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jueves, 26 de agosto de 2021

 

Mi tía Pilar, las damas chinas

 y

 el Doctorado en Ciencias Sociales de la UC

 

 

             Cuando yo era muchacho mi tía Pilar ya estaba vieja. Si tomamos en cuenta que para un muchacho cualquier persona que ya haya cumplido los 30 es considerada vieja, entonces mi tía Pilar era bastante vieja. Tenía hijos que para mí también eran viejos, y éstos a su vez habían tenido la oportunidad de generar su propia prole. Mi tía Pilar, por tanto, militaba en las honrosas categorías de madre, abuela y bisabuela, simultáneamente.

              Como toda una dama típica de la época y del pueblo en que yo vivía, ella permanecía encerrada en su casa -aunque no hubiera ninguna pandemia arruinándole la vida a la gente- dedicada a las clásicas labores del hogar. A pesar de que era muy creyente religiosa, ella tenía su manera muy particular de serlo, y no iba siquiera a misa a la catedral que tenía justo al frente de su casa. Quizás porque nadie la llevaba para ayudarla a cruzar la calle; o simplemente porque no le interesaba. Ahora que lo pienso, me nace la sospecha de que ella no creía mucho en los curas. Recuerdo los cuentos de curas vagabundos que me echaba, los que valiéndose de su sotana la pasaban bastante bien con las novias que conseguían durante sus asistencias espirituales. Por su boca me enteré de varias personas del pueblo que “la gente decía” eran hijos del cura tal o cual. Pero era lo normal, ella no se quejaba por eso. Esto lo tomaba sólo como un chiste el cual compartía con picardía en las reuniones familiares. Ella se quejaba sólo con la también clásica protesta de todos los viejos: “Es que las cosas no son ahora como antes”, “En mis tiempos no era posible que…bla, bla, bla,…”, y por ahí se iba en su crítica a cualquier cosa que estuviera observando con desagrado. Que era casi todo. ¿Y qué hacía ella, entonces, para divertirse?

               Las damas viejas de antes no necesitaban divertirse. Como todas, ella la pasaba bien con su familia, siempre y cuando, claro está, ningún miembro estuviese enfermo o en algún aprieto de esos que ponen a la gente a correr. Pero mi tía Pilar sí tenía dos aficiones:

             La primera era la de recortar notas de periódicos, que en la familia se trataba de UN periódico: El Luchador; el único que leía la gente pobre e iletrada de mi pueblo. Constaba sólo de dos pliegos y costaba una locha. Mi tía pegaba, con un fervor casi religioso, los recortes con cola a las páginas de un álbum que ella misma se había “fabricado” con láminas de cartón. Ese álbum era su enciclopedia, su biblioteca entera, su google, su escuela, su universidad. En sus ratos libres sacaba el álbum del baúl donde lo guardaba con un amor casi maternal, y lo revisaba con el interés de una verdadera investigadora. Después, en las reuniones vomitaba toda la sapiencia que dicho álbum le había suministrado. Ella sabía todo lo que pasaba en el mundo a través de estos recortes de El Luchador.

              La otra afición era la de jugar ludo y damas chinas. En las tardes y comienzo de la noche, después de cenar y recoger la vajilla, mi tía Pilar sacaba los cartones de juegos y allí comenzaba una amena velada, que era la única diversión en la que participaba toda la familia, y también las visitas, cuando las había. Para ponerle un poco de calor al juego se jugaba de a mediecito por cabeza. Cuando alguien tenía mucha suerte llegaba a reunir hasta dos bolívares. Yo participé en muchas de estas veladas, pero también tuve innumerables encuentros de este tipo con mi tía sola, llegándose a crear entre nosotros una amistosa, pero sofocante rivalidad. En estos encuentros particulares, lo que nos gustaba jugar era damas chinas. Pasábamos horas jugando y apostando de a locha y de a mediecito. Pero mi tía tenía un defecto: le disgustaba terriblemente perder. El perder la ponía de malísimo humor y sacaba a relucir un carácter irascible. Y para colmo de males –para ella- yo desarrollé una gran habilidad para este juego y desde un cierto momento en adelante mi tía no me pudo ganar una partida más. Esto se volvió un problema existencial para ella y no descansó hasta que logró diseñar una estrategia infalible con la que yo no podía.

