embed src=http://flash-clocks.com/free- embed src=http://flash-clocks.com/free- La Taguara Exquisita: 2020

lunes, 19 de octubre de 2020

 


KANT, FOUCAULT Y LA ILUSTRACIÓN

Octavio Acosta Martínez

octavioma@gmail.com


“La ilustración es la salida del hombre

de su autoculpable minoría de edad”.

                                                    Kant

                Así como en el epígrafe de este punto, comienza Kant un artículo publicado el mes de noviembre de 1784 en el periódico alemán Berlinische Monashrift, en el cual pretende responder a la pregunta –formulada con anterioridad por el periódico- “Was ist Aufklärung?”, la que debe entenderse como “¿Qué es la Ilustración?”.

            Para ubicar la pregunta en el contexto en que fue respondida aclaremos que en 1784 estamos a tres años de haberse publicado la Crítica de la razón pura, faltando cinco años apenas para darse la Revolución Francesa, suceso que sacudió a Europa y cuya onda expansiva llegó a tierras americanas alimentando el fervor revolucionario de los movimientos independentistas que las sacudieron en el primer cuarto del siglo XIX. Esta revolución en su componente teórico estuvo a su vez alimentada precisamente por las ideas de la Ilustración, en la cual se terminó de conformar el pensamiento definitorio de la modernidad, iniciado por Descartes en 1636 con el Discurso del Método. Se trata pues, de un momento culminante y la pregunta sobre qué es la Ilustración cobra una relevancia tal que se eleva por encima de la aparente trivialidad de un periódico que quiere llenar sus espacios con notas de actualidad.

            La importancia de esta frase adquiere su verdadera dimensión cuando más adelante Kant expresa: “La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento, sin la guía de otro”. Frase que conduce al lema de la Ilustración en la interpretación kantiana: ¡Sapere aude! ¡Ten  valor de servirte de tu propio pensamiento!

         Una reflexión insertada por Kant en aquella oportunidad produce asombro al constatar en la actualidad su larga vigencia, pues la situación que la produce se repite constantemente en todas las épocas:

“Quizás mediante una revolución sea posible derrocar el despotismo, pero nunca se consigue la verdadera reforma del modo de pensar, sino que tanto los nuevos como los viejos prejuicios servirán de riendas para la mayor parte de la masa carente de pensamiento”. (Ibíd.)

                Bueno recordarlo en los actuales momentos.

                Para llegar a la Ilustración se requiere libertad. Sería posible que el público se ilustrara a sí mismo si se le dejara en libertad. Ahora, ¿qué clase de libertad? Hay dos clases según el escrito de Kant:

·         Libertad de uso público.

·         Libertad de uso privado.

            “El uso público de la razón debe ser siempre libre; sólo este uso puede traer ilustración entre los hombres”.  En cambio, el uso privado debe ser a menudo estrechamente limitado –dice Kant- “sin que ello obstaculice el progreso de la Ilustración”.

            Enseguida Kant explica lo que él entiende por uso público y por uso privado:

“Entiendo por uso público de la propia razón aquel que a alguien hace de ella en cuanto docto (Gelehrter) ante el gran público del mundo de los lectores.

Llamo uso privado de la misma a la utilización que le es permitido hacer en un determinado puesto civil o función pública”. (Ibíd.)

 

            Kant no considerada que la época en la cual está respondiendo la pregunta sea una época ilustrada (lo está planteando en términos de libertad religiosa).

“Todavía falta mucho para que los hombres, tal como están las cosas, considerados en su conjunto, puedan ser capaces o estén en situación de servirse bien y con seguridad de su propio entendimiento sin la guía de otro en materia de religión”. (Ibíd.)

                “… pero sí [vivimos] en una época de Ilustración”. Kant ha destacado la diferencia estructural-conceptual que llevada a las épocas actuales, todavía produce confusiones en las ciencias sociales. Por ejemplo, la diferencia entre modernización y modernidad, o entre colonización y colonialidad. Es decir, la diferencia entre un proceso y un estado de cosas. Lo que nos dice Kant es que se está viviendo un proceso de Ilustración, pero todavía no se ha llegado al estado de cosas que la caracteriza, esto es, una época ilustrada.

                Kant, de paso, muestra una debilidad que es independiente de épocas específicas, pues es característica de toda sociedad en la que existen relaciones de poder que se dan entre quienes dirigen y los que ejercen el rol de subalternos; es decir, en todas las épocas: aprovecha para adular de buenas ganas a Federico II, El Grande, por no prescribir nada a los hombres en materia de religión, sino que los deja en plena libertad para que ellos decidan. “…fue el primero que desde el gobierno sacó al género humano de la minoría de edad […]”.

“Pero sólo quien por ilustrado no teme a las sombras y, al mismo tiempo, dispone de numeroso y disciplinado ejército, que garantice a los ciudadanos una libertad pública, puede decir lo que ningún Estado libre se atreve a decir; ¡Razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!” (Ibíd.)

                No estamos seguros de la bondad de esta reflexión. Si al final de todo hay que obedecer, ¿dónde está la libertad?

            Kant escribió poco en este artículo, pero dijo bastante. Exactamente dos siglos después, Foucault escribió sobre el artículo de Kant unas cuantas páginas más que éste. ¿Qué comentó Foucault?

 

__________________

 

            En 1993 la revista Magazine Littéraire  publica un escrito de 1984 de   Foucault: “¿Qué es la Ilustración?” [Qu’est-ce que les Lumières?]. En éste, Foucault comenta el artículo de Kant. La importancia del texto de Kant, visto por Foucault, radica en que permite la entrada, en la historia del pensamiento, de una pregunta que la filosofía moderna no ha sido capaz de responder, “pero de la que tampoco ha podido desembarazarse”. Esa pregunta es: “¿Cuál es ese evento que denominamos Aufklärung, y que ha determinado, al menos parcialmente, lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos hoy día?”

            No es una pregunta simple; sobre todo que ella está basada en tres premisas, a cual más importante:

1.    La Aufklärung determina lo que somos.          

2.   La Aufklärung determina lo que pensamos.

3.   La Aufklärung determina lo que hacemos.

            Si estas premisas son verdaderas, entonces nosotros compartimos la inquietud que ha captado la atención de los más importantes filósofos por el espacio de dos siglos (hasta el momento en que Foucault escribe su artículo), desde que fue formulada por el Berlinische Monashrift. La filosofía moderna para Foucault es “aquella que intenta responder la pregunta formulada, con tanta imprudencia, hace dos siglos; a saber,  Was ist Aufklärung? Tenemos pues, también de paso, la definición foucaultiana de filosofía moderna. En apenas la primera página de su artículo ¡hay que ver todo lo que ha afirmado Foucault!

            Él dice que por varias razones el texto kantiano amerita que le pongamos cierta atención y nos invita, por tanto, a que nos detengamos un tanto en él. A continuación da tres de estas razones:

1.       Destaca la existencia de un espacio de problemas comunes entre el pensamiento judío y la filosofía alemana. Dentro del pensamiento judío, Moses Mendelssohn, y dentro de la filosofía alemana, Kant, formulan respuestas a la misma pregunta, y en ella queda evidenciado, según Foucault, que tanto la Aufklärung alemana como la Haskala judía “pertenecían a la misma historia”… “[…] Ambas intentan identificar los procesos comunes  de los que provienen”. Nos queda la incertidumbre acerca de cuál será el sentido que le está dando Foucault a la palabra “proceso”.

