embed src=http://flash-clocks.com/free- embed src=http://flash-clocks.com/free- La Taguara Exquisita: agosto 2013

miércoles, 21 de agosto de 2013




CUENTO



ETERNO RETORNO
A la memoria de Charles M. Schult
Octavio Acosta Martínez
octaviocultura@hotmail.com
Twitter@snittker







Al tipo le gusta la tipa. También le gusta el billar. Pero quizás le guste más la tipa. Sí, seguro, le gusta más la tipa... ¿o el billar? No, la tipa. Pero la tipa lo vacila. El billar siempre está ahí. La tipa no está ahí. Ella le hace creer que está ahí, pero no está. Con el billar fue amor a primera vista. Cuando el tipo vio aquellas tres bolas corriendo por la mesa, quedó hipnotizado. ¿Alguna vez has jugado esto? El tipo no respondió.  ¿Alguna vez has jugado? El tipo estaba hipnotizado. ¿Has jug... ¿Qué?... ado alguna vez? El tipo entendió que era una invitación. Pero el tipo no pudo responder de inmediato. Sus ojos seguían el recorrido de las bolas. Aquella suavidad de desplazamiento. El tac,...tac que producen al chocar. El efecto mágico que hacía a una bola buscar la otra. 



Han pasado muchos años de la pregunta. ¿Alguna vez has jugado? Ahora hay una respuesta. Toda la vida. Mucho antes de conocer a la tipa. La tipa no había nacido cuando al tipo le hicieron la pregunta. El tipo y el billar han estado juntos mucho tiempo. Han tenido también separaciones. Unas largas, otras más cortas. Las circunstancias. No ha sido culpa del tipo. Tampoco del billar. Pero el tipo y el billar vuelven a encontrarse. Es el tipo quien en verdad se ha separado. Sin querer. El billar siempre ha estado ahí. El billar no se va. Cuando el tipo regresa, el billar está ahí. Con la tipa fue distinto. Con la tipa todo se dio más lentamente. Pasó tiempo para que el tipo estuviera con la tipa. Un día la tipa le metió la mano entre las piernas. El tipo entendió que era una invitación. La tipa hizo mucho para que todo se diera. También hizo mucho para que todo se deshiciera. La tipa llegó. La tipa se quedó un tiempo. Después la tipa se fue. El tipo siguió jugando billar. El billar no se va. El billar siempre espera al tipo. La tipa no espera al tipo. La tipa reaparece de repente. La tipa produce la sensación de volver. Te quiero mucho. Me haces falta. Tomémonos una cerveza. El tipo y la tipa se toman una cerveza. No, hoy no puedo. Me tengo que ir. Mi hija me está esperando para llevarla al dentista. La semana que viene nos vemos. Quizás podamos la semana que viene. Mándame un email y nos ponemos de acuerdo. El tipo le escribe a la tipa. Hola, ¿cuándo salimos? Esta semana no puedo. Estoy complicada con la panadería. Llámame el martes. Hola, estoy reportándome. El martes no puedo salir, pero el miércoles sí podría. Quiero tomarme una cerveza contigo. ¿Nos vemos a las cuatro? Ok, nos vemos a las cuatro. El tipo espera hasta el miércoles. El tipo no juega billar el miércoles. Al tipo le gusta mucho el billar. Pero le gusta más la tipa. ¡Aló! No te oigo. Estoy en la autopista. Ya estoy llegando. Pero tengo que hacerle una diligencia al portugués. No contaba con eso. El carajo me complicó la vida. Llámame el viernes. Al tipo le gusta la tipa. El tipo juega billar el jueves. El tipo no juega billar el viernes. El tipo llama a la tipa el viernes. Al tipo le gusta mucho la tipa.

