embed src=http://flash-clocks.com/free- embed src=http://flash-clocks.com/free- La Taguara Exquisita

martes, 17 de agosto de 2021

 

CUENTOS DE TAGUARA





LA MUERTE ES UNA CUESTIÓN DE LÓGICA

 

            Había mucha gente alrededor, pero todos eran una serie de desconocidos entre sí y cada uno estaba pendiente de sus propios asuntos.

            Me llamó la atención un féretro muy ancho. Era más bien un cajón sin ornamentos, con madera “viva”, sin trabajar y al parecer (lo di por obvio) contenía los restos de una familia completa que había perecido en un accidente automovilístico. Como el cajón no tenía tapa, uno podía ver claramente los cuerpos de la familia. Hacia uno de los lados se veían los cadáveres de los padres, uno junto al otro, semitapados los cuerpos con una manta gris. Diagonal a ellos, con la cabeza en sentido contrario, estaba también semitapado el cadáver de uno de los hijos. La manta cubría sólo la mitad del cuerpo, de la cintura hacia arriba, dejando descubierta las extremidades inferiores. Se notaba claramente que se trataba de un niño. Vestía un jean un poco derruido,  sucio, y tenía los zapatos puestos; unos zapatos deportivos de goma. Y en la mitad de la caja, pero muy cerca del lado izquierdo aparecía sólo la cabeza de otro niño, casi un adolescente, de aproximadamente unos 14 años de edad.

         Observé impresionado aquella escena, pero a la vez pensaba que fue mejor que murieran todos. De quedar vivo uno solo, quién sabe cómo podría manejar ese recuerdo por el resto de su vida y cómo resolvería los problemas existenciales que se derivarían del hecho de tener o no una familia cercana a la cual sumarse. Cuando pensaba en esto noté que la cabeza cercenada entreabría uno de los ojos. ¿Sería sólo una impresión? Quizás hice algún movimiento que produjo esa ilusión. Le puse entonces atención y al rato noté un cierto movimiento, la cabeza abrió en un instante los dos ojos y enseguida los cerró.

            -¡Está vivo!-exclamé para mis adentros.

            Enseguida me movilicé y busqué a alguien de la administración del cementerio para comunicarle la novedad. Sobre todo para evitar que fuera enterrado vivo.

          Me dirigí a un señor que caminaba en dirección nuestra y pensé que él formaba parte de este personal.

          -¡No pueden enterrar a éste! –le dije con voz de alarma-. ¡Está vivo!

         Pero resultó que el señor no tenía nada que ver con la administración. Seguramente iría a acompañar a algún amigo. No creo que a un familiar, pues su rostro no mostraba ningún tipo de abatimiento, no tenía rastros de dolor. Enseguida dejó de tener importancia para mí y me dediqué a ojear en busca de a quién darle la alarma. No me atrevía a apartarme del cajón, no fuera que se lo llevaran durante mi ausencia y procedieran al entierro. Lo peor es que era yo la única persona que accidentalmente acompañaba a esta familia muerta. En esa desesperación estaba cuando la cabeza me espetó:

           -¿Por qué te metes en lo que no te importa?

        Me quedé sorprendido por la inesperada interpelación. El impacto duró unos segundos, hasta que pude reaccionar.

          -¿No ves que te van a enterrar vivo? Estoy tratando de evitarlo.

      -Bueno, ¿y qué? –fue la respuesta de la cabeza- ¿Quién quiere vivir en estas condiciones?

         Su respuesta acrecentó mi sorpresa y avivó mis reflexiones. Por una parte tenía razón. Por un instante me puse en su lugar y concluí que seguramente yo hubiera pensado igual. Sin embargo, hay códigos morales que están esculpidos con cincel en nuestro espíritu y que uno no puede borrar. Si se entierra a conciencia a alguien que está vivo se estará incurriendo en un acto de asesinato. No se puede disponer de la vida de nadie con base en argumentos que por muy racionales que fueran, nunca serían suficientes para decidir sobre algo tan grave.

           “¿Será verdad lo que estás pensando? ¿Eso que estás pensando lo has pensado siempre? ¿No ha habido nunca la oportunidad en que has deseado la muerte de alguien? En este mismo momento, ¿no hay alguien que desearías que estuviera muerto? Si supieras de alguien que hace daño a la humanidad y estás seguro de que continuará habiéndolo si alguien no le pone un “parao”; si tú pudieras eliminarlo estando seguro que lo puedes hacer impunemente, que no sufrirás persecuciones ni castigos por ello, si supieras que nadie siquiera lo sabría, ¿no lo matarías? Piensa, piensa. Piensa en alguien”.