2.      La segunda razón que esgrime Foucault es que Kant plantea en su texto “un problema nuevo”. Por supuesto, esta afirmación crea mucha expectativa, porque ya la Aufklärung kantiana determina los tres aspectos tan bastos contenidos en las premisas anteriores que es difícil imaginarse problemas nuevos, ¿qué otra cosa nueva puede haber que no esté contenida en ellas? La filosofía alemana, esta vez representada por Kant, hace un intento por reflexionar sobre su propio presente. “Pero –dice Foucault- se puede decir, de manera esquemática, que hasta ese momento tal reflexión había adoptado tres formas principales…”:

 2.1 El presente puede ser representado como perteneciente a una cierta era (âge) del mundo, distinguida de otras por ciertas características que le son propias, o separada de otras eras por algún acontecimiento dramático. A esta forma haremos referencia cuando posteriormente presentemos [investigación en curso] nuestra propuesta para determinar el punto de ruptura en el que la modernidad cede el paso al advenimiento de una nueva era. Foucault no ha hablado hasta este momento de modernidad, pero luego veremos cómo los conceptos que está manejando le son extrapolables a ésta.

2.2 El presente puede ser interrogado para intentar descifrar en él los signos anunciadores de un próximo acontecimiento. En este caso tenemos el principio de una especie de hermenéutica histórica, “de la cual San Agustín pudiera ser un ejemplo”.

2.3 El presente puede ser analizado también, como un punto de transición hacia la aurora de un nuevo mundo.

Lo curioso es que la manera en que Kant plantea su Aufklärung “es completamente diferente de las tres formas anteriores”. ¿Por qué plantearlas entonces en este punto de análisis foucaultiano?  Quizás haya querido por la vía del contraejemplo hacer más patente la visión kantiana. Según ésta, la Aufklärung es una “salida”, o “vía de escape”. ¿”Escape” de qué? Del estado de tutela, de la salida del hombre de su minoría de edad. Es lo que aparece en el epígrafe. El asunto es que Foucault, quien acusa a Kant de ser no siempre bien claro con su texto, tampoco  lo es él siempre con el suyo. Así llegamos a la tercera de las razones que prácticamente es la misma que la segunda, pero aclarada en la definición de términos usados del original alemán.

3.      El problema es muy sencillo, ya hemos entendido el sentido de “salida”, pero Foucault insiste. “Salida” [Ausgang], entendemos nosotros, no es como la salida de una autopista, o del sótano de un estacionamiento. “Salida” es un darse cuenta, un percatarse de algo que permanecía oculto, situación que nos sometía a un estado de dependencia de ese algo, que sí era en cambio dominado por “otro”.  Encontrar la salida es romper con ese estado de dependencia, o de tutela; es un proceso que nos libera y permite que nos podamos orientar bajo las luces de nuestro propio pensamiento. Esta idea o concepto de salida es tan importante para Foucault que él retoma nuevamente el primer párrafo del texto de Kant y reproduce la traducción francesa,  que ahora nosotros nos permitimos  tomarla del español en traducción de Jorge Dávila, traductor de la publicación que estamos consultando:

 “La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración.” 

Ese “¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!” que ya presentamos al principio, es la divisa, especie de escudo heráldico de la Ilustración.

Foucault plantea ahora una nueva dificultad en la interpretación del texto kantiano en el uso que hace éste de la palabra Menschheit [humanidad], con respecto a la cual se hace la siguiente pregunta: “¿Habrá que comprender que el proceso de la Aufklärung abarca a todo el conjunto de la especie humana?”. Estamos aún en la tercera de las razones aducidas por Foucault, pero esta discusión es muy amplia y no parece estar circunscrita a una sola razón. La detención no es pues, tan momentánea como lo dijera antes. Por razones metodológicas, dado que las consideraciones kantianas que vienen son fundamentales para el entendimiento de la evolución que tuvo la modernidad durante su vida en el planeta, y las repercusiones que dicha evolución tiene sobre nuestro trabajo ¨ [investigación en curso], nos saldremos de los límites (márgenes del texto) de este punto y nos volcamos hacia su totalidad constitutiva.

            Aquí estamos. De ser la respuesta a la pregunta formulada, entonces habría que imaginar –dice Foucault- a la Aufklärung como un cambio histórico que afecta la existencia política y social de todos los hombres sobre la superficie de la tierra…”O, ¿habrá que comprender que se trata de un cambio que afecta a lo constitutivo de la humanidad del  ser humano?”. Nosotros, salvando el inmenso espacio que nos separa del pensamiento de estos dos gigantes, podríamos decir que esta disyunción no es excluyente, podrían ser ambas a la vez. La Aufklärung  fue un acontecimiento social y político que implicó un cambio histórico, ubicado en un tiempo y en un espacio específicos. No afectó la existencia política y social de todos los hombres del planeta, pero sí a buena parte de ellos, dentro de la cual nos contamos los latinoamericanos. Pero también se trata de un cambio que afecta a lo constitutivo de la humanidad del ser humano, lo que se desprende si entendemos literalmente a Kant en su primer párrafo del texto. Este cambio no se da simultáneamente en todos los hombres, bien sea que se vea en forma colectiva, como constituido en sociedad, o se vea en forma individual. Algunas veces este cambio ni siquiera se da (hay partes del espacio geográfico mundial donde nunca se ha dado). En esta perspectiva la Aufklärung resultaría un acontecimiento ahistórico. En el caso de la Revolución Francesa operaron ambos conceptos. En realidad uno se habría dado sin el otro. Uno operó como el fundamento ideológico-conceptual que impulsó su materialización en el campo de las realizaciones prácticas. Esquemáticamente, el Iluminismo, la Aufklärung, en Francia tuvo su fase precursora teórica, y su fase práctica en la Revolución de 1789, y sus consecuencias políticas posteriores. En cambio, en Latinoamérica, y en Venezuela en particular, sólo operó la parte práctica representada en la independencia política-militar, pero no así en el plano cultural. No porque no hubiera una teoría, sino porque la que se usó no fue propia. Aquí operó el concepto del tutelaje de pensamiento, en la idea presentada por Kant. Esto permitió que permaneciera en nuestras sociedades un remanente ideológico que alimentó el concepto de colonialidad. Volveremos sobre este aspecto, pero ahora, y para luego llegar a él, es importante que fijemos la atención a dos condiciones que en opinión de Foucault son definidas por Kant. Aquel dice que estas dos condiciones son a la vez espirituales e institucionales, éticas y políticas. ¿Cuáles deben estas dos condiciones?:

