CUENTO
Octavio Acosta Martínez
Si usted piensa que este cuento
se parece a la realidad, está equivocado.
Porque es la realidad
la que se parece a los cuentos.
La Sabrosona era un bar. Un bar que estaba justo
frente al Rectorado. Era el bar del portugués Cesareo. Pero la fachada que
presentaba el negocio al público era la de una arepera, el bar estaba detrás y
no se veía desde la calle. La relación de los profesores con el bar se dio a
través de la arepera. Muchas veces cruzaron la calle para tomarse un café o
comerse una arepa, y terminaron descubriendo el bar. En algún momento surgió la
idea de tomarse una cerveza y poco a poco varios universitarios se convirtieron
en adictos al local. Todo fue pues, un proceso y sólo se sabe que en algún
momento La Sabrosona comenzó a ser sentida como una
especie de templo divino, un recinto al cual se le profesaba real veneración por
un grupo particular de profesores.
Esto, que parece una exageración,
en verdad no lo es. Las crónicas de la época atestiguan la relación de
espiritualidad que este grupo mantenía con ese recinto. La Sabrosona era
la prolongación de su Alma Mater. También era su ateneo, su casa de la cultura,
su museo, su centro de entretenimiento, su peña cultural, y algo más que se
descubrirá más adelante. Después de dar clases y salir del resto de
actividades, que eran muy variadas (tomar café, conversar en los pasillos,
tomar café, conversar en las oficinas, tomar café, jugar cachito, tomar café),
los profesores iban a refrescar sus mentes en La Sabrosona.
Pero
La Sabrosona, para decirlo como debe
ser, era un bar de mala muerte. ¿Que qué es un bar de mala muerte? ¿Me estás
preguntando eso? Imagínate lo peor, lo menos reconfortante, el clima humano más
inhóspito, informalidad llevada a extremos de grosería y eso es un bar de mala
muerte. ¿Que porqué la gente va a un lugar así? Debe ser porque hay gente que
le gustan los lugares de mala muerte. ¿Qué te describa La Sabrosona? El ambiente era cerrado y húmedo, siempre en
penumbras, por la escasa luz que entraba y por “el humo del cigarrillo que me hace llorar”. Recuerda que estaba
detrás de la arepera.
Entrando, a la derecha, se podía ver una rockola, la cual,
a todo volumen, se encargaba de hurgar en la sensibilidad musical de los
asiduos de este Centro. Al templo se entraba por un estrecho pasillo situado al
lado derecho de la arepera. Se subía por dos pequeños escalones, se adentraba
en el pasillo cuya oscuridad ya anunciaba el ambiente que se encontraba tras la
puerta que aparecía al final. El portugués se repartía entre preparar arepas y
atender a sus clientes de adentro. Cuando eran clientes importantes se dedicaba enteramente e ellos.
¿Qué
más se podía encontrar en este templo-peña?
¡Meseras! No podían faltar las meseras, si no ¿cuál sería el gancho? Las
meseras eran las sacerdotisas encargadas de cautivar a los clientes y ganarlos
para el culto-consumo divino. Ellas se sentaban con los fieles para incentivarlos a
consumir, para ellos y para ellas mismas. ¿Qué
deseas tomar?... Bueno, un whisky.
El profesor –porque de profesores se trata- pedía un whisky para ella y el
portugués le enviaba una agüita que tenía previamente preparada con algún
edulcorante y un componente color de whisky. Podía ser incluso, té. Con dos
trocitos de hielo en un vaso old fashion y la complicidad de la penumbra de La Sabrosona, el camuflaje era perfecto. La mesera se tomaba la agüita y Cesareo cobraba un
whisky 12 años. Mal negocio no era.
