a veces…

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La destrucción de la Amazonía comenzó mucho antes del último incendio que conmovió al mundo.

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No había sido antes tan visible como lo fue ahora con las deslumbrantes lenguas de la llama.

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Ahora lo vimos desde el espacio y no se pudo tapar. Además, el humo llega muy lejos.

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La Amazonía, admitámoslo, está condenada. Como está condenado el resto del planeta.

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Serán los garimpeiros.

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Serán los arcos mineros. Los socialistas y los que no lo son.

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Serán las aguas que algún día la cubrirán.

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Será el viento nuclear de la ojiva que arrastrará todos los árboles y todas las epistemologías; con sus primitivos habitantes y con todos los académicos de la decolonización; con la samba de las favelas y con los ritos más primitivos de la selva; con las Silvias Rivera Cusicanqui y con los Bolsonaros; con las universidades y con los burdeles; con la cocaína y con los cuadros de Picasso; y con todos los libros de las bibliotecas; y con el Yankee Stadium, y con el Museo del Louvre, y con el feminismo, y con el orgullo de toda la diversidad de sexos que han surgido.

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Todo eso lo sabemos.

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Y lo he dicho muchas veces (estoy un poquito/bastante fastidioso).

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(Pero lo seguiré diciendo)

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Lo sabe el científico-político-hombre inteligente-Dios que hoy busca escapar colonizando nuevos espacios en el Espacio.

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Pero el Hombre-Dios llevará su maldad a cualquier lugar adonde él se dirija. Cultivará su sembradío de maldad esté donde esté.

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Porque él ya ha comido del árbol de la ciencia del bien y del mal.

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lunes, 2 de agosto de 2021

 

Poema como crónica de un futuro adelantado



EL CLAMOR DE LA TIERRA

 

Un dolor líquido

                   es el que se empodera

                   de mi alma alucinada

 

la ilusión

que se esconde en la arena

                   pronto será arrasada

                   por las aguas del deshielo

que sin clemencia ni pena

                                 la desaparecerá

 

el diluvio de ayer

       llega ahora como frío derretido

 

       sin olas

 

       tsunami en cámara lenta

 

insistencia mortal del desterrado

que de ti tomó el testigo

 

 

                            Deja que tu criatura

                            complete su evolución

                            hasta que el sol agotado

                            dé lugar a su

                                           e x p a n s i ó n

 

¿Y cómo no iba a confiar?

                   el hombre es su creación

 

pero llegó la serpiente

 

                   la increada

 

e inventó el desacato

 

                               desacato-destrucción

                               destrucción-desacato

 

                                          destrucción

 

                                    destrucción

 

los témpanos siguen la ley

y en desacato

de su presencia inmóvil

                   avanzan ahora hacia el hombre

                                          el hijo de la tierra

y la tierra hoy

       la morada del hombre

                               se está ocultando del agua

                                                                debajo

                                                            del

                                                                    agua

 

al final

                   no habrá amos ni oprimidos

todos serán mendigos

                          registrando en la maleza

 

no habrá teorías ni rezos

                                     que lo puedan ya salvar

 

 

 

 oam