1.       Deben quedar claramente distinguidos el campo de la obediencia y el campo de la razón [destacados nuestros]. Kant, según Foucault, caracteriza el estado de tutela bajo la expresión “obedezcan, no razonen”, propia de la disciplina militar, del poder político y de la autoridad religiosa. Existe una abundante historia de las tres. Casi ha sido el karma de la humanidad en toda su historia. De estos tutelajes es de lo que hay que librarse, y este “hay” implica una incitación ética. Foucault nuevamente acuña una frase de cuyo valor ético, precisamente, tenemos serias dudas (que quedarán postergadas por ahora): “obedezcan, y podrán razonar tanto como quieran”. En todo caso, se entiende que hay ocasiones en las que se debe obedecer, sin que ello implique falta de madurez, o de que no se haya llegado a la mayoría de edad. Un ejemplo esgrimido: “[…]…pagar los impuestos, pero pudiendo razonar tanto como se quiera sobre el sistema fiscal”. Nosotros podemos apelar a nuestros propios ejemplos. Sea uno de ellos: “Debes especificar el método que vas a usar en tu Tesis, pues ése es un requisito de la Administración Académica del Doctorado. Después podrás razonar todo lo que quieras sobre la pertinencia o no de este requisito”. Se supone que este razonar no se dará en la Tesis, sino en otros escenarios, como “docto”; en la Tesis “tienes que obedecer”. Se podría pensar –dice Foucault- que en todo esto no hay nada diferente de lo que desde el siglo XVI se ha entendido como libertad de consciencia: el derecho a pensar como se quiera, siempre y cuando se obedezca como se debe. Éste es –consideramos- un principio muy peligroso, que se ha utilizado para crear la ficción de una falsa libertad a quienes se le aplican. A los indios de las reducciones jesuitas se les respetaron sus creencias por razones de estrategia evangelizadora. Muchos piensan que no hubo tal respeto, pero sí hubo, aunque fuera un  respeto de corte oportunista, una cierta tolerancia pues resultaba más fácil introducir la savia de la nueva religión con la colaboración de las expresiones salvajes del nativo. En otras palabras, el nativo aceptaba el proceso de catequización a que estaban sometidos, bajo la ilusión creada de que ellas estaban en armonía con las suyas propias. Nosotros entendemos que catequización no es una vía para llegar a la libertad de conciencia; muchos regímenes en la historia han sometido a sus poblaciones a catequizaciones de distintas naturalezas. Durante el período de permanencia de los moros en la Península Ibérica, éstos se mostraron muy condescendientes con los creyentes de otros credos (judíos y cristianos) diferentes al musulmán, los cuales podían mantener sus creencias mientras respetaran el ordenamiento legal vigente y además pagaran. Eso es, había que pagar –literalmente- un impuesto para tener derecho a profesar su fe. Muchos se convirtieron a la fe dominante para escapar de dicho impuesto.  Es aquí cuando Kant hace intervenir la segunda distinción, de un modo “bastante sorprendente”, según la apreciación de Foucault.

2.      Uso privado y uso público de la razón.- La razón en su uso público debe ser libre y en su uso privado debe estar sometida.                                                                                                                                                                        

     “Dice Kant que el hombre hace uso privado de su razón cuando es “una pieza de una máquina”; es decir, cuando tiene que cumplir un papel en la sociedad y tiene que ejercer algunas funciones: ser soldado, tener que pagar impuestos, estar a cargo de una parroquia, ser funcionario del gobierno; todo ello hace del ser humano un segmento particular en la sociedad. Se encuentra uno a sí mismo ocupando una posición definida en la que debe aplicar reglas y perseguir fines particulares”. (Foucault, “Qu’est-ce que les Lumières?”)

No percibimos aquí lo sorprendente, y este uso privado se nos parece mucho a la obediencia por obligación reseñada en el punto anterior. “Soy una pieza de la máquina y debo cumplir mi función de pieza, es decir, aquello para lo que fui diseñada. Por lo tanto, debo incluir el método en la Tesis, porque ése es el rol que me corresponde desempeñar como alumno-participante del Programa”. ¿Dónde está la liberación del tutelaje? Está, según Kant, en que se haga un uso de la razón adaptado a esas circunstancias determinadas, la razón sometida a esos fines particulares; se trata de un uso condicionado de la razón. No es obediencia ciega y estúpida, pero es obediencia al fin y al cabo.

“Por el contrario, cuando  se razona sólo para hacer uso de la razón, cuando se razona como ser razonable (y no como pieza de una máquina), cuando se razona como miembro de la humanidad razonable, entonces el uso de la razón debe ser libre y público”. (Ibíd.)

Foucault explica que la Aufklärung no es únicamente el proceso mediante el cual los individuos verían garantizada su libertad personal de pensamiento, sino que hay algo más (entendemos nosotros). “Hay Aufklärung cuando existe superposición del uso universal, del uso libre y del uso público de la razón”.  Parece que estamos ahora en presencia de una nueva clasificación, porque se nos presenta tres usos de la razón que, por otra parte obedecen a variables distintas, donde algunas no han sido definidas. ¿Qué es, por ejemplo, uso universal de la razón? Y, aparte, ¿por qué la superposición no contempla el uso privado? Más adelante, cuando vuelve sobre el uso universal  se “aclara” con un paréntesis que dice “fuera de todo fin particular”. Es posible que se produzcan confusiones en distinguir lo que es particular de lo que es privado. ¿Pudiera lo privado ser público? Por razones de honestidad metodológica incorporamos la versión literal del texto que estamos comentamos, y quizás así quien lo lea podrá llegar a su propio entendimiento:

 

“Podemos muy bien concebir que el uso universal de la razón (fuera de todo fin particular) es asunto del sujeto mismo como individuo;  también se puede concebir que la libertad de este uso de la razón pueda ser asegurado de manera puramente negativa, gracias a la ausencia de toda demanda [poursuite] contra dicho uso; pero, ¿cómo asegurar un uso público de esta razón? Como vemos, la Aufklärung no debe ser concebida simplemente como un proceso general que afecta a toda la humanidad; tampoco debe ser concebida solamente como una obligación prescrita a los individuos: la Aufklärung aparece ahora como un problema político. En todo caso, el asunto problemático que se plantea es el de saber cómo puede el uso de la razón tomar la forma pública que requiere, cómo puede la audacia de conocer ejercerse a la luz del día mientras que los individuos están siendo obedientes del modo más exacto posible. Kant concluye su texto proponiendo a Federico II, en términos levemente velados, una especie de contrato. A este último pudiera llamársele el contrato entre el despotismo racional y la razón libre: el uso público y libre de la razón autónoma será la mejor garantía de la obediencia, siempre y cuando el principio político al que sea menester obedecer esté en conformidad con la razón universal”. (Ibíd.)

 

Al final, dice Foucault:

   Dejemos hasta allí el texto kantiano. De ningún modo considero que ese texto pueda constituir una descripción adecuada de la Aufklärung, y pienso que ningún historiador podría sentirse satisfecho con él para el análisis de las transformaciones sociales, políticas y culturales producidas a finales del siglo XVIII”. (Ibíd.)

            El traductor aclara que Foucault está haciendo sinónimo el uso libre y el uso universal.