El tipo quiere ver a la tipa. El tipo recuerda cuando la tipa estaba. Pero la tipa se fue. La tipa ahora no está. La tipa produce la sensación de que regresa. La tipa vacila al tipo. El tipo trata. Quién quita que un día. ¡Aló! ¿Puedes salir esta tarde? Sí te llamaré cuando llegue. Deja el celular encendido. ¡Aló! Pásame buscando a las cuatro. No, el portugués no está. Hola, ¿para dónde vamos? No sé, para donde tú quieras. Bueno, podemos... Espera, primero tengo que pasar por una oficina de contadores. Tengo que recoger un documento que me dejaron. No, es rapidito. Sólo lo recojo y soy toda tuya. El tipo se mete en el tráfico. El trafico está pesado. El tipo deja a la tipa frente a la oficina del contador. El tipo no encuentra cómo estacionarse. Le doy la vuelta a la manzana y te recojo. El tipo tarda 40 minutos en darle la vuelta a la manzana. La tipa espera al tipo en la acera. El tipo recoge a la tipa. ¿A dónde vamos? Donde vendan Heineken. No vende Heineken en ninguna tasca. Solo esas vainas de light y ice. Ni siquiera solera verde, que es la mejorcita. Si acaso, solera azul. pero la solera azul es una agüita. Todas son unas agüitas. Antes la cerveza era fuerte. También era amarga, para hombres. La cerveza era buena antes. Ahora la cerveza es mala. ¿De dónde sacan que aquí tenemos la mejor cerveza del mundo? ¿La gente conoce la cerveza del resto del mundo? ¿Conoce el mundo? ¿Ha probado sus cervezas? La cerveza de ahora es para señoritas. Pero señoritas de las de antes. Las señoritas de ahora toman más que los hombres. Y no se rascan. Los hombres tratan de rascar a las señoritas. Pero se rascan ellos primero. Sus organismos se acostumbraron a ser light. No pueden tomar otra cosa. Porque ahora todo es light. Mantequilla light. Refrescos light. Jabones light. Cervezas light. Jugos light. La gente es light.
El tipo quiere tomar cerveza para hombres. La tipa también quiere tomar cerveza para hombres.  O para señoras.      O para señoritas. Pero para señoritas de ahora. O para señoras de ahorita. No importa, compramos Heineken en Las Canarias. La tomamos en el carro. Lo importante es que esté contigo. Tú me llenas. Me gusta estar contigo. La tipa sabe manejar bien al tipo. El tipo compra Heineken en Las Canarias. El tipo va con la tipa en el carro. El tipo para el carro en una calle sola. El tipo está nervioso. El tipo sube los vidrios. El tipo pone los seguros. Eso de estar en un carro con una tipa. Antes se podía. El tipo estuvo muchas veces    antes 
en un carro. Estacionado en una calle solitaria. O en un parque. Pero ahora. Todo sea por estar con la tipa. Y mientras la tipa se decida a ir a otra parte. ¡Aló! Hola, mi amor. Ok, no te preocupes. Yo paso buscándolo. El portugués me persigue. El portugués es una ladilla. ¿Por qué no apagas el celular? La tipa no apaga el celular. El celular es la ladilla. El celular es una chaperona. Es la chaperona de la tipa. No te preocupes, es que así se queda más tranquilo. El que no está tranquilo es el tipo. El tipo mira por el retrovisor. El tipo está nervioso. En una calle solitaria con una tipa. Así quién puede. ¡Aló! ¿Qué pasó? ¿Que no encuentras qué? Está donde siempre. ¿Otra vez el portugués? No, es mi hija. ¿Sí?... Ok, ya voy para allá. tengo que ir a la casa. Mi hija no encuentra la pasta de dientes. No, no puedo quedarme. Tú no la conoces. Si no voy le da una loquera. ¿Entonces? ¿Cuándo nos vemos? Yo te mando un email. Hola, estoy reportándome. Espero conversar pronto contigo. Quiero independizarme. Tener negocios con el marido es una vaina. Y los hijos que joden. Quiero independizarme de ellos también. El tipo no le contesta. El tipo se va a jugar billar la próxima semana. Hola, ¿te fijas? Tu eres el difícil. Mi celular está siempre encendido. ¿Por que no me llamas y nos ponemos de acuerdo? ¡Aló! Sí, podemos vernos el miércoles. Nos tomamos una cerveza. ¿El miércoles, entonces? El miércoles el tipo no juega billar. ¡Aló! Se me presentó una dificultad. Tengo que llevar a mi hija al médico. Llámame el viernes. ¡Coño! ¡Y yo que dejé hoy el billar! Ya es muy tarde para ir. Pensar que la mesa está allá. La mesa no tiene rollos. La mesa no lleva las bolas al médico. Las bolas siempre están bien. Las bolas no se enferman. La mesa no se enferma.