          -Conciencia tramposa. Siempre estás allí diseñando pruebas, planteando dilemas, oteando en lo más profundo de nuestras convicciones. Al fin y al cabo no me importa nada lo que ahora me digas. No es la hora de decir nada. Esta cabeza está viva, no le hace daño a nadie, no tiene víctimas que la acusen de nada; más bien ella es una víctima de una extraña suerte -¿destino?- que apunta a ciertos seres. No tengo ningún motivo para desear que muera. Mi deber es salvarla. En el caso que me pones estaría salvando a la humanidad, o a una parte de ella. El problema lo estás planteando mal, no se trata de “matar”, sino de “salvar”. En este caso estoy tratando de salvar a una persona.

          -Ni siquiera soy una persona. –la cabeza pareció adivinar mis pensamientos y el conflicto en que me encontraba-. No me puedo siquiera rascar si me da una comezón en la mejilla. No me puedo sacudir la nariz si se me tupe. No me podré sacar una basurita del ojo. No me podré lavar, no podré tomar comida alguna si alguien no me la da, no podré nada de nada. Y tampoco tendré quien lo haga por mí, toda mi familia ha muerto. ¿Tú crees que eso que me espera se puede llamar vida?

           -Sí, pero…-intenté responder.

           -¡“Sí, pero” nada! –respondió tajantemente la cabeza- Simplemente no te metas en esto.

          Hice varios intentos por convencerla, pero todo fue inútil. Pero si fue inútil para mí, también era inútil para ella tratar de violentar mis convicciones. Si yo dejaba que la situación continuara el camino inexorable que se dibujaba no podría ya vivir tranquilamente con mi conciencia. Jamás me imaginé que algún día tendría semejante discusión con una cabeza –para mí era una vida- a la que trataba de salvar, aun en contra de su voluntad.

           Al fin apareció alguien del cementerio a recoger la urna. Ahora sí se solucionaría el problema. Lo que no pensé fue que la cabeza tenía un cerebro, y los cerebros no pueden realizar acciones, pero piensan. El cerebro de la cabeza pensó con viveza... y con lógica.

           -No pueden enterrar esa cabeza, está viva –dije al encargado.

           El encargado me miró con aire de burla.

           -¿Cómo puede estar viva si no tiene cuerpo?

           -Claro que está viva. He estado hablando con ella –le respondí.

            Ahora sí que el encargado me miró con recelo.

            - ¿Qué clase de loco será éste?- Adiviné su pensamiento.

        La cabeza hizo la jugada que había pensado. Cerró los ojos, se puso rígida, sin hacer el más mínimo movimiento y sin presentar ningún síntoma de vida.

            -Está viva –insistí-. Póngale los dedos en la nariz para que compruebe que respira.

            -¿Cómo va a respirar si no tiene pulmones? –haciendo caso omiso de mi sugerencia.

           Me sentí impotente. La cabeza, inteligentemente, se encargó de decretar la suerte que ella había decidido. ¿Qué podía hacer ante esta situación? En medio del desespero y la imposibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos me quedé observando como el encargado comenzó a arrastrar el cajón que hacía las veces de urna colectiva. No sé por qué se me antojó que la cabeza inerte mostró un cierto rictus de burla hacia mí. Me quedé paralizado mientras la escena se desdibujaba ante mis ojos.

 


2 comentarios:

  1. Excelente como siempre. ¡Qué ocurrente! Hay un párrafo que me trajo a la memoria una anécdota de hace algunos años cuando cursaba primeros auxilios: ¨Si supieras de alguien que hace daño a la humanidad y estás seguro de que continuará haciéndolo si alguien no le pone un “parao”... si supieras que nadie siquiera lo sabría...”. En todas las clases nos repetían unas 20 veces que debíamos dar atención a cualquiera que lo necesitara sin ningún distingo, pero en esa clase, que era de RCP, un estudiante de medicna me preguntó si yo le daría RCP a cierto nefasto conocido personaje o me haría ¨la loca¨, que no sabía hacerlo. Todos se rieron. Yo no respondí. Y aún no tengo la respuesta. Supongo que llegado el momento lo atendería, y luego llevaría sobre mi alma la culpa de todos los desmanes que seguiría haciendo gracias a haberlo salvado.
    Respecto a su mmuerto,tal vez si le hubiera introducido un palito en la nariz lo hubiera hecho estornudar :D
    Un abrazo mi profe bello y admirado. Lqm.

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    1. Gracias, mi querida Reyna, yo sabía que tú ibas a responder. ¿¿Cómo estás? ¿Todavía estás en la doble cuarentena por allá?
      Yo particularmente tengo clara la situación que planteas del cuento y de tu experiencia; la he pensado muchas veces. Ante una certeza tal yo acabo con el individuo, sin que me quede nada por dentro. Por lo menos es lo que siempre he creído. Ahora, habría que ver si llegado el momento de verdad lo hago. Hay que vivir la experiencia y yo no he tenido esa oportunidad.
      Espero que soluciones todos tus problemas.
      In abrazo.

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