           

            Foucault ve en el texto de Kant un esbozo para la definición de “lo que pudiera llamarse la actitud de modernidad”, e interpretándolo como una invitación, pasa al diseño de tal definición; sólo que lo hace tomando los fragmentos de las posibilidades asomadas por Kant, tratándolas aisladamente y sin intentar una integración de todas en una sola. En este punto es donde creemos que Foucault ha fallado. Fallo, por cierto, que encontramos con mucha frecuencia entre filósofos, epistemólogos, y teóricos de las ciencias sociales en general. Hay un cierto menosprecio por las líneas de razonamiento empleadas en las ciencias “duras” y por sus métodos, los que ellos evaden con una retórica envolvente y preciosista, muy “intelectual”, ante situaciones que en muchos casos se resuelven de forma muy sencilla con la ayuda de un simple esquema, o de un diagrama, o con la definición clara de las variables intervinientes en el problema, entendiéndose que NO se puede hacer UNA clasificación usando simultáneamente varias de ellas. Foucault parte de este supuesto esbozo dejado por Kant y enuncia tres posibilidades, en forma disyuntiva, de interpretación de la modernidad:

·         La modernidad como una época.

·         La modernidad como un conjunto de rasgos característicos.

·         La modernidad como una actitud.

            El error o fallo, está en considerar que cada una de estas “piezas” goza del principio holográfico (Morin) que garantiza que allí está toda la información del TODO, lo que los induce a tomar segmentos de la realidad como la TOTALIDAD. Si ello fuera así en el presente caso, entonces sí sería válido considerarlas en forma aislada, como lo hizo Foucault. Pero ello no es así, y una solución para definir el concepto de modernidad es mediante la sustitución de la disyunción “o” por la conjunción “y”, esto es, armando las tres piezas definitorias  e integrándolas en una sola definición:

         “La modernidad es una época, caracterizada por un conjunto de rasgos (rasgos característicos) que le otorgan una identidad propia que la distingue de otras épocas. Dentro de ese conjunto de rasgos se destaca una actitud particular, propia de esta época.

         Por supuesto, ella tiene que constituir una ruptura con respecto a otras épocas. O mejor dicho, con respecto a la época inmediata anterior.”

            Ésta es una definición general que nos orienta en el análisis. Lo que debe ahora hacerse es pasar a un proceso de particularización mediante la determinación de cuál es esa época, cuáles son las características esenciales que la definen, y cuál es la actitud que ella genera, lo que viene a ser también una característica. En cierta manera Foucault lo hace, pero dentro de una de las piezas aisladas, para lo cual se vale de algunas ideas de Baudelaire expresadas en “Le peintre de la vie moderne” (“El pintor de la vida moderna”), por ejemplo, analizando la obra de un pintor (Constantin Guys).

            No pretendemos revisar el texto completo de Foucault, y mucho menos agotar las explicaciones aclaratorias de los conceptos en él contenidos. Foucault se refiere varias veces a la ambigüedad de Kant, pero creemos que él mismo no se salva de ellas. Sin embargo, con lo entendido y expuesto tendremos elementos importantes para caracterizar la colonialidad subyacente en la evolución de la modernidad propia del medio latinoamericano, y venezolano en particular, cuando estemos en esta fase del análisis de nuestra investigación en curso1.

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1 Este retazo de pensamiento lo hemos escrito en el año 2018, como un apunte para fijar algunas ideas a ser aplicadas luego a una investigación que para entonces realizábamos. Hoy, a finales del fatídico año 2020, esa investigación ha sido administrativamente terminada. Pero como toda investigación seria, ella ha sido generadora de nuevas y complejas preguntas que también claman por respuestas. Así, que sólo hemos abierto un camino y nosotros continuaremos hacia el destino que éste nos señale.

 

martes, 6 de octubre de 2020

 



  LA MODERNIDAD Y EL CANTO DEL GALLO

Octavio Acosta Martínez

octavioma@gmail.com

                                                                                                                                                  

            Foucault presenta el problema y nosotros lo reproducimos en esta cita que le hacemos. Una larga cita, pero el problema es todavía mayor.  Sin embargo le tenemos una respuesta. No en nuestra propia voz, sino en la voz de un poeta, que lo simplificó de una manera magistral.

 

            “Sé que frecuentemente se habla de la modernidad como una época o, al menos, como un conjunto de rasgos característicos de una época; suele situársela en un calendario en el que aparecería precedida por una pre-modernidad más o menos ingenua o arcaica, y seguida por una enigmática e inquietante “post-modernidad”. Siguiendo este razonamiento nos preguntamos si la modernidad constituye la continuación y el desarrollo de la Aufklärung, o si hay que verla como una ruptura o una desviación en relación con los principios fundamentales del siglo XVIII.  Haciendo referencia al texto de Kant, me pregunto si no se puede considerar a la modernidad más bien como una actitud que como un período de la historia. Con “actitud” quiero decir un modo de relación con y frente a la actualidad; una escogencia voluntaria que algunos hacen; en suma, una manera de pensar y de sentir, una manera, también, de actuar y de conducirse que marca una relación de pertenencia y, simultáneamente, se presenta a sí misma como una tarea. Un poco, sin duda, como aquello que los antiguos griegos denominaban un “ethos”. Por lo tanto, más que querer distinguir el “período moderno” de las épocas “pre” o “postmoderna”, creo que sería mejor indagar sobre cómo la actitud de modernidad, desde su propia formación, se encuentra en lucha con actitudes de “contra-modernidad””. 

Michel Foucault

Qu’est-ce que les Lumières?

(Traducción: Jorge Dávila)

 

 

            La modernidad es todo eso, señor Foucault. Es una época. También es una actitud. Y pueden ser los dos al mismo tiempo. Es también un conjunto de rasgos característicos; ¿es que podría ser de otra manera? Si no existieran esos rasgos ¿cómo distinguir lo que es modernidad de lo que no lo es? Además, lo que sigue también sería modernidad. No se puede hablar de modernidad, ni de ninguna otra cosa, si no se sabe de qué se está hablando. Todo concepto tiene sus rasgos característicos que lo determinan. Y claro que antes de la modernidad había algo que no era modernidad, y después de ella habrá algo (ya lo hay) que no será ni modernidad ni lo que había antes de la modernidad. También implica una ruptura, como para todas las épocas. Para ofrecer una era –o mejor una edad (hay que ser consistentes, y también solidarios con la Edad Media; así no tendremos que cambiarle el nombre)- rasgos tan característicos, para producir esas separaciones que marcan un destino para la humanidad, tiene que haber rupturas.

            Sí, una ruptura. Creemos que usted ha estado muy acertado cuando apeló a Kant. Claro que Kant no se refirió a la modernidad; él se refirió a la Aufklärung, a la Ilustración alemana. Pero para muchos la modernidad fue la Ilustración. Por lo menos hay ideas que son coincidentes.

 

“El presente puede ser considerado como perteneciente a una cierta era (âge) del mundo, distinguida por ciertas características que le son propias, o separadas de otras eras por algún acontecimiento dramático”. (ibid)


        Frecuentemente se caracteriza a la modernidad por la consciencia de la discontinuidad del tiempo: ruptura con la tradición, sentimiento de la novedad, vértigo de lo que ocurre. Eso es lo que parece decir Baudelaire cuando define la modernidad por “lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente”. Hay otra interpretación, surgida desde la modestia latinoamericana, en la que se invierte el sentido de una de estas características: en vez de “ruptura de la tradición” se propone una novedosa “tradición de rupturas”. Y justamente, desde esta Latino América quien mejor la definió sin él proponérselo, sin pensar en modernidad ni en nada que se le relacionara, fue nuestro recordado poeta Eugenio Montejo. Si Octavio Paz hubiese tenido la oportunidad de leerlo, no habría tenido necesidad de escribir nada. “¿Ruptura de tradiciones? ¿Tradición de rupturas? ¿Quieren entenderlas? Lean “El canto del gallo”, de Montejo. Ahí lo dice todo”.