Estas
meseras jugaron un papel sumamente importante en la vida de varios de los
profesores asiduos. No era sólo el hecho de hacerlos gastar e incrementar las
ganancias de Cesareo, sino que además se prestaban para aumentar ellas sus
propios ingresos a través de las salidas que programaban con los clientes al
terminar el turno de trabajo. Algunos profesores se enamoraban de verdad, lo
que trajo uno que otro divorcio, o separaciones que sirvieron para alimentar
los corrillos en los pasillos de la Facultad. ¿Qué Facultad? La Facultad donde
trabajaban estos profesores. Donde daban clases, tomaban café y jugaban cachito.
Había
una mesera muy hermosa llamada Jennifer. Jennifer era una morena alta, con un
cuerpo exuberante, cabello largo ondulante y muy negro, labios carnosos, ojos
de mora, rostro ligeramente ovalado. Parecía sacada de una telenovela. ¿Has
visto las meseras de las telenovelas? En las telenovelas las meseras parecen
sacadas de escuelas de modelos. ¿Y las cachifas? Las cachifas parecen todas Miss Universo, Miss Mundo, Miss Internacional. Las cachifas que van a las casas no son así. ¿Dónde se conseguirán las de las telenovelas? Pero Jennifer sí era una mesera de telenovela. Manejaba los tacones altos como una modelo profesional, y un movimiento de caderas que parecía hacer bambolear todo
el local. Todos los clientes querían acaparar a Jennifer, se disputaban por
tenerla en su mesa,… y un poco más allá de la mesa; pero el portugués Cesareo sabía
manejar su cuestión. La dejaba un rato en una mesa, la enviaba luego a llevar
un pedido a otra, después dejaba que ella escuchara con un tipo recostado una
canción especialmente dedicada, y así. No, el profesor no se la cantaba, la escogía
de la rockola. De esta manera Cesareo alimentaba la esperanza de todos mientras
el negocio prosperaba aceleradamente.
No
se sabía de dónde pudo haber sacado el portugués semejante mujerón, mujer que
siempre hace surgir la pregunta cuando un cliente bondadoso se encuentra un
ejemplar tal en un tugurio del estilo La Sabrosona.
¿Por qué estás en este lugar? Tú te
mereces algo mucho mejor. La verdad es que pudieses estar donde te diera la
gana, ¿no te gustaría? El pastor de turno siempre tiene la esperanza de ser
él el elegido para tan alta misión humanitaria. Jennifer era una mujer para
tenerla en forma exclusiva y para exhibirla. Tenerla de esta forma sería causar
la envidia de todos y muchos compitieron para lograrlo, hasta que uno lo
logró…a un alto precio.
Para
convencer a Jennifer, este profesor dejó su hogar, se divorció y se mudó con
ella. El problema se presentó cuando la quiso incorporar a la vida social y exhibirla
ante sus colegas y sus esposas, no tan afortunadas físicamente como ella. Un día
hubo una fiesta de Navidad con los profesores y sus familias en el mejor hotel
de la ciudad. El profesor llevó a Jennifer y pronto notó que lo fueron aislando
hasta que se quedaron los dos solos en un rincón. Era lógico, los profesores la
conocían, algunos habían estado con ella. Todos la desearon, pero ¿cómo
mezclarla con sus esposas y su familia? Más que un rechazo por razones éticas, lo
que muchos sintieron fue pavor ante la posibilidad de verse descubiertos.
Después de un azaroso saludo inicial, fingiendo el mayor desconocimiento,
optaron por la retirada estratégica hacia otros espacios del salón. ¿Quién es esa mujer que trajo el gordo
Fierro? ¿Ella es profesora?, preguntaban
las esposas sin ocultar su curiosidad. La mayoría de ellas conocían a la esposa
del “gordo Fierro”. La verdad es que
Jennifer podía pasar por profesora, modelo o lo que le diera la gana, siempre y cuando no abriera la boca;
cuando lo hacía, era una mesera. Esto fue lo que más temieron todos. No sé, nunca la había visto. Al final,
el profesor se tuvo que ir de la fiesta. Luego, dentro de los temas de
conversación de los profesores se corrió la noticia de que Jennifer había
dejado al gordo. Se cansó de que la
mantuviera oculta en un apartamento y no la dejara ver con nadie. Después de la
experiencia de la fiesta de Navidad, pasó abruptamente de la exhibición al encierro.