El billar está bien. Hola, perdona que no te había llamado. Pasé tres días en la clínica. No, fue una operación sencilla. 
Para bajar de peso. Quiero que me veas bella. Ya estoy en la casa. Me siento mejor. Ya puedo salir contigo. Estoy lista para ti. Podemos salir cuando tú quieras. Pon el día, la hora y el sitio. El tipo pone el día, la hora y el sitio. El viernes te busco a las tres. A las tres no puedo. Tengo una reunión de trabajo en la zona industrial. ¿Te parece a las cinco? Llámame como a las cuatro y media. El tipo no juega billar el viernes. El tipo está pendiente de la tipa. La tipa está lista para él. ¡Aló!... ¿Qué le pasa a esta vaina?... el suscriptor que usted ha llamado no... El tipo llama de nuevo. ¡Aló!... está disponible... El tipo llama de nuevo. ¡Aló!... intente su... El tipo llama por décima vez... mas tarde. La tipa no contesta. Tampoco sale la contestadora. El tipo se dirige al billar. ¡Aló!... no puede ser localizado. Favor... El maldito celular está fuera de zona. Eso dice la tipa cuando no le contesta. La tipa está con el celular en la zona industrial. Eso es, todavía está en la zona industrial. Seguro está en el tráfico. Seguro la tipa está trancada. El tipo llama por el camino. Puede que la tipa conteste antes de que llegue al billar. Si la tipa contesta, el tipo no va al billar. Al tipo le gusta el billar, pero le gusta más la tipa. La tipa está bien buena. La tipa está más buena que antes. Antes la tipa estaba buena. Cuando ella le metió la mano en el pantalón. Pero ahora está mejor. ¡Aló!... el suscriptor que usted... El tipo se va al billar. El billar está ahí. El billar no tiene celular. El billar no tiene portugués. El billar no tiene hijos. El billar no está fuera de zona. El billar no lo vacila. El billar no tiene complejo de Lucy. El tipo no tiene complejo de Charlie Brown con el billar. 
¿Qué pasó? Estuve esperando tu llamada. También te llamé. Tenía las ganas, el tiempo y la libertad para salir contigo. La tipa siempre dice lo mismo. No respondiste. La tipa se adelanta a lo que le dirá el tipo. La tipa le encanta vacilar al tipo. Nos podemos ver la semana que viene. El lunes estoy en Valencia. Llámame el lunes. ¡Aló! te estoy llamando. ¿Te diste cuenta? ¿Sabes que día es hoy?. Hoy es lunes. Hola, qué bueno que llamaste. ¡Aló! ¿Me escuchas? Estoy en la panadería. ¿Y eso? Aquí no pueden hacer nada sin mí. El portugués es un inútil. El carajo lo único que sabe es contar la plata. Bueno, te llamo mañana. Mañana tengo que llevar a mi hija a natación. Estaré en el Ítalo. Podemos conversar mientras ella entrena. Solos. Necesito conversar contigo. Tengo mucho que contarte. Tú me llenas. Tú me haces falta. El portugués no habla. Nos podemos tomar una cerveza allí. No, no hay Heineken. Pero no importa. Lo importante es que te vea. Te espero a las cuatro. Sí, te anoto en la puerta. Ok, te llamo cuando vaya saliendo. El tipo no irá al billar mañana. Mañana verá a la tipa. En el club se pondrá de acuerdo para otra salida. Sin natación. Sin hija. El billar que espere. El billar siempre está ahí. El tipo verá a la tipa. Después verá qué pasa. ¡Aló!... ¡Coño! ¡No contesta! ¿Y si me voy al club? Por el camino la llamo. ¡Aló! ... el suscriptor que usted... ¡Qué tráfico tan arrecho!
¿Seguiré? ¿Y si sigo y no está?... o intente su... más tarde... ¿Y si no me dejan entrar? ... su llamada será transf... ¿Me habrá anotado en la entrada?... no puede ser localizad... ¿Y si pierdo el viaje? Otro intento:... será desviad al buzón... ¡La misma vaina! ¡Siempre lo mismo! Cuando el tipo sale al encuentro el celular de la tipa no funciona. El encuentro está siempre fuera de zona. El encuentro no tiene línea. Cuando la tipa está con el tipo, el celular de la tipa funciona. Cuando la tipa y el tipo están juntos el celular de la tipa no falla. Llama el portugués   y la tipa contesta. Llama la hija y la tipa contesta. Llama la otra hija y la tipa contesta. Llama el varón y la tipa contesta. El tipo está arrecho. El tipo está más arrecho que el tráfico. El tipo se va arrecho al billar. El tipo se detiene para echar gasolina. Desde la bomba llamará otra vez a la tipa. Quién quita. No, mejor no. Dicen que un celular puede volar la bomba. El tipo no sabe si es verdad. Por internet pasan cuanta vaina se le ocurre a la gente. Que si una chispa. Que si la señal eléctrica. Que si una mujer se bajó del carro y llamó por el celular. Que si el carro explotó. Que si le debes pasar este email a diez más. Que si no lo pasas te cae. 