 

                                 

El canto del gallo

                                                                                                               Eugenio Montejo

 

A Adriano González León


El canto está fuera del gallo;
está cayendo gota a gota entre su cuerpo,
ahora que duerme en el árbol.
Bajo la noche cae, no cesa de caer
desde la sombra entre sus venas y sus alas.
El canto está llenando, incontenible,
al gallo como un cántaro;
llena sus plumas, su cresta, sus espuelas,
hasta que lo desborda y suena inmenso el grito
que a lo largo del mundo sin tregua se derrama.
Después el aleteo retorna a su reposo
y el silencio se vuelve compacto.
El canto de nuevo queda fuera
esparcido a la sombra del aire.
Dentro del gallo sólo hay vísceras y sueño
y una gota que cae en la noche profunda,
silenciosamente, al tictac de los astros.

 

 

 

                                                                                                                                    oam

viernes, 11 de septiembre de 2020

 

Octavio Paz, "Los hijos del limo"y la modernidad



                                                                                             

 


                                                                                                                                                  




Octavio Paz, “Los hijos del limo” y la modernidad


                                                                                                                                                  



                                                                                                                                                 Octavio Acosta Martínez

                                                                                                                                                   octavioma@gmail.com

 

 

 



Un poco de discusión con Paz

 

    Octavio Paz (1981), en Los hijos del limo, emprende una búsqueda del concepto de modernidad. A él le interesa por las posibles relaciones que luego encontrará con la poesía moderna. Relaciones contradictorias, como nos hace ver, pero generándonos a su vez, serias dudas. Hay contradicciones de contradicciones.

         
         ¿De dónde viene, por ejemplo, el nombre “movimiento poético moderno” utilizado por Paz? ¿No viene acaso de la “modernidad”? Si al movimiento característico de la modernidad lo llamamos “moderno”, ¿por qué pensar que sus relaciones son contradictorias?  Si algo es un representante legítimo de una época no debería ser contradictorio con ésta. Una relación es contradictoria cuando ella viola las reglas de la lógica que impera en el contexto donde se dan estas relaciones. Lo que podemos colegir de su discurso es que la poesía moderna es una cosa y la modernidad es otra.

   Quizás habría que distinguir entre “Modernidad” como nombre propio y “modernidad” como nombre común para denominar algo que tiene ciertas características. Hay autores (Dussel) que atienden a esta diferencia.

            Desde la postura más tradicional y cotidiana se ha entendido la modernidad como referencia a la época en que se está viviendo, es un nombre que se le da a aquello que tiene por características:

·         Ser lo último (en sentido temporal).

·         Ser lo más avanzado (en sentido de desarrollo y complejidad).

·         Ser propio del presente, de la época en que se está viviendo, sean cuales sean las coordenadas temporales de dicha época.

 

      En una época histórica determinada se pueden encontrar manifestaciones (artísticas, culturales, políticas, religiosas) que no son propias de ella, sino provenientes del pasado, se originaron en ése, pero mantienen su vigencia en el presente coexistiendo con las manifestaciones propias de la época (las que se originaron en ésta). Estas manifestaciones que se mantienen como prolongación del pasado

                   ·         no son lo último,

·         no son propias del presente, aunque estén “presentes” en él;

·     no son propias, características, de la época, sino que constituyen herencias del pasado.

 

            No hay dudas luego, que bajo esta aproximación de modernidad, ésta ha estado presente en todas las épocas en que ha vivido el hombre en sociedad. Aníbal Quijano (2000), en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales”, complementa esta aproximación esbozada por Paz, en los siguientes términos:

“Si el concepto de modernidad es referido, sólo o fundamentalmente, a las ideas de novedad, de lo avanzado, de lo racional-científico, laico, secular, que son las ideas y experiencias normalmente asociadas a ese concepto, no cabe duda de que es necesario admitir que es un fenómeno posible en todas las culturas y en todas las épocas históricas”. (Quijano, 2000, p.212)

           

            Idea que llevada al plano de los ejemplos son expresadas así:

“Con todas sus respectivas particularidades y diferencias, todas las llamadas altas culturas (China, India, Egipto, Grecia, Maya-Azteca, Tawantinsuyo) anteriores al actual sistema-mundo, muestran inequívocamente las señales de esa modernidad, incluido lo racional científico, la secularización del pensamiento, etc.…” (Quijano, 2000, p.212)

 

            Y, como para dar el cierre que permite develar el misterio de la aparente paradoja, Quijano (2000) expresa:

“Lo más que realmente puede decirse es que, en el actual período, se ha ido más lejos en el desarrollo científico-tecnológico y se han hecho mayores descubrimientos y realizaciones, con el papel hegemónico de Europa y, en general, de Occidente”. (Quijano, 2000, p.213)

 

            Ahora, si se denomina modernidad a lo que comprende

·         la Ilustración

·         la razón crítica

·         el liberalismo

·         el positivismo

·         el marxismo,

ya eso tiene otras connotaciones. En este conjunto de componentes, que en forma ostensiva definen la modernidad y donde cada componente puede ser considerado  como una “característica” (ojo, con comillas), sí lucen ellos mismos un poco contradictorios; hay una mezcla de variables temporales, epistémicas, ideológicas y políticas que no logran un ajuste preciso como engranajes de un mismo fenómeno.

           

      El problema es que no están definidas (en Octavio Paz) las características esenciales de la modernidad como fenómeno epistémico. Debemos considerar que los dos conjuntos de conceptos de modernidad enumerados antes, no son excluyentes. El movimiento de una determinada época siempre será moderno en cuanto a ser representante de ella, pero puede tener para cada una un nombre “de pila” diferente que connote especificidades que lo identifiquen. No tiene necesariamente que llamarse Modernidad (con mayúscula). En todo caso, Paz no lo hace, sino se limita a plantear varias opciones sin entrar directamente a la caracterización de cada una de ellas. Seguramente él se dirige a un lector del que sabe tiene en sus manos las coordenadas epistemológicas de cada variante que enumera (ilustración, razón crítica, etc.).