              Me imagino que todo el que me está leyendo, tendrá un buen conocimiento de en qué consiste el juego. Pero como siempre hay las excepciones, permítanme que lo explique brevemente:

           Se juega en un tablero como el de la Figura 1. Pueden jugar hasta 6 personas. Cada una posee una casa frente a él con 10 bolitas o canicas del mismo color.

           Cada una desocupa su casa y traslada sus canicas hacia la casa del jugador que tiene enfrente haciendo movimientos de un solo paso, o movimientos que saltan sobre otras piezas de cualquier color de las que se encuentren en el tablero. Gana el primero que logre llenar completamente la casa de su oponente. En nuestro caso, yo avanzaba hacia la casa de mi tía Pilar y ella avanzaba hacia la mía (como se muestra en la figura). ¿Qué fue lo que se le ocurrió a mi tía Pilar? Ella comenzaba su avance hacia mi casa, pero dejando “atrasada” una de las canicas dentro de la suya. Seleccionó la canica que ocupaba el vértice, la punta de la estrella, la que está más adentro, para el “atraso”. Pero sucedió que éste fue un atraso permanente porque nunca la sacaba. Yo le decía:

               -Pero tía, tienes que sacar también esa bolita.

            -¡Ya va! Yo estoy llevando primero las otras –me respondía con autoridad. Mientras ella estuviera siguiendo las reglas de avance y tuviera algo que mover, no había nada que reclamar. Éste era su pensamiento.

             Seguía jugando y comenzaba a llenar mi casa con sus canicas. Mientras tanto yo había llegado a la de ella, encontrándome en problemas para llenarla, pues estaba esa bolita allí atravesada.

             -¡Tía, tienes que sacar esta bolita! –decía yo con insistencia.

            -Un momento, que estoy acomodando éstas.

           Yo comenzaba entonces a llenar su casa como podía, al no contar con más movimientos distractivos fuera, y mi tía, como era más lenta, todavía tenía jugadas por realizar con sus nueve restantes. Al final, me sorprendía estar en la situación de no poder moverme hacia ningún lado, porque tenía nueve bolitas acomodadas, pero una afuera que no podía entrar (ver figura).


             -Tía, ¿cómo hago si tú no sacaste tu bolita de aquí?

            -¿Y cómo la voy a sacar si tú me tienes trancada? –convirtiéndose ella automáticamente en la víctima que reclamaba.

          - ¿Cómo voy a hacer entonces para llenar todo, tía?

            -Yo no sé. Yo tampoco pude acomodar todas las mías porque tú no me dejaste.

             De esa manera ella no podía ganar, pero yo tampoco; lo que le producía una satisfacción que no disimulaba. Dejé de encontrarle la gracia a este juego y fue así como lo fuimos dejando poco a poco.

 

            ¡Ah, tía, con qué cariño te recuerdo hoy! Tu arbitrariedad y tu lógica, lejos de enojarme, la guardo dentro del inventario de los gratos recuerdos de mi juventud. Ojalá que donde estés hayas encontrado con quien jugar a las damas chinas. Pero cuídate de jugar con los santos, porque como éstos hacen milagros, encontrarán la manera de meter sus canicas, aun con la tuya adentro.

 

                  Pero, ¿qué tendrá esto que ver con el Doctorado en Ciencias Sociales de la UC?

        En principio es la relación que existe en el mundo, de todo con todo. Porque efectivamente, en el mundo todo está relacionado con todo. Si no, pregúntenle a Edgar Morin… Y también a los poetas. El mayor trabajo de los científicos e investigadores de todas las disciplinas está en encontrar las increíbles relaciones que explican los misterios que nos han atormentado durante milenios. En las diferentes cátedras del Programa de Desarrollo de Habilidades del Pensamiento, donde he tenido la satisfacción de trabajar, hemos tratado de enseñar, o más bien entrenar –porque no estoy seguro que eso se pueda enseñar- a los alumnos en el arte de encontrar las relaciones que rigen los fenómenos cuyo estudio nos ocupan. Una de las definiciones más aceptadas de un concepto tan controversial y rico, como es el de inteligencia, es

 

“La inteligencia es la capacidad de relacionar”.

