embed src=http://flash-clocks.com/free- embed src=http://flash-clocks.com/free- La Taguara Exquisita: septiembre 2020

viernes, 11 de septiembre de 2020

 

Octavio Paz, "Los hijos del limo"y la modernidad



                                                                                             

 


                                                                                                                                                  




Octavio Paz, “Los hijos del limo” y la modernidad


                                                                                                                                                  



                                                                                                                                                 Octavio Acosta Martínez

                                                                                                                                                   octavioma@gmail.com

 

 

 



Un poco de discusión con Paz

 

    Octavio Paz (1981), en Los hijos del limo, emprende una búsqueda del concepto de modernidad. A él le interesa por las posibles relaciones que luego encontrará con la poesía moderna. Relaciones contradictorias, como nos hace ver, pero generándonos a su vez, serias dudas. Hay contradicciones de contradicciones.

         
         ¿De dónde viene, por ejemplo, el nombre “movimiento poético moderno” utilizado por Paz? ¿No viene acaso de la “modernidad”? Si al movimiento característico de la modernidad lo llamamos “moderno”, ¿por qué pensar que sus relaciones son contradictorias?  Si algo es un representante legítimo de una época no debería ser contradictorio con ésta. Una relación es contradictoria cuando ella viola las reglas de la lógica que impera en el contexto donde se dan estas relaciones. Lo que podemos colegir de su discurso es que la poesía moderna es una cosa y la modernidad es otra.

   Quizás habría que distinguir entre “Modernidad” como nombre propio y “modernidad” como nombre común para denominar algo que tiene ciertas características. Hay autores (Dussel) que atienden a esta diferencia.

            Desde la postura más tradicional y cotidiana se ha entendido la modernidad como referencia a la época en que se está viviendo, es un nombre que se le da a aquello que tiene por características:

·         Ser lo último (en sentido temporal).

·         Ser lo más avanzado (en sentido de desarrollo y complejidad).

·         Ser propio del presente, de la época en que se está viviendo, sean cuales sean las coordenadas temporales de dicha época.

 

      En una época histórica determinada se pueden encontrar manifestaciones (artísticas, culturales, políticas, religiosas) que no son propias de ella, sino provenientes del pasado, se originaron en ése, pero mantienen su vigencia en el presente coexistiendo con las manifestaciones propias de la época (las que se originaron en ésta). Estas manifestaciones que se mantienen como prolongación del pasado

                   ·         no son lo último,

·         no son propias del presente, aunque estén “presentes” en él;

·     no son propias, características, de la época, sino que constituyen herencias del pasado.

 

            No hay dudas luego, que bajo esta aproximación de modernidad, ésta ha estado presente en todas las épocas en que ha vivido el hombre en sociedad. Aníbal Quijano (2000), en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales”, complementa esta aproximación esbozada por Paz, en los siguientes términos:

“Si el concepto de modernidad es referido, sólo o fundamentalmente, a las ideas de novedad, de lo avanzado, de lo racional-científico, laico, secular, que son las ideas y experiencias normalmente asociadas a ese concepto, no cabe duda de que es necesario admitir que es un fenómeno posible en todas las culturas y en todas las épocas históricas”. (Quijano, 2000, p.212)

           

            Idea que llevada al plano de los ejemplos son expresadas así:

“Con todas sus respectivas particularidades y diferencias, todas las llamadas altas culturas (China, India, Egipto, Grecia, Maya-Azteca, Tawantinsuyo) anteriores al actual sistema-mundo, muestran inequívocamente las señales de esa modernidad, incluido lo racional científico, la secularización del pensamiento, etc.…” (Quijano, 2000, p.212)

 

            Y, como para dar el cierre que permite develar el misterio de la aparente paradoja, Quijano (2000) expresa:

“Lo más que realmente puede decirse es que, en el actual período, se ha ido más lejos en el desarrollo científico-tecnológico y se han hecho mayores descubrimientos y realizaciones, con el papel hegemónico de Europa y, en general, de Occidente”. (Quijano, 2000, p.213)

 

            Ahora, si se denomina modernidad a lo que comprende

·         la Ilustración

·         la razón crítica

·         el liberalismo

·         el positivismo

·         el marxismo,

ya eso tiene otras connotaciones. En este conjunto de componentes, que en forma ostensiva definen la modernidad y donde cada componente puede ser considerado  como una “característica” (ojo, con comillas), sí lucen ellos mismos un poco contradictorios; hay una mezcla de variables temporales, epistémicas, ideológicas y políticas que no logran un ajuste preciso como engranajes de un mismo fenómeno.