Ella sintió que había estado más feliz en La Sabrosona.
Otras
historias, semejantes a la del profesor Fierro se dieron como consecuencia de
las visitas cotidianas a La Sabrosona , algunas
con peores consecuencias; pero las crónicas las tienen catalogadas en capítulos
aparte. Seguramente serán descubiertas en algún momento.
Cuando
llegó el ingeniero Rómulo Mendoza contratado por el Departamento…, ¿Que cuál
Departamento? Un Departamento de una Escuela de la Facultad… Bueno, él llegó -dicen
que “toda escoba nueva barre bien”-
con muchas ganas de trabajar y de aprender, de innovar, de hacer la revolución
educativa, de producir cambios trascendentales. Las expectativas eran muy
grandes. El estar en la
Universidad , la casa
que vence las sombras, le producía un cierto anhelo que tendía a
paralizarlo. ¿Podría él estar a la altura de tan alta Institución? El ahora profesor Mendoza no conocía, por supuesto, las sombras de La
Sabrosona. Él venía de la capital y se enfrentaba por
primera vez al ejercicio profesional en la provincia. Pero todo estaba
preparado para que pronto tuviera una experiencia muy especial.
Mendoza fue informado por sus nuevos colegas
de que se le brindaría una formal bienvenida en un sitio seleccionado, dentro
de lo que para ellos constituía ya una tradición. Nada de extrañar, pensó él,
seguramente es un proceso lógico de inducción para que la persona se acople más
fácilmente a su nuevo ambiente. Cuando el ingeniero Mendoza se retiró de su anterior
empleo, sus compañeros le brindaron una cálida despedida en un buen restaurante de la capital,
haciéndole patente el sentimiento de que los dejara y de la pérdida que ello
significaba para la empresa. Ahora se trataba de un recibimiento con el signo
contrario en los sentimientos generados.
-Aquí tenemos la tradición de darle la
bienvenida a los nuevos profesores en La Sabrosona.
Extraño nombre para un lugar de
recibimiento. ¿Algún club? Pero como ello fue dicho con una muestra de tanto
orgullo, el profesor vaciló y sólo pudo hacer una pregunta.
-¿Y qué es La Sabrosona ?
-Ya la conocerás, camarita- fue la
respuesta.
El
profesor Mendoza fue a La Sabrosona y el
primer impacto que recibió fue la cantidad de humo que casi lo ahoga. “Extraño sitio para recibir a los nuevos”.
Sí, para él todo estaba resultando extraño.
Extraño el nombre, extraño el sitio, extraña la ceremonia. Sin embargo, no se puede llegar a un lugar de
trabajo haciendo cuestionamientos desde el principio. “Vamos a esperar para ver hacia dónde conduce todo esto”, pensó. Y
entre palos, humo, rockola y meseras, el profesor Mendoza pasó su primera
velada social con los nuevos colegas.
Como
suele suceder en las relaciones humanas, el compartir es un dando y dando,
aceptando y aceptando, por todas las partes. Eso creyó el profesor Mendoza,
quien tenía sus propias aficiones. Le gustaba, por ejemplo, eso que llaman música clásica o académica. Pero pronto descubrió
que estando precisamente en un ambiente académico esta música era la más
rechazada. ¿Una paradoja? También le gustaba la pintura, pero aquí tampoco
logró entrar en sintonía con el grupo.
-¿Picasso? ¡Ése lo que está es loco! Mi hijo que tiene siete años pinta mejor que él –le espetó un profesor del Departamento.
¿Otra vez preguntas? ¡El Departamento donde contrataron al profesor Mendoza! ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. El profesor decía que su hijo de siete años pintaba mejor que Picasso. Conversación, por supuesto, iniciada por el nuevo profesor, porque en realidad, Picasso no figuraba entre los temas de interés para los miembros de dicho Departamento.