El tipo no pasa los email. Al tipo no le gusta las cadenas de email. Al tipo no le gusta ninguna cadena. El tipo no cree en nada. Pero por si acaso... Más allá podré llamar. El tipo ve una calcomanía en la bomba. ¿Te fijas? Es la prohibición de usar el celular en la bomba. El tipo se aguanta. El tipo no llama a la tipa. La bomba puede volar. La tipa tendrá que esperar. ¿Quién tendrá que esperar? El tipo es el que está esperando. El tipo está impaciente. El tipo tiene un carro por delante. No, no es un  carro. Es una camioneta. Una camioneta de la policía. Es una patrulla. El tipo piensa que es una patrulla bolivariana. El tipo se distrae viendo la patrulla. La primera vez que el tipo vio una patrulla bolivariana se sorprendió. Era una patrulla roja. Sí, roja rojita. El tipo nunca había visto una patrulla roja. Después vio otra. Y otra. Todas las patrullas eran rojas. Todo se parecía el cuento del enanito rojo. El tipo se acostumbró. El tipo no se sorprendió más de ver patrullas rojas. Al tipo le pareció normal que las patrullas fueran rojas. Después las patrullas dejaron de ser bolivarianas y cambiaron de color. Pero luego volvieron a ser bolivarianas. Pero ya no eran rojas. No, con el dólar. No se puede importar pintura roja para carros. La patrulla que ahora no es roja está delante del tipo. El bombero echa gasolina a la patrulla. Los policías se bajan de la patrulla. Los policías conversan. Los policías se ríen. El tipo se sorprende. No sabía que los policías se reían. El tipo se acuerda de la tipa. El tipo está intranquilo. ¿Estará esperando la tipa? El bombero también conversa con los policías. El bombero también se ríe. El bombero termina de echar gasolina a la patrulla. Pero los policías no se van. El tipo quiere echar gasolina rápido. El tipo quiere llamar a la tipa. Un policía conversa por un celular. El celular del policía funciona. El celular del policía está dentro de zona. La bomba de gasolina no vuela. El tipo piensa que podría usar el celular. El tipo vacila. No, mejor no. El policía podría tener un celular especial. El celular del policía no vuela la bomba. El tipo está desesperado. El policía no se va. El tipo no toca corneta. No se atreve. La patrulla es bolivariana, otra vez. Y la policía es siempre la policía. La policía es la autoridad. La policía puede demorarse lo que quiera en la bomba. Si el tipo toca corneta lo pueden confundir con un golpista. Los policías se suben a la patrulla. La patrulla por fin se va. El tipo echa gasolina. El bombero no se ríe con el tipo. El tipo sale rápido de la bomba. El tipo se para a llamar a la tipa. ¡Alo!... el suscriptor que usted ha llamado... ¿Y porqué coño no me llama ella? ¿Entonces? Ahora este tráfico. ¡Me voy a la casa! Es tarde para ir al billar. Mejor me hubiera ido a jugar billar temprano. El billar no usa celular. El billar está ahí. El billar no tiene que llevar las bolas a nadar. Al tipo le gusta la tipa. También le gusta mucho el billar. Pero casi le gusta más la tipa. La tipa está bien buena. Pero la tipa lo vacila. La tipa tiene complejo de Lucy. El tipo tiene complejo de Charlie. La tipa retira la bola cuando el tipo va a patear.








El billar no le retira las bolas al tipo. Las bolas siempre están ahí. Las bolas están sobre la mesa. Las bolas no se escapan cuando el tipo va a tacar. La tipa en cambio es complicada.                                                                                            

La tipa es la mujer fatal. la tipa siempre se queja. Del portugués. Del negocio. De los hijos. la tipa no se queja del tipo. Pero lo vacila. El tipo se va arrecho para la casa. Los Yankees juegan esta noche. Juegan contra los Medias Rojas de Boston.  Los Medias Rojas son los archirrivales de los Yankees.  Esta noche Meridiano pasará el juego de los Yankees. El tipo no verá a la tipa. El tipo no jugará billar. El tipo verá a los Yankees. El tipo prende el televisor. El tipo ve a los Yankees jugando. Los Yankees es el equipo home club. Los Yankees están perdiendo 2 a 1 en el octavo. Los Yankees están cerrando el octavo y tienen corredores en segunda y en tercera con un out. Con un fly largo empatan el juego. Con un hit pueden anotar los dos. Viene a batear Derek Jeter. Derek Jeter no conoce a la tipa. El tipo piensa que es mejor que Derek Jeter no conozca a la tipa. Ningún jugador de los Yankees conoce a la tipa. 













                   









Derek Jeter se prepara para batear. El pitcher de los Medias Rojas se prepara para lanzar. El pitcher de los Medias Rojas tampoco conoce a la tipa. Ningún jugador de los Medias Rojas conoce a la tipa. El pitcher presenta y lanz... ¡cadena!...