           

      El problema es que no están definidas (en Octavio Paz) las características esenciales de la modernidad como fenómeno epistémico. Debemos considerar que los dos conjuntos de conceptos de modernidad enumerados antes, no son excluyentes. El movimiento de una determinada época siempre será moderno en cuanto a ser representante de ella, pero puede tener para cada una un nombre “de pila” diferente que connote especificidades que lo identifiquen. No tiene necesariamente que llamarse Modernidad (con mayúscula). En todo caso, Paz no lo hace, sino se limita a plantear varias opciones sin entrar directamente a la caracterización de cada una de ellas. Seguramente él se dirige a un lector del que sabe tiene en sus manos las coordenadas epistemológicas de cada variante que enumera (ilustración, razón crítica, etc.).

            Paz presenta una tercera aproximación que parece ser la más interesante y es sin embargo, y paradójicamente, la que tiene puntos más débiles. En ésta él la define como una tradición de rupturas. Paz entrelaza en su interpretación los conceptos modernidad, tradición y ruptura. Lo moderno es una tradición hecha de rupturas en la que cada ruptura conduce a un nuevo comienzo.  Inicialmente entiende por tradición la interpretación que es “tradicional” para nosotros: la transmisión de una generación a otra “de noticias, leyendas, historias, creencias, costumbres, formas literarias y artísticas, ideas, estilos”.  Pero hace uso de otra interpretación que nos luce contradictoria en cuanto no encaja con este patrón “tradicional” que tenemos de tradición. Reconoce que cualquier interrupción en esta transmisión equivale a quebrantar la tradición, pero luego incluye estas interrupciones dentro de la tradición, la tradición de la ruptura, como hemos dicho. Pero si estas rupturas son negadoras de tradiciones, ¿cómo no negarse a sí misma, entonces? Paz cavila sobre la contradicción de una tradición rompe tradiciones. Quizás podamos deshacer esta paradoja diciendo que lo que es tradición en lo moderno es la ruptura de tradiciones; la tradición de la modernidad es la tradición de rupturas que interrumpe tradiciones precedentes. En este sentido la tradición llamada modernidad es una antitradicionalidad. Nos estaríamos refiriendo en realidad a dos conceptos diferentes de tradicionalidad. Y ello podría explicar la paradoja de que en estas rupturas esté contenida la ruptura consigo misma, cuando en realidad en cada ruptura se reafirma a sí misma. Atendiendo a lo que priva en el espíritu de Octavio Paz pudiéramos decir que él estaría afectado por una contradicción poética. Contradicción que no lo hace sentir cómodo y lucha por sacudírsela, aunque sólo sea suavizando el término: “La contradicción subsiste si en lugar de las palabras interrupción o ruptura empleamos otra que se oponga con menos  violencia a las ideas de transmisión y de continuidad. Por ejemplo, la tradición moderna. He aquí el nuevo concepto que está introduciendo Paz: tradición moderna. Paz está consciente de lo contradictorio del término: “Si lo tradicional es por excelencia lo antiguo, ¿cómo puede lo moderno ser tradicional? Si tradición significa continuidad del pasado en el presente, ¿cómo puede hablarse de una tradición sin pasado y que consiste en la exaltación de aquello que lo niega: la pura actualidad?” La verdad es que nosotros también nos hacemos estas preguntas, “tradición moderna” nos produce el mismo efecto que nos produciría un “triángulo rectángulo equilátero”. Lo que no sabemos es por qué nuestro poeta se las hace si es él mismo quien está introduciendo tales denominaciones. Parte de esto, sin embargo, lo hemos respondido; lo moderno no puede ser tradicional, y se habla de una tradición sin pasado porque no se trata de la misma tradición, como dijéramos, o del mismo concepto de tradición, sino de otro distinto. Lo que tenemos en realidad es un conflicto entre dos conceptos diferentes que usan la misma palabra. Ahora, ¿cuál es la necesidad de acuñar esta palabra para dos significados diferentes? Pensando en lo que para nosotros es tradición se nos hace difícil aceptar este término para el concepto que se nos presenta.