            Paz presenta una tercera aproximación que parece ser la más interesante y es sin embargo, y paradójicamente, la que tiene puntos más débiles. En ésta él la define como una tradición de rupturas. Paz entrelaza en su interpretación los conceptos modernidad, tradición y ruptura. Lo moderno es una tradición hecha de rupturas en la que cada ruptura conduce a un nuevo comienzo.  Inicialmente entiende por tradición la interpretación que es “tradicional” para nosotros: la transmisión de una generación a otra “de noticias, leyendas, historias, creencias, costumbres, formas literarias y artísticas, ideas, estilos”.  Pero hace uso de otra interpretación que nos luce contradictoria en cuanto no encaja con este patrón “tradicional” que tenemos de tradición. Reconoce que cualquier interrupción en esta transmisión equivale a quebrantar la tradición, pero luego incluye estas interrupciones dentro de la tradición, la tradición de la ruptura, como hemos dicho. Pero si estas rupturas son negadoras de tradiciones, ¿cómo no negarse a sí misma, entonces? Paz cavila sobre la contradicción de una tradición rompe tradiciones. Quizás podamos deshacer esta paradoja diciendo que lo que es tradición en lo moderno es la ruptura de tradiciones; la tradición de la modernidad es la tradición de rupturas que interrumpe tradiciones precedentes. En este sentido la tradición llamada modernidad es una antitradicionalidad. Nos estaríamos refiriendo en realidad a dos conceptos diferentes de tradicionalidad. Y ello podría explicar la paradoja de que en estas rupturas esté contenida la ruptura consigo misma, cuando en realidad en cada ruptura se reafirma a sí misma. Atendiendo a lo que priva en el espíritu de Octavio Paz pudiéramos decir que él estaría afectado por una contradicción poética. Contradicción que no lo hace sentir cómodo y lucha por sacudírsela, aunque sólo sea suavizando el término: “La contradicción subsiste si en lugar de las palabras interrupción o ruptura empleamos otra que se oponga con menos  violencia a las ideas de transmisión y de continuidad. Por ejemplo, la tradición moderna. He aquí el nuevo concepto que está introduciendo Paz: tradición moderna. Paz está consciente de lo contradictorio del término: “Si lo tradicional es por excelencia lo antiguo, ¿cómo puede lo moderno ser tradicional? Si tradición significa continuidad del pasado en el presente, ¿cómo puede hablarse de una tradición sin pasado y que consiste en la exaltación de aquello que lo niega: la pura actualidad?” La verdad es que nosotros también nos hacemos estas preguntas, “tradición moderna” nos produce el mismo efecto que nos produciría un “triángulo rectángulo equilátero”. Lo que no sabemos es por qué nuestro poeta se las hace si es él mismo quien está introduciendo tales denominaciones. Parte de esto, sin embargo, lo hemos respondido; lo moderno no puede ser tradicional, y se habla de una tradición sin pasado porque no se trata de la misma tradición, como dijéramos, o del mismo concepto de tradición, sino de otro distinto. Lo que tenemos en realidad es un conflicto entre dos conceptos diferentes que usan la misma palabra. Ahora, ¿cuál es la necesidad de acuñar esta palabra para dos significados diferentes? Pensando en lo que para nosotros es tradición se nos hace difícil aceptar este término para el concepto que se nos presenta.

            Cuando tratamos de analizar conceptos nos encontramos ante un problema que requiere cierto rigor dentro de una disciplina que posee su método para diseñar definiciones. Rigor que se manifiesta en la aplicación apropiada de los procesos cognitivos involucrados en la tarea específica. ¿Cómo hacerlo desde la poesía y con las herramientas de la poesía? Y no nos referimos a la palabra como una de estas herramientas, sino a la función de la palabra en el discurso poético, el cual es diferente a la función de la misma palabra en un discurso no-poético; un ensayo científico, por ejemplo. Octavio Paz no se puede, ni siquiera temporalmente, olvidar de su condición de poeta cuando aborda un tema tan especializado como la caracterización de la modernidad. Eso le pudiera llevar al encuentro de contradicciones que él se las atribuye al fenómeno estudiado y no piensa que la contradicción pudiera estar en él mismo. La poesía es una manifestación que obedece a una lógica diferente a la de artes como la pintura, la escultura o la música. En éstas encontramos también rupturas periódicas. Pero tenemos dudas de que después de cada una pasemos inmediatamente a una nueva tradición; las tradiciones no surgen de inmediato, se construyen con el tiempo. Cuando ellas comienzan no pueden ser categorizadas como tales. Más bien en su principio ellas serían lo moderno, en el sentido de lo último. Es con el tiempo cuando algo, si se mantiene, se convierte en tradición. Es el caso de la música tradicional venezolana, y la de cualquier región o país. En otros trabajos hemos intentado identificar los rasgos destacados de la modernidad en la música mediante otras aproximaciones al concepto, que hemos encontrado.

 

            Pero no nos alejemos de Paz, la música está en un terreno particular específico que él no trata. Él trata la poesía, su materia. Y en ésta, la herramienta fundamental es la palabra, la cual, por supuesto, también evoluciona, pero no baila al ritmo de los sones que le toca la tecnología, salvo en la incorporación de nuevos términos especializados. En poesía se mantienen los criterios de la originalidad en contraposición a formas arcaicas de expresión, a estructuras agotadas, pero en lo fundamental mantiene su independencia con respecto a la evolución tecnológica, por lo que se producen desfases importantes en la evolución de ambas. Se reconoce, por supuesto, que el elemento ideológico siempre ha estado presente en la formulación artística y es cierto que ésta ha mostrado el retrato de los valores de su época. Pero ahora estaríamos hablando del qué y no del cómo. El qué entendido como el contenido de la obra, lo que ella expresa, lo que quiere mostrar o “decir”. Y lo que se muestra es evidentemente la manifestación externa del pensamiento del artista, de su ideología y de sus valores. El cómo son los medios de los que se vale para expresar su pensamiento, y de cómo los organiza. Este cómo, depende, por supuesto, de los medios que se dispongan para el momento histórico en que el artista produce su obra. En su momento el artista tendrá que disponer sólo de ellos porque no existen otros. Lo hemos explicado (otros escritos) en el caso de la música. En ésta la tecnología ha jugado un papel de primer orden en la invención y fabricación de instrumentos, lo que ha brindado al músico nuevas posibilidades (medios) para expresar su qué. El valor relativo entre estos dos conceptos se sigue manteniendo, entendiéndose que el primero (qué) juega, aparte de la exteriorización del pensamiento del artista,  también un papel de crónica, o de retrato de una época. Y si se quiere horadar un poco más en esta diferenciación, encontraremos que también en el pensamiento del artista yacen al menos esbozos importantes para la elaboración de dicho retrato.  Porque el artista está determinado por esta época en la que a él le ha correspondido vivir y realizarse. Hay determinaciones ideológicas generales que los bañan a todos, hay valores, costumbres, creencias, formas sociales de comportamiento que son comunes. Incluso, aquellos artistas rebeldes que se sublevan ante lo establecido, por la vía de la negación muestran también las características de su geografía social.

            Para ser más gráfico en nuestra caracterización del qué y el cómo: cuando escuchamos una frase musical, podemos decir si ella fue emitida por un piano, por un fagot, por un violín o por una trompeta; por un conjunto musical pequeño, o por una gran orquesta sinfónica. Pero cuando leemos una frase en un libro, como por ejemplo: “la desigualdad de los hombres en la sociedad”, no sabemos si ella originalmente fue escrita con una pluma de pavorreal mojada en tinta, con una pluma fuente, con un lápiz, con un bolígrafo, con una vieja máquina de escribir de cinta, o con una moderna computadora casera. En este caso el medio no importaría nada, lo que importa es lo que dicen las palabras, y es éste el sentido que pretendemos transmitir cuando decimos que la palabra “no baila al ritmo de los sones que le toca la tecnología”.  Lo que no hemos negado es que la palabra evolucione. La palabra evoluciona al ritmo de los cambios sociales, e incluso de un individuo a otro en un mismo momento histórico. Fubini (1971) relata unas observaciones de Mendelssohn que ilustran bien esta afirmación. Felix Mendelssohn (1809-1847) es un músico germano del período medio del romanticismo. Dentro de su obra figuran unas 50 pequeñas piezas para piano conocidas con el nombre de Canciones sin palabras, también Romanzas sin palabras (“Lieder ohne Worte”). Cuando un crítico de la época (Marc-André Souchay) le sugirió que le diera un nombre a cada una de estas piezas con la finalidad de orientar al oyente, Mendelssohn le escribió una carta (15 de octubre de 1842) -relatada por Fubini (1971)- en los siguientes términos:

“Hay tanto para hablar sobre la música, y sin embargo realmente tan poco para decir. Por mi parte creo que las palabras no alcanzan para ser un objetivo en sí mismas, y si me diera cuenta que alcanzaran, ciertamente no podría tener más nada que ver con la música” (ver nota 1).