El tipo no ve más a los Yankees. El tipo no sabe si empataron el juego. El tipo no ve la cadena. Al tipo no le gustan las cadenas. El tipo tiene una arrechera de Grandes Ligas. El tipo se va a acostar. ¡Hola! estoy presa. El portugués me vigila. El portugués no me da ni un respirito. No te preocupes. Estoy haciendo algo para no estar más presa. Quiero tomarme unas
cervezas contigo. ¿Y el portugués? ¿El portugués?... No, qué va. El portugués es muy bruto. El carajo no sale de pan campesino. Y de queso. Y de mortadela. Y de refrescos. Y de jamón. Tú eres distinto. Tú eres un tipo muy especial. Contigo puedo hablar. Contigo me siento otra. Yo no quiero otra. Yo quiero a la misma. Tampoco la quiero para hablar. Yo quiero a la misma del portugués. ¿Sí? No lo puedo evitar. Yo te necesito. El tipo cree que la tipa lo necesita. La tipa hace que el tipo crea que ella lo necesita. La tipa sabe manejar bien al tipo. La tipa lo invita de nuevo a patear. El tipo acepta la invitación de la tipa a patear. El tipo tiene la esperanza de que un día. ¿Nos vemos el viernes? El viernes nos podemos tomar una Heineken. Donde tú quieras. Ok, nos vemos el viernes. El tipo no va a jugar billar el viernes. ¡Aló! ¡Carajo! ¡Por fin contestas! tengo que hacer algo primero. Tengo que comprarle unas gafas al varoncito. Me desocupo a las cuatro. No, es que estoy en una tranca. No te preocupes. 
Estaré puntual. primero tengo que dejar las gafas en la casa. Después me echo un baño y salimos. No, yo me baño rapidito. Quiero que me encuentres fresquecita. Y olorocita. Espera. ¡Coño! ¡El portugués se vino!¡Qué ladilla!  El carajo no me deja en paz. El carajo no puede estar sin mí. tendremos que vernos después. Llámame el martes en la mañana. Nos ponemos de acuerdo para la tarde. Al tipo le gusta el billar. El billar no tiene complicaciones. En el billar podría jugar también el portugués. ¿Por qué no puede el tipo jugar donde juega el portugués? El tipo siempre ha jugado al billar. El tipo ha jugado al billar desde mucho tiempo antes de conocer a la tipa. El billar siempre está disponible. No hay conflictos con el billar. La tipa no está. El billar está. ¡Aló!... su llamada será desviada al... Al tipo le gusta el billar... no puede ser loc... Al tipo le gusta la tipa. ¡Aló!... o intente a hacer su llamad...  le gusta la tipa... le gusta la... no puede ser... ¡Aló!... la tipa tiene un ... no está disponible... ¡Aló!... al finalizar el t... ¿Aló?... el tipo se... el tono... ¡Coñ... deje su m... adre!































































sábado, 10 de agosto de 2013




CUENTO
                                                                Octavio Acosta Martínez



LA TAZA DE CAFÉ


“La vida es sólo una taza de café
                                                                                                          tras otra,  y no preocuparse
                                                                           por otra cosa”.

Bertrand Russell














        Salí del Banco después de cobrar mi pensión del seguro social y me dirigí a la librería que estaba en la planta baja del mismo centro comercial. Me dediqué a la revisión de rigor que hago en mis visitas a las librerías. Normalmente me paseo por casi todas las categorías señaladas en los estantes. Digo “casi”, porque paso de largo por las correspondientes a autoayuda, que me parece deberían estar junto a las publicaciones de esoterismo. Ambas son igualmente tontas e inútiles.

         Estas rutinas de revisión bibliográfica las realizo de manera automática y como una obligación que me he autoimpuesto, quizás para justificar mi estadía en un centro comercial que aparte de la utilidad funcional que prestan los Bancos, no tienen prácticamente nada que ofrecerme. Las mismas tiendas de siempre, la misma exhibición de zapatos, vestidos, relojes, las ventas de celulares, las tiendas de fotos, las tienditas de pasillos con sus franelas de clásicos estampados artesanales, banderines, lapicitos, colgaderos de llaves  con ingeniosas frases en cartelitos (“¿Dónde coño están las llaves?”); la feria de la comida con las franquicias que encontramos en todas partes; salas de multicinema donde se proyectan las últimas películas de la nada original industria estadounidense, alguna tienda de discos y videos. No pueden faltar las ventas de helados, para satisfacer las necesidades de los niños y mantenerlos tranquilo mientras los padres vitrinean y compran… y los cafés.