            Cuando tratamos de analizar conceptos nos encontramos ante un problema que requiere cierto rigor dentro de una disciplina que posee su método para diseñar definiciones. Rigor que se manifiesta en la aplicación apropiada de los procesos cognitivos involucrados en la tarea específica. ¿Cómo hacerlo desde la poesía y con las herramientas de la poesía? Y no nos referimos a la palabra como una de estas herramientas, sino a la función de la palabra en el discurso poético, el cual es diferente a la función de la misma palabra en un discurso no-poético; un ensayo científico, por ejemplo. Octavio Paz no se puede, ni siquiera temporalmente, olvidar de su condición de poeta cuando aborda un tema tan especializado como la caracterización de la modernidad. Eso le pudiera llevar al encuentro de contradicciones que él se las atribuye al fenómeno estudiado y no piensa que la contradicción pudiera estar en él mismo. La poesía es una manifestación que obedece a una lógica diferente a la de artes como la pintura, la escultura o la música. En éstas encontramos también rupturas periódicas. Pero tenemos dudas de que después de cada una pasemos inmediatamente a una nueva tradición; las tradiciones no surgen de inmediato, se construyen con el tiempo. Cuando ellas comienzan no pueden ser categorizadas como tales. Más bien en su principio ellas serían lo moderno, en el sentido de lo último. Es con el tiempo cuando algo, si se mantiene, se convierte en tradición. Es el caso de la música tradicional venezolana, y la de cualquier región o país. En otros trabajos hemos intentado identificar los rasgos destacados de la modernidad en la música mediante otras aproximaciones al concepto, que hemos encontrado.

 

            Pero no nos alejemos de Paz, la música está en un terreno particular específico que él no trata. Él trata la poesía, su materia. Y en ésta, la herramienta fundamental es la palabra, la cual, por supuesto, también evoluciona, pero no baila al ritmo de los sones que le toca la tecnología, salvo en la incorporación de nuevos términos especializados. En poesía se mantienen los criterios de la originalidad en contraposición a formas arcaicas de expresión, a estructuras agotadas, pero en lo fundamental mantiene su independencia con respecto a la evolución tecnológica, por lo que se producen desfases importantes en la evolución de ambas. Se reconoce, por supuesto, que el elemento ideológico siempre ha estado presente en la formulación artística y es cierto que ésta ha mostrado el retrato de los valores de su época. Pero ahora estaríamos hablando del qué y no del cómo. El qué entendido como el contenido de la obra, lo que ella expresa, lo que quiere mostrar o “decir”. Y lo que se muestra es evidentemente la manifestación externa del pensamiento del artista, de su ideología y de sus valores. El cómo son los medios de los que se vale para expresar su pensamiento, y de cómo los organiza. Este cómo, depende, por supuesto, de los medios que se dispongan para el momento histórico en que el artista produce su obra. En su momento el artista tendrá que disponer sólo de ellos porque no existen otros. Lo hemos explicado (otros escritos) en el caso de la música. En ésta la tecnología ha jugado un papel de primer orden en la invención y fabricación de instrumentos, lo que ha brindado al músico nuevas posibilidades (medios) para expresar su qué. El valor relativo entre estos dos conceptos se sigue manteniendo, entendiéndose que el primero (qué) juega, aparte de la exteriorización del pensamiento del artista,  también un papel de crónica, o de retrato de una época. Y si se quiere horadar un poco más en esta diferenciación, encontraremos que también en el pensamiento del artista yacen al menos esbozos importantes para la elaboración de dicho retrato.  Porque el artista está determinado por esta época en la que a él le ha correspondido vivir y realizarse. Hay determinaciones ideológicas generales que los bañan a todos, hay valores, costumbres, creencias, formas sociales de comportamiento que son comunes. Incluso, aquellos artistas rebeldes que se sublevan ante lo establecido, por la vía de la negación muestran también las características de su geografía social.