                Mendelssohn da una respuesta, aunque ésa no fuera su intención, a la vieja querella planteada desde el siglo XVII sobre la relación poesía/música (¿cuál está al servicio de cuál?). Ciertamente lo que se desprende es que se trata de dos lenguajes diferentes e independientes. Luego, en lo que continúa, y también sin mencionarlo de una manera específica, plantea el problema de la asemanticidad del lenguaje verbal, lo que dificulta, debido a su ambigüedad, la traducción de su mensaje dentro de un sistema notacional:

“La gente habitualmente se queja de que la música es ambigua, que tienen dudas sobre lo que deben pensar cuando escuchan algo, mientras que todos ellos comprenden el significado de las palabras. Para mí es exactamente a la inversa; no solamente en la consideración de frases enteras, sino también de términos aislados. Éstos me parecen tan ambiguos, tan indefinidos, tan difíciles de comprender en comparación con la música genuina, la cual llena el alma de miles de cosas mejores que las palabras” (ver nota 1).

                De paso, Mendelssohn se pronuncia por la superioridad de la música para expresar su pensamiento; por eso no necesita las palabras, por eso esas canciones sin palabras que fue componiendo en diferentes etapas de su vida, hasta tener un discurso completo que publicó en ocho volúmenes:

“Lo que la música que amo me expresa no es un pensamiento demasiado indefinido para ser puesto en palabras, sino, al contrario, demasiado definido. Considero que los esfuerzos orientados en expresar tales pensamientos -en palabras- son loables, pero aun así me parece algo totalmente insatisfactorio; y eso incluye a tu trabajo.

Esto, sin embargo, no es tu culpa, sino culpa de la Poesía como tal, que no es capaz de hacerlo mejor” (ver nota 1).

                He allí, pues, el dictamen de Mendelssohn sobre la capacidad limitada que tiene la poesía para expresar las ideas. Las ideas de Mendelssohn son ideas del sentimiento y la música es el lenguaje del sentimiento. Recordamos que Mendelssohn está viviendo en una etapa en la que el período romántico está alcanzando su plenitud (mitad del siglo XVIII). Es cuando se ve más consolidado el proceso  de liberación de la estética musical del racionalismo “y del intelectualismo de origen cartesiano” iniciado en el siglo XVII. Fubini (1971) lo expresa así:

         “Este proceso de liberación de la música en busca de su autonomía y originalidad, bien respecto a las otras formas de actividad humana, bien respecto a otras formas de expresión artística, aunque no llegó a su plena madurez hasta el final del romanticismo, se inició realmente en el siglo XVIII con el iluminismo y los enciclopedistas, pasando por angostos resquicios, atravesando arrepentimientos, retrocesos y excesos polémicos” (Fubini, 1971. p. 10)

                Veamos cómo termina Mendelssohn de desarrollar sus ideas, compatibles con el alcance de esta autonomía arriba señalada por Fubini:

              Si me preguntas cuál es mi idea  te digo: cada canción se sostiene en sí misma. Y si tuviese en mente algún término definido en cuanto a alguna de ellas no lo divulgaré, ya que las palabras de una persona asumen un significado totalmente diverso para otra. Porque la música puede despertar las mismas ideas y los mismos sentimientos pero esos sentimientos no podrán,  sin embargo, expresarse con las mismas palabras”.

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“Las palabras tienen muchos significados, y la música puede hacernos ver que todos ellos son correctos.

¿Sirve todo esto para responder tu pregunta? ¡Es todo lo que puedo darte a pesar de que son, después de todo, sólo ambiguas palabras!” (ver nota 1).

            Mendelssohn muestra consistencia con lo que ha planteado. Puesto que su carta está hecha de palabras, entonces lo que él escribió podría adolecer de ambigüedad.

 

            ¿Qué podemos entonces concluir con el concepto modernidad? El concepto está expresado mediante una palabra, la palabra “modernidad”.

            Con el concepto de modernidad se ha especulado extensivamente y se seguirá especulando, toda vez que la mente humana está dotada de una inquietud natural que la impulsa a “inventar” continuamente, a inventar y reinventar conceptos. Algunas veces por la necesidad misma de innovar, de reinventarse; otras, por la necesidad de encontrar explicaciones del confuso y tumultuoso mundo en que vivimos. Generalmente se dan las dos simultáneamente. Uno de los factores que impulsan a la búsqueda de nombres que definen conceptos es para dar respuestas a la necesidad de trazar fronteras que definan y delimiten, en consecuencia, eras, períodos históricos, movimientos sociales, culturales, tecnológicos, estéticos. Se espera que la modernidad como una era que tiene su vida demarcada en un período definido de tiempo, tenga una finalización, igual que todas las que se han dado en la historia; así como ya tuvo un inicio sobre la cual se han dado tantas alternativas. Pero, así como se generó tanta controversia sobre este inicio, también la fijación de una fecha de culminación ha estado enmarcada dentro de esa inquietud característica de la mente humana y su necesidad de delimitar períodos,  y era lógico que surgieran propuestas de interpretación en tal sentido. Fue así como surgió la posmodernidad, con su legión de abanderados distribuidos por todo el mundo occidental, con sus diversas posturas teóricas, algunas tan enfrentadas entre sí que parecían interpretar realidades diferentes.  Es mucha la tinta derramada al respecto y dudamos que dicho debate esté totalmente acabado. Sin embargo, algunos indicios señalan efectivamente hacia el agotamiento. Una revisión de toda la literatura que se ha producido sobre la posmodernidad y el análisis de la diversidad de posturas encontradas rebasarían los propósitos y alcances del tema central de estas líneas. Pero eso no nos excusa de presentar nuestra propia postura, toda vez que será necesario para fijar el fenómeno que sí nos hemos propuesto como es de la colonialidad en la música académica (trabajo en proceso).