         He obviado incluir en la lista las librerías, pues ya ustedes saben que estoy en una. Hay otra a la que también visito. Estas dos librerías no escapan a la política de franquicias que gobierna toda la vida comercial y a ellas las encontramos en cuanto centro comercial de cuanta ciudad del país podamos visitar, vendiendo los mismos libros y los mismos útiles escolares. Esto no deja de tener su ventaja para mucha gente que dispone de poco tiempo o de pocos recursos para desplazarse, pues si usted va a un centro comercial, ya fue a todos.
En esta oportunidad realicé mi revisión con la mirada un poco perdida y sin mucho interés realmente en lo que estaba haciendo, pero seguramente algo compraría y efectivamente, así fue. Me interesó un libro de Francis Fukuyama, aquel mismo que desencadenó esa ola de fin de todas las cosas, cuando publicó sus ensayos El fin de la Historia y el último hombre. Tenía ahora en mis manos su última publicación que para ser consistente con la actualidad filosófica-epistemológica, se llamaba El fin del hombre. Menos mal que el lenguaje bolivariano no ha llegado a esta intelectualidad. De lo contrario el título hubiese sido El fin del hombre y de la mujer, y hasta allí llegaría también mi afición por la lectura (el lenguaje bolivariano es incalable). Un subtítulo a continuación indicaba el sentido del discurso que desarrollaría en esta oportunidad: de la revolución biotecnológica. Una breve revisión del texto de la contratapa me convenció de que ése era el próximo libro que engrosaría la colección de mi biblioteca particular. Tengo la esperanza de que no haya sido manipulado por la palabra revolución, pero uno nunca sabe. ¡Con estos mensajes subliminales!

Me dirigí con el libro en la mano hasta el mostrador donde está la caja. Saqué mi tarjeta de débito y mi cédula de identidad y se la entregué a la chica que cobra, quien la procesó y… afortunadamente la tarjeta pasó. Algunas veces no lo hace por razones que son para mí desconocidas. En esos casos, debo pagar en efectivo, sacar otra tarjeta que será sometida a la misma prueba, o dejar allí la “mercancía”. La muchacha me puso sobre el mostrador una copia del recibito de la tarjeta y un bolígrafo.
-Cédula y teléfono, por favor –me dijo con voz amable, pero totalmente impersonal.
Éste es otro misterio que está fuera del alcance de mis posibilidades cognitivas. He comprado en esta librería desde mi época de estudiante y antes de que ella misma fuese una franquicia. Muchos años han pasado desde entonces. Cuando la chica introduce el número de mi cédula en la computadora, allí aparezco yo. Seguramente estarán también mi número de teléfono, mi dirección y cuantos datos me han pedido a través de tantos años. Sin embargo, cuando acudo a la caja soy un desconocido que se presenta por primera vez. Si algo no saliera con la calificación de “aprobado” no habrá consideración de ningún tipo. ¿Para qué será ese “cédula y teléfono, por favor”, aun teniendo ella mi cédula laminada en sus manos y estando el número registrado en la computadora? Con esa misma tarjeta he comprado en el exterior, donde no tengo una dirección, ni un número telefónico, ni una cédula. Sólo un pasaporte que nunca me han pedido, y todo ha marchado bien. ¿Podría considerar esto como una expresión más de nuestro subdesarrollo sin que me tacharan de extremista?
Bueno, cumplí con el ritual y salí de la librería con Fukuyama metido en una bolsa. A diferencia de todas las otras veces, en esta oportunidad no fui a la otra librería, ni tampoco a la venta de discos. Sólo deseaba una cosa: tomarme un café.

Subí al segundo nivel donde está uno de los cafés de pasillo, con mesitas al lado de la baranda desde donde un espectador alienado puede ver pasar por su lado a la otra gente alienada, posando su mirada hacia todas partes en busca de cualquier cosa que les permita sorprenderse. Es difícil sorprenderse ante lo que se repite todos los días y en todas partes, pero la gente, igual se hace la sorprendida. Eso forma parte del juego.
Me senté en una de esas mesitas y al rato se apareció el tipo (no parecía un mesonero, era el mismo que estaba tras el mostrador preparando las cosas) y quien me hizo la pregunta de rigor:
-¿En qué le podemos servir?
-Tráeme una taza de café, por favor –le respondí.
-¿Cómo lo quiere?
-Me gustaría un guayoyo –respondí otra vez.
-¿Grande o pequeño?
-Que sea grande –le dije.
 Ya estoy acostumbrado a que los conceptos de grande y pequeño han cambiado y si alguien pide un café pequeño tiene que atravesar una ancha capa de espuma antes de que sus labios alcancen a mojarse con el poquito de café acumulado abajo.
El tipo se tomó de nuevo su tiempo hasta que se apareció con la taza de café, dos bolsitas de azúcar y una cucharita, que colocó frente a mí. Creo que había una o dos galleticas en el platico.
-Aquí tiene, jefe.
-Muchas gracias.
Ya me he acostumbrado a la denominación de “jefe”. Al fin y al cabo me la he ganado con los años.
Destapé las bolsitas de azúcar, las vertí en el café, revolví con la cucharita y tomé mi primer sorbo.
Dejé la taza en la mesa, abrí la bolsa donde estaba Fukuyama, le quité el plástico al libro y me puse a revisarlo con indiferencia.