            Para ser más gráfico en nuestra caracterización del qué y el cómo: cuando escuchamos una frase musical, podemos decir si ella fue emitida por un piano, por un fagot, por un violín o por una trompeta; por un conjunto musical pequeño, o por una gran orquesta sinfónica. Pero cuando leemos una frase en un libro, como por ejemplo: “la desigualdad de los hombres en la sociedad”, no sabemos si ella originalmente fue escrita con una pluma de pavorreal mojada en tinta, con una pluma fuente, con un lápiz, con un bolígrafo, con una vieja máquina de escribir de cinta, o con una moderna computadora casera. En este caso el medio no importaría nada, lo que importa es lo que dicen las palabras, y es éste el sentido que pretendemos transmitir cuando decimos que la palabra “no baila al ritmo de los sones que le toca la tecnología”.  Lo que no hemos negado es que la palabra evolucione. La palabra evoluciona al ritmo de los cambios sociales, e incluso de un individuo a otro en un mismo momento histórico. Fubini (1971) relata unas observaciones de Mendelssohn que ilustran bien esta afirmación. Felix Mendelssohn (1809-1847) es un músico germano del período medio del romanticismo. Dentro de su obra figuran unas 50 pequeñas piezas para piano conocidas con el nombre de Canciones sin palabras, también Romanzas sin palabras (“Lieder ohne Worte”). Cuando un crítico de la época (Marc-André Souchay) le sugirió que le diera un nombre a cada una de estas piezas con la finalidad de orientar al oyente, Mendelssohn le escribió una carta (15 de octubre de 1842) -relatada por Fubini (1971)- en los siguientes términos:

“Hay tanto para hablar sobre la música, y sin embargo realmente tan poco para decir. Por mi parte creo que las palabras no alcanzan para ser un objetivo en sí mismas, y si me diera cuenta que alcanzaran, ciertamente no podría tener más nada que ver con la música” (ver nota 1).

                Mendelssohn da una respuesta, aunque ésa no fuera su intención, a la vieja querella planteada desde el siglo XVII sobre la relación poesía/música (¿cuál está al servicio de cuál?). Ciertamente lo que se desprende es que se trata de dos lenguajes diferentes e independientes. Luego, en lo que continúa, y también sin mencionarlo de una manera específica, plantea el problema de la asemanticidad del lenguaje verbal, lo que dificulta, debido a su ambigüedad, la traducción de su mensaje dentro de un sistema notacional:

“La gente habitualmente se queja de que la música es ambigua, que tienen dudas sobre lo que deben pensar cuando escuchan algo, mientras que todos ellos comprenden el significado de las palabras. Para mí es exactamente a la inversa; no solamente en la consideración de frases enteras, sino también de términos aislados. Éstos me parecen tan ambiguos, tan indefinidos, tan difíciles de comprender en comparación con la música genuina, la cual llena el alma de miles de cosas mejores que las palabras” (ver nota 1).

                De paso, Mendelssohn se pronuncia por la superioridad de la música para expresar su pensamiento; por eso no necesita las palabras, por eso esas canciones sin palabras que fue componiendo en diferentes etapas de su vida, hasta tener un discurso completo que publicó en ocho volúmenes:

“Lo que la música que amo me expresa no es un pensamiento demasiado indefinido para ser puesto en palabras, sino, al contrario, demasiado definido. Considero que los esfuerzos orientados en expresar tales pensamientos -en palabras- son loables, pero aun así me parece algo totalmente insatisfactorio; y eso incluye a tu trabajo.

Esto, sin embargo, no es tu culpa, sino culpa de la Poesía como tal, que no es capaz de hacerlo mejor” (ver nota 1).