 

            En principio deberíamos estar de acuerdo en que la posmodernidad irrumpe como una reacción negadora de la modernidad, presentando dicha negación en ocasiones sabores de debate ideológico-político lo que a su vez se confunde con propuestas como la de cambio de sistema político. Dentro de la controversia, la posmodernidad ha sido considerada a veces como una forma de ser de la misma modernidad (una etapa culminante de la modernidad). En nuestro concepto, con la idea de la posmodernidad se ha pretendido forzar la relación lógica de las cosas entre la realidad en un intento de ajustar ésta a nuestras definiciones y no al revés. Particularmente encontramos que ella, la posmodernidad, cumplió con el rol que le otorga Octavio Paz de mantener posiciones crítico-negadoras de sí misma. Una manera de hacerlo fue autonegarse mediante el expediente tramposo de creer ser otra. El arte y la poesía, no sólo de nuestro tiempo, sino de todos los tiempos viven de modernidad y mueren por ella (Octavio Paz). Cuando la estética de una época voltea su mirada hacia el pasado e imita lo antiguo, no lo hace en forma literal. Se imita lo antiguo con los instrumentos del presente. Prokofiev compone una Sinfonía Clásica, pero no lo hace en forma idéntica a Haydn; él lo hace como quizás Haydn la hubiera hecho de contar con los recursos expresivos del “presente”. Francis Poulenc (1899-1963) compone un concierto para clavecín y orquesta (1927-28), uno de los instrumentos protagonistas del barroco, ahora en desuso por su escasa sonoridad. Éste fue el reto de Poulenc: armonizar el clavecín con todo el volumen e intensidad de la orquesta. Y lo logró. Por otra parte, el poner en contacto dos épocas lejanas constituyó un alarde de técnica compositiva y de creatividad. Mientras el clavecín se desenvuelve en motivos de su pasado barroco la orquesta dialoga con él en su lenguaje moderno. Se trata de una evocación del pasado en el presente. Para algunos una característica de la posmodernidad en la música. Al menos así sería en la visión de Vattimo (1996). Nunca se vuelve al pasado como si éste no hubiera pasado. Se vuelve al pasado en una actitud de pietas que expresa el amor que se profesa por sus huellas. “Huellas de las que se convalece y que se rememoran estableciendo una relación viva que no las excluyen del presente” (Acosta, 1917). Esto es lo que caracteriza a la “posmodernidad” en sus “regresos” al pasado. Podría alegarse que si le estamos otorgando rasgos sustantivos, no triviales, a la posmodernidad estética,  entonces estamos reconociendo su existencia. No estamos reconociendo en realidad esta existencia, y tampoco la estamos negando. La explicación es más trivial: existe un grupo de músicos venezolanos que se autodenominan posmodernos y componen obras “bajo el signo de la posmodernidad”. A esto le hemos dedicado un espacio en nuestro ensayo “Bajo el signo de la posmodernidad. En clave musical”, en el libro “Ensayos antipáticos” (Acosta, 2017). Nosotros sólo respetamos esta autodenominación.

 

             Regresando a Poulenc, éste tiene un concierto para órgano –otro instrumento barroco-, cuerdas y timbal (1936-38). Franz Liszt, quien diera una primera campanada de negación a la tonalidad en 1885 con su Bagatela sin tonalidad, tiene también una serie de composiciones para órgano. En este caso son obras para órgano solo. Es que el órgano es una orquesta, y de gran sonoridad, además. No todos tienen el espíritu aventurero de Poulenc.

 

            No creemos, con Octavio Paz, en que la tradición moderna borra las oposiciones entre lo antiguo y lo contemporáneo y entre lo distante y lo próximo. Por el contrario, creemos que las acentúa. Es lo que se desprende de sus explicaciones sobre las rupturas. Si hay verdaderamente rupturas no se pueden borrar las oposiciones, se destacan. Según Paz quien disuelve las oposiciones es la crítica, palabra que no le gusta porque posee demasiadas resonancias intelectuales. Prefiere la palabra pasión. Sin embargo pasión no es sustitutiva de crítica. Paz las une en una nueva categoría: pasión crítica, negadora de todos los principios. Para nosotros, no obstante, la crítica no tiene necesariamente que ser negadora; pudiera ser todo lo contrario: aceptación, afirmación. Quizás lo que le ha faltado ha sido una explicación previa del significado de “crítica”.

            Algunas otras observaciones surgen de la lectura de Paz. Es inevitable, no podemos ser clones mentales de ningún autor, sobre todo en temas tan debatibles como el de la modernidad. Estas observaciones no son negadoras de Paz, sino aportadoras de otro punto de vista. A diferencia del poeta insigne creemos que la celeridad con la que transcurre el tiempo acentúa la diferencia entre el pasado y el presente. Cuando el tiempo transcurre lentamente (dentro de la relatividad del tiempo ello es posible) los cambios son imperceptibles. Los cambios se dan en el tiempo. Si este tiempo transcurre muy rápido los cambios tienen que ser violentos (“violentos” en cuanto notorios). El mismo Paz nos da posteriormente elementos para sustentar esta aseveración: “Nuestra época ha exaltado a la juventud y sus valores con tal frenesí que ha hecho de ese culto, ya que no una religión, una superstición; sin embargo, nunca se había envejecido tanto y tan pronto como ahora. Nuestras colecciones de arte, nuestras antologías de poesía y nuestras bibliotecas están llenas de estilos, movimientos, cuadros, esculturas, novelas y poemas prematuramente envejecidos” (Paz, 1981).  Nosotros le añadimos el caso de la música. Si el envejecimiento ha sido prematuro significa que se ha dado en un corto período, menos del esperado. Tiene que ser entonces más perceptible, es una consecuencia lógica.

            En esta reflexión con respecto a las cosas que pasan y la velocidad del tiempo, Paz, acertadamente afirma que no es que hoy (en su “hoy” de ayer) pasen más rápidamente los años y los días, sino que pasan más cosas en ellos. “Pasan más cosas y todas pasan más al mismo tiempo, no una detrás de otra, sino simultáneamente”.  En alguna parte ya lo habíamos dicho.

 

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1 Aunque relatado por Fubini, nosotros  hemos tomado los textos de la carta del ensayo “Mendelssohn, más allá de las palabras”, de María Laura del Poza (2009) en Sinfonía virtual. Revista de música clásica y reflexión musical, en www.sinfoniavirtual.com/revista/011/mendelssohn_mas_alla_palabras.php. La razón ha sido que en dicho ensayo se publica la carta completa de Mendelssohn. Cuando se ha tomado directamente de Fubini, se ha insertado la información al final de la cita.

 

 BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA DE LOS AUTORES MENCIONADOS

ACOSTA M., Octavio (2017). Ensayos antipáticos. Sobre posmodernidad y         otras                 supersticiones. Edición de La Taguara Exquisita. Valencia.         Venezuela.

 DEL POZA, María Laura (2009). Mendelssohn, más allá de las palabras.            Sinfonía             virtual. Revista de música clásica y reflexión musical. Argentina. En

 

            www.sinfoniavirtual.com/revista/011/mendelssohn_mas_alla_palabras.php

DUSSEL, Enrique (1994). 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el         origen del                “mito de la Modernidad. Plural editores. La Paz.          Bolivia.

 

FUBINI, Enrico (1971). La estética musical del siglo XVIII a nuestros días.       Barral          Editores, S.A. Barcelona. España.

 PAZ, Octavio (1981). Los hijos del limo. Editorial Seix Barral, S. A..     Barcelona.    España

 QUIJANO, Aníbal (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y          América                   Latina. En Edgardo Lander (Compilador) La colonialidad del    saber: eurocentrismo               y     ciencias sociales. Perspectivas            latinoamericanas. CLACSO. Buenos    Aires.               Argentina.

 VATIMO, Gianni (1991). Ética de la interpretación. Ediciones Paidós. Barcelona. España.