         En eso estaba, cuando de pronto escuché una voz que me decía:
         -¿Por qué finges que estás interesado en revisar ese libro?

     Me sorprendí e inmediatamente subí la mirada para ver quién me hacía esa pregunta tan impertinente. Antes de decidir si molestarme o no, preferí cerciorarme primero de si era un broma de algún amigo que iba pasando. Pero no, no vi a nadie. Me levanté de la silla para buscar mejor y efectivamente, allí no había nadie. Seguramente fue una ilusión, o quizás una frase captada al azar de alguna conversación que atravesó el pasillo.
        Me dispuse a sentarme de nuevo cuando volví a escuchar la voz:
      -A ti no te importa ese libro, se te ve en la cara. Estás matando un tiempo del que no sabes cómo disponer.
       La sorpresa ahora fue mayor, porque después de convencerme de que no tenía ninguna persona cercana, pude constatar que quien me hablaba era la taza de café.
      Haciendo un esfuerzo por superar el impacto decidí seguirle la corriente para ganar tiempo y ver si se me despejaba la mente y se aclaraba la situación.
    -¿Por qué piensas que no me importa el libro? –le dije, pero mirando disimuladamente a los lados para ver si alguien me observaba hablando con una taza-. Si no me importara no lo hubiera comprado.
     -Sí –ripostó la taza de café-, yo creo que te interesa el tema y seguramente lo leerás luego, en tu casa; pero en este momento no es el libro lo que te importa.
    -¿Y qué sabes tú de lo que me pueda importar o no? –Me sentía un poco molesto ante la intrusión de la osada taza-. ¿Eres psicóloga o qué?
    La taza no cambiaba de forma ni experimentaba ningún movimiento sobre la mesa, pero yo comenzaba  percibir en ella una cierta expresión de autosuficiencia. Se tardó unos segundos para responderme, lo cual hizo con voz apaciguadora y filosófica:
     -Recuerda que soy una taza de café y he pasado por muchos labios, en esta mesa y en las otras vecinas que tú estás viendo. Labios jóvenes, labios viejos, labios de hombres, labios de mujeres, labios de gente con madurez y formación, labios de gente sifrina –la taza hablaba con dominio y conocimiento-. Con tantos contactos he aprendido a leer el interior de las personas. Sé cuándo están contentas, cuándo están preocupadas, cuándo están tristes, cuándo están molestas, cuándo están indiferentes, cuándo esperan algo y cuándo no esperan nada…
     La taza iba a continuar en su discurso, pero yo la interrumpí bruscamente:
         -Ajá, ¿y yo cómo estoy? –pregunté.  
         -Tú estás solo –respondió tajantemente.
        -¡Vaya descubrimiento! –repliqué con ironía-. Cualquiera puede ver que estoy solo.
         -No, no –me interrumpió la taza-. Yo me refiero a solo. Solo de soledad. Solo de necesitar a alguien, solo de querer compartir y no tener con quién, solo de que no tienes en este momento a nadie con quien comentar sobre ese libro que quizás entonces sí te interesaría.
       Repentinamente me faltaron las palabras. Por una parte, la incomodidad de en cierta forma sentirme descubierto.  Por otra parte, sin todavía superar mi incredulidad de estar hablando con una taza. Sin embargo, ya poco me importaba si alguien me observaba o no. Sólo pensaba que me estaba entrampando en una misteriosa conversación que no sabía a dónde conduciría. Decidí averiguarlo.
         -Supongamos que todo eso sea cierto…
         -¡Es cierto! –me interrumpió la taza.
      -Espera, déjame terminar. Supongamos que sea cierto. ¿Qué debería hacer, entonces? –fue mi pregunta.
      -Bueno, una cosa que puedes hacer es invitar a alguien a compartir contigo una taza de café –dijo.
         -¿Y qué si te digo que ya invité a alguien? –dije, mirándola fijamente.
         -¿Y dónde está ese alguien? No veo a nadie.
         -No sé, no me ha respondido –dije
         En este momento me sentí como si estuviera sentado en una consulta psicológica y esperaba con interés las respuestas del especialista. De la especialista, quiero decir.
         -¿Cómo hiciste para invitarla? Porque me imagino que se trata de una ella. ¡No estarás así porque no te ha respondido un él! –dijo con sorna.
         -Bueno, tú eres la que ha aprendido a leer el interior de las personas a través de tus contactos con los labios –respondí también con ironía-. ¿Quieres que te dé otro sorbo para ver si te aclaras?
         -No, no es necesario –dijo la taza-. Da el sorbo si tú quieres. Éste es tu café y yo, por ahora, soy tu taza. Pero sé que se trata de una mujer. Lo que no me has respondido es cómo fue la invitación.
        