                He allí, pues, el dictamen de Mendelssohn sobre la capacidad limitada que tiene la poesía para expresar las ideas. Las ideas de Mendelssohn son ideas del sentimiento y la música es el lenguaje del sentimiento. Recordamos que Mendelssohn está viviendo en una etapa en la que el período romántico está alcanzando su plenitud (mitad del siglo XVIII). Es cuando se ve más consolidado el proceso  de liberación de la estética musical del racionalismo “y del intelectualismo de origen cartesiano” iniciado en el siglo XVII. Fubini (1971) lo expresa así:

         “Este proceso de liberación de la música en busca de su autonomía y originalidad, bien respecto a las otras formas de actividad humana, bien respecto a otras formas de expresión artística, aunque no llegó a su plena madurez hasta el final del romanticismo, se inició realmente en el siglo XVIII con el iluminismo y los enciclopedistas, pasando por angostos resquicios, atravesando arrepentimientos, retrocesos y excesos polémicos” (Fubini, 1971. p. 10)

                Veamos cómo termina Mendelssohn de desarrollar sus ideas, compatibles con el alcance de esta autonomía arriba señalada por Fubini:

              Si me preguntas cuál es mi idea  te digo: cada canción se sostiene en sí misma. Y si tuviese en mente algún término definido en cuanto a alguna de ellas no lo divulgaré, ya que las palabras de una persona asumen un significado totalmente diverso para otra. Porque la música puede despertar las mismas ideas y los mismos sentimientos pero esos sentimientos no podrán,  sin embargo, expresarse con las mismas palabras”.

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“Las palabras tienen muchos significados, y la música puede hacernos ver que todos ellos son correctos.

¿Sirve todo esto para responder tu pregunta? ¡Es todo lo que puedo darte a pesar de que son, después de todo, sólo ambiguas palabras!” (ver nota 1).

            Mendelssohn muestra consistencia con lo que ha planteado. Puesto que su carta está hecha de palabras, entonces lo que él escribió podría adolecer de ambigüedad.

 

            ¿Qué podemos entonces concluir con el concepto modernidad? El concepto está expresado mediante una palabra, la palabra “modernidad”.

            Con el concepto de modernidad se ha especulado extensivamente y se seguirá especulando, toda vez que la mente humana está dotada de una inquietud natural que la impulsa a “inventar” continuamente, a inventar y reinventar conceptos. Algunas veces por la necesidad misma de innovar, de reinventarse; otras, por la necesidad de encontrar explicaciones del confuso y tumultuoso mundo en que vivimos. Generalmente se dan las dos simultáneamente. Uno de los factores que impulsan a la búsqueda de nombres que definen conceptos es para dar respuestas a la necesidad de trazar fronteras que definan y delimiten, en consecuencia, eras, períodos históricos, movimientos sociales, culturales, tecnológicos, estéticos. Se espera que la modernidad como una era que tiene su vida demarcada en un período definido de tiempo, tenga una finalización, igual que todas las que se han dado en la historia; así como ya tuvo un inicio sobre la cual se han dado tantas alternativas. Pero, así como se generó tanta controversia sobre este inicio, también la fijación de una fecha de culminación ha estado enmarcada dentro de esa inquietud característica de la mente humana y su necesidad de delimitar períodos,  y era lógico que surgieran propuestas de interpretación en tal sentido. Fue así como surgió la posmodernidad, con su legión de abanderados distribuidos por todo el mundo occidental, con sus diversas posturas teóricas, algunas tan enfrentadas entre sí que parecían interpretar realidades diferentes.  Es mucha la tinta derramada al respecto y dudamos que dicho debate esté totalmente acabado. Sin embargo, algunos indicios señalan efectivamente hacia el agotamiento. Una revisión de toda la literatura que se ha producido sobre la posmodernidad y el análisis de la diversidad de posturas encontradas rebasarían los propósitos y alcances del tema central de estas líneas. Pero eso no nos excusa de presentar nuestra propia postura, toda vez que será necesario para fijar el fenómeno que sí nos hemos propuesto como es de la colonialidad en la música académica (trabajo en proceso).