 

            Estoy cien por ciento en sintonía con esta definición. Es casi mi favorita, porque ella compite con otra, que no sé si me gustará más:

 

“La inteligencia es la capacidad de resolver problemas”

 

               En realidad son prácticamente la misma.  O ninguna se puede dar sin la otra. Ellas se conectan mediante un lazo morineano en el que cada una realimenta a la otra. Analícenlas con cuidado y encontrarán la equivalencia.

             Pero en el caso del Doctorado en Ciencias Sociales la relación que quiero mostrar es demasiado fácil y no hay que romperse mucho el coco para encontrarla.

             Cuando me reincorporé al Doctorado en Ciencias Sociales, después de haber estado ausente varios años, me pusieron como condición para  aceptarme, cursar una serie de seminarios, varios de los cuales ya había cursado y aprobado antes. Pero se manejó la excusa de la “actualización”, cosa que por lo demás no constituyó un problema para mí. Como me gusta estudiar, esto lo tomé más bien como la oportunidad de retomar problemas que siempre fueron de mi interés y que le dan sentido a mi vida de profesor universitario; y de humanista, podría decirse. En esta reincorporación hubo, pues, un compromiso de parte y parte: yo me comprometí a cursar esos seminarios, presentar un proyecto de tesis y hacer la tesis en un tiempo estipulado, y el doctorado se comprometió a permitirme defender la tesis y graduarme de Doctor en Ciencias Sociales, de ser ésta aprobada. Este compromiso fue firmado por ambas partes. De esto se desprende como de cajón, que si yo debo cursar y aprobar un determinado seminario, el doctorado tiene que abrir este seminario para yo lo pueda cursar. Si no, ¿cómo?

             Cursé, aprobé e hice todo lo que el doctorado me exigió, menos uno de los seminarios que estuvieron en el paquete. ¿Por qué? Porque en todo el tiempo que ha corrido desde la reincorporación, ese seminario no ha sido abierto. ¿Cómo cursarlo, entonces?

             Ahora la situación en que me encuentro es la siguiente:

 

·         El tiempo estipulado en el “contrato” firmado para cumplir con todo los compromisos contraídos se terminó.

·         Cumplí con todos los requisitos establecidos, menos con el susodicho seminario.

·         En vista de que éste no se abría, terminé la tesis y la entregué para que formalmente quedara registrado que yo había cumplido con mi parte.

·         La tesis, sin embargo, no puede ser procesada, y mucho menos defendida, porque para ello debí haber cursado y aprobado el seminario faltante. Así que mi tesis no se considera “reglamentariamente” entregada.

·         No pude cursar, ni mucho menos aprobar, el seminario faltante, como ya he dicho, porque éste nunca se abrió.

                 ¿Se ve clara la relación? ¿A qué se les parece todo esto? ¡A la situación creada por mi tía Pilar con las damas chinas! Es muy fácil: lo que veo en el doctorado es el retrato exacto de mi tía Pilar. El seminario que no se ha abierto es la bolita que ella no sacaba de su “casa”. Yo, el que no debía ganar, sigo siendo el mismo, la víctima; que por obra y gracia de la interpretación que mi tía le dio al juego, terminé convertido en victimario. Y hoy, por obra y gracia de una reglamentación mal e injustamente aplicada del doctorado, diseñada para una situación distinta a la que actualmente existe, soy el que no ha cumplido con su compromiso firmado.

             No sé si algún día recordaré al Doctorado en Ciencias Sociales con el mismo cariño y nostalgia con que recuerdo la arbitrariedad de mi tía Pilar, que ahora me parece simpática; pero sí estoy seguro de la huella que en mí ha dejado y seguro que también lo guardaré en mi inventario de recuerdos. ¿Cómo serán estos recuerdos? No hay recuerdos sin tiempo. El tiempo es el terreno donde los recuerdos se abonan y germinan. El tiempo lo decidirá.

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Justo hace dos dias, estuve jugando damas chinas con Adrián Ernesto. Le enseñé los movimientos y al final,tenía que insistirle para que terminara de desalojar su casa. Será la herencia de la tía Pilar que se manifiesta para hacer acto de presencia?

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    1. Seguramente. Esa actitud abunda en la familia y fuera de ella. Es la malicia propia de los seres humanos.

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