         A estas alturas no tengo ningún tipo de aprehensión, estoy metido de lleno en la situación que antes me parecía absurda. Ahora me parece lo más natural y estoy interesado en la opinión de una taza de café que me ha adivinado mejor que cualquier persona. Ninguna de las personas que pasan por el pasillo, mirando cosas interesantes para comprar me hubiese descubierto de esa manera al verme sentado en esa mesita.  Así que le respondí a lo que preguntaba:
          -Le escribí un email y le hice la invitación.
         -¡Esto de los email…! No termino de comprender. Bueno, ésa parece ser la nueva realidad. Pero no se puede tomar un café por correo, ella tendría que estar aquí –más que una respuesta parecía ser su propia reflexión -. ¿Por qué no te ha respondido?
         -¡Qué sé yo! –dije- A lo mejor no le interesó.
       -Pero pudo haberte dicho que “no” de una manera diplomática, si ése fuera el caso. ¿No será que no se lo supiste pedir?
       -¡Ahora sí!... –exclamé- ¿Es que ahora hay que hacer un Diplomado o una Especialidad, una Maestría tal vez, para invitar a una chica a tomarse un café? –me estaba exasperando un poco-. Uno la invita y punto, ¿qué misterio puede haber en eso?
         -Cálmate –me dijo la taza en tono tranquilizador.
       -¡Qué calmarme ni qué nada! –ahora sí me estaba colmando el ánimo-. Yo estaba tranquilo tomándome mi café ¿Por qué viniste a jurungarme?  Al fin y al cabo, ¿a ti qué te importa? ¿Es ése tu problema?
       La taza se sintió un poco intimidada por mi reacción y adoptó un aire mesurado de comprensión y de parecer ser ella ahora la que necesitara un apoyo.
        -Aunque tú no lo creas a mí me importa mucho, y en cierta manera sí es también mi problema –fue su inesperada respuesta.
    Con estas palabras la taza logró sorprenderme y dejarme un poco desequilibrado. Tratando de recobrar el control de la situación, repregunté:
       -¿De qué forma es éste tu problema?
       La taza vaciló un poco antes de responder.
       -Verás –me dijo-, a mí tampoco me gusta estar sola –la taza adquirió un tono melancólico-. Me gusta tener otra taza al lado. En este momento, tú me ves, estoy sola sobre esta mesa. Sería muy distinto estar acompañada y escuchar el sonido agradable de una conversación en la que nosotras seamos una bonita excusa. De vez en cuando recibir un sorbo y a través de él sentir la alegría y la satisfacción de una comunicación. No hay nada más triste que un silencio anhelante. ¿Comprendes porqué me entrometí? 









         Casi comprendí,… pero ¡no! ¿Qué es esto? ¿Me estoy volviendo loco? No me puedo dejar sugestionar por una taza. Esta conversación no existe, yo no estoy esperando a nadie y me siento muy interesado en leer mi libro.
         Me tomé de un trago todo el café que quedaba, pedí la cuenta y puse el importe sobre la mesa.
       Doblé varias servilletas y se las atapucé a la taza…por si acaso… para que no pudiera hablar más. Tomé a Fukuyama y lo metí de nuevo en la bolsa, me levanté de la mesa y me retiré. Cuando bajaba por la escalera mecánica volví la cabeza y vi cómo  el tipo  retiraba la taza y la llevaba al fregadero del negocio. “Ahora te van a lavar la boca –pensé- para que no seas tan habladora”.

      He llegado a mi casa y me he puesto cómodo. Me puse un short, una franela, me quité los zapatos y medias y me puse mis confortables cholas viejas de siempre. Ahora leeré a Fukuyama. “El fin del hombre”. ¿Qué querrá decir Fukuyama con esta vaina? ¿Será el fin del hombre por culpa de la mujer?