 

            En principio deberíamos estar de acuerdo en que la posmodernidad irrumpe como una reacción negadora de la modernidad, presentando dicha negación en ocasiones sabores de debate ideológico-político lo que a su vez se confunde con propuestas como la de cambio de sistema político. Dentro de la controversia, la posmodernidad ha sido considerada a veces como una forma de ser de la misma modernidad (una etapa culminante de la modernidad). En nuestro concepto, con la idea de la posmodernidad se ha pretendido forzar la relación lógica de las cosas entre la realidad en un intento de ajustar ésta a nuestras definiciones y no al revés. Particularmente encontramos que ella, la posmodernidad, cumplió con el rol que le otorga Octavio Paz de mantener posiciones crítico-negadoras de sí misma. Una manera de hacerlo fue autonegarse mediante el expediente tramposo de creer ser otra. El arte y la poesía, no sólo de nuestro tiempo, sino de todos los tiempos viven de modernidad y mueren por ella (Octavio Paz). Cuando la estética de una época voltea su mirada hacia el pasado e imita lo antiguo, no lo hace en forma literal. Se imita lo antiguo con los instrumentos del presente. Prokofiev compone una Sinfonía Clásica, pero no lo hace en forma idéntica a Haydn; él lo hace como quizás Haydn la hubiera hecho de contar con los recursos expresivos del “presente”. Francis Poulenc (1899-1963) compone un concierto para clavecín y orquesta (1927-28), uno de los instrumentos protagonistas del barroco, ahora en desuso por su escasa sonoridad. Éste fue el reto de Poulenc: armonizar el clavecín con todo el volumen e intensidad de la orquesta. Y lo logró. Por otra parte, el poner en contacto dos épocas lejanas constituyó un alarde de técnica compositiva y de creatividad. Mientras el clavecín se desenvuelve en motivos de su pasado barroco la orquesta dialoga con él en su lenguaje moderno. Se trata de una evocación del pasado en el presente. Para algunos una característica de la posmodernidad en la música. Al menos así sería en la visión de Vattimo (1996). Nunca se vuelve al pasado como si éste no hubiera pasado. Se vuelve al pasado en una actitud de pietas que expresa el amor que se profesa por sus huellas. “Huellas de las que se convalece y que se rememoran estableciendo una relación viva que no las excluyen del presente” (Acosta, 1917). Esto es lo que caracteriza a la “posmodernidad” en sus “regresos” al pasado. Podría alegarse que si le estamos otorgando rasgos sustantivos, no triviales, a la posmodernidad estética,  entonces estamos reconociendo su existencia. No estamos reconociendo en realidad esta existencia, y tampoco la estamos negando. La explicación es más trivial: existe un grupo de músicos venezolanos que se autodenominan posmodernos y componen obras “bajo el signo de la posmodernidad”. A esto le hemos dedicado un espacio en nuestro ensayo “Bajo el signo de la posmodernidad. En clave musical”, en el libro “Ensayos antipáticos” (Acosta, 2017). Nosotros sólo respetamos esta autodenominación.

 

             Regresando a Poulenc, éste tiene un concierto para órgano –otro instrumento barroco-, cuerdas y timbal (1936-38). Franz Liszt, quien diera una primera campanada de negación a la tonalidad en 1885 con su Bagatela sin tonalidad, tiene también una serie de composiciones para órgano. En este caso son obras para órgano solo. Es que el órgano es una orquesta, y de gran sonoridad, además. No todos tienen el espíritu aventurero de Poulenc.

 

            No creemos, con Octavio Paz, en que la tradición moderna borra las oposiciones entre lo antiguo y lo contemporáneo y entre lo distante y lo próximo. Por el contrario, creemos que las acentúa. Es lo que se desprende de sus explicaciones sobre las rupturas. Si hay verdaderamente rupturas no se pueden borrar las oposiciones, se destacan. Según Paz quien disuelve las oposiciones es la crítica, palabra que no le gusta porque posee demasiadas resonancias intelectuales. Prefiere la palabra pasión. Sin embargo pasión no es sustitutiva de crítica. Paz las une en una nueva categoría: pasión crítica, negadora de todos los principios. Para nosotros, no obstante, la crítica no tiene necesariamente que ser negadora; pudiera ser todo lo contrario: aceptación, afirmación. Quizás lo que le ha faltado ha sido una explicación previa del significado de “crítica”.

            Algunas otras observaciones surgen de la lectura de Paz. Es inevitable, no podemos ser clones mentales de ningún autor, sobre todo en temas tan debatibles como el de la modernidad. Estas observaciones no son negadoras de Paz, sino aportadoras de otro punto de vista. A diferencia del poeta insigne creemos que la celeridad con la que transcurre el tiempo acentúa la diferencia entre el pasado y el presente. Cuando el tiempo transcurre lentamente (dentro de la relatividad del tiempo ello es posible) los cambios son imperceptibles. Los cambios se dan en el tiempo. Si este tiempo transcurre muy rápido los cambios tienen que ser violentos (“violentos” en cuanto notorios). El mismo Paz nos da posteriormente elementos para sustentar esta aseveración: “Nuestra época ha exaltado a la juventud y sus valores con tal frenesí que ha hecho de ese culto, ya que no una religión, una superstición; sin embargo, nunca se había envejecido tanto y tan pronto como ahora. Nuestras colecciones de arte, nuestras antologías de poesía y nuestras bibliotecas están llenas de estilos, movimientos, cuadros, esculturas, novelas y poemas prematuramente envejecidos” (Paz, 1981).  Nosotros le añadimos el caso de la música. Si el envejecimiento ha sido prematuro significa que se ha dado en un corto período, menos del esperado. Tiene que ser entonces más perceptible, es una consecuencia lógica.

            En esta reflexión con respecto a las cosas que pasan y la velocidad del tiempo, Paz, acertadamente afirma que no es que hoy (en su “hoy” de ayer) pasen más rápidamente los años y los días, sino que pasan más cosas en ellos. “Pasan más cosas y todas pasan más al mismo tiempo, no una detrás de otra, sino simultáneamente”.  En alguna parte ya lo habíamos dicho.

 

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1 Aunque relatado por Fubini, nosotros  hemos tomado los textos de la carta del ensayo “Mendelssohn, más allá de las palabras”, de María Laura del Poza (2009) en Sinfonía virtual. Revista de música clásica y reflexión musical, en www.sinfoniavirtual.com/revista/011/mendelssohn_mas_alla_palabras.php. La razón ha sido que en dicho ensayo se publica la carta completa de Mendelssohn. Cuando se ha tomado directamente de Fubini, se ha insertado la información al final de la cita.

 

 BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA DE LOS AUTORES MENCIONADOS

ACOSTA M., Octavio (2017). Ensayos antipáticos. Sobre posmodernidad y         otras                 supersticiones. Edición de La Taguara Exquisita. Valencia.         Venezuela.

 DEL POZA, María Laura (2009). Mendelssohn, más allá de las palabras.            Sinfonía             virtual. Revista de música clásica y reflexión musical. Argentina. En

 

            www.sinfoniavirtual.com/revista/011/mendelssohn_mas_alla_palabras.php

DUSSEL, Enrique (1994). 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el         origen del                “mito de la Modernidad. Plural editores. La Paz.          Bolivia.

 

FUBINI, Enrico (1971). La estética musical del siglo XVIII a nuestros días.       Barral          Editores, S.A. Barcelona. España.

 PAZ, Octavio (1981). Los hijos del limo. Editorial Seix Barral, S. A..     Barcelona.    España

 QUIJANO, Aníbal (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y          América                   Latina. En Edgardo Lander (Compilador) La colonialidad del    saber: eurocentrismo               y     ciencias sociales. Perspectivas            latinoamericanas. CLACSO. Buenos    Aires.               Argentina.

 VATIMO, Gianni (1991). Ética de la interpretación. Ediciones Paidós. Barcelona. España.