¿Otra vez preguntas? ¡El Departamento donde contrataron al profesor Mendoza! ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. El profesor decía que su hijo de siete años pintaba mejor que Picasso. Conversación, por supuesto, iniciada por el nuevo profesor, porque en realidad, Picasso no figuraba entre los temas de interés para los miembros de dicho Departamento.
Tampoco pudo
el nuevo profesor animar a los colegas para participar en otras actividades
(exposiciones, paseos, visitas familiares). Nada. Una realidad le fue revelada:
si quería mantener relaciones de camadería con ellos, su única alternativa era
acompañarlos a La Sabrosona. Bueno, además de jugar cachito.
El
profesor Mendoza fue entonces varias veces más a esta peña. Allí conoció a muchos
otros profesores de la
Institución e incluso, a algunas Autoridades Universitarias,
entre ellas, al propio Rector. Sí, el Rector. Ah, lo que pasa es que el Rector
era muy amigo de ellos. Porque él era profesor de la misma Facultad y desde
muchos años atrás se echaban palos juntos. Claro, ahora era muy fácil para el
Rector llegar hasta allí. No, hasta el Departamento no, hasta La Sabrosona. Sólo tenía que cruzar la
avenida. El carro quedaba bien resguardado en su puesto privado del Rectorado.
Entre
Autoridades, meseras y profesores, Mendoza se fue enterando de los intríngulis
de la vida universitaria. De las elecciones, de la cachua que Fulano le pegó a
Mengano, de los manejos en Compras,
de la incompetencia del Director Tal y de muchas cosas más.
También
percibió la alta "estima" que el portugués profesaba a estos profesores, a quienes
no les faltaban sus pasapalos de sardina y sus tequeños, las mejores meseras en
sus mesas, con Jennifer incluida, y con crédito ilimitado para que consumieran
lo que quisieran. El profesor Mendoza se quedó sorprendido por las cantidades
que sus compañeros corrían a pagarle a Cesareo cuando cobraban la quincena. Una
parte importante del sobre, porque antes pagaban con un sobre, se quedaba en La
Sabrosona.
¿La
música? El cantante que los tenía subyugado era Miltinho. Las canciones de
Miltinho se repetían una y otra vez en la rockola, y tanto profesores como meseras
se embelesaban escuchando su versión de “Amor
de Pobre”.
Amor
de pobre solamente puedo darte
Amor
de pobre con cariño y humildad
Si
te interesa esta propuesta de cariño
Decídelo ahora porque ya no puedo más.
¿Que nunca la has escuchado? ¿En qué año naciste? Yo no te la puedo cantar, pero te puedo conseguir la versión que tenía La Sabrosona. Sí, aquí está:
Siempre había alguna mesera quien no pudiera evitar que le resbalaran las lágrimas por las mejillas escuchando esta canción, y siempre había también algún profesor que sacara su pañuelo para secárselas, a la vez que la consolaba.
Siempre había alguna mesera quien no pudiera evitar que le resbalaran las lágrimas por las mejillas escuchando esta canción, y siempre había también algún profesor que sacara su pañuelo para secárselas, a la vez que la consolaba.
El
profesor Mendoza pensó que el sacrificio para poder encajar en el grupo era bastante grande, el ambiente de La Sabrosona lo estaba saturando y un día, muy
tímidamente, hizo la pregunta, que en el fondo no era más que una protesta:
-¿Pero no podemos ir a otro sitio?
-Bueno, sí podemos –fue la
respuesta.
Y
una noche fueron a otro sitio.
El
nuevo sitio no era menos sórdido que La
Sabrosona. Después de entrar por un
también estrecho pasillo, se llegaba a un salón repleto de gente que casi no se
veía por el humo, y donde tampoco había asientos ni mesas suficientes para
tanta gente. El profesor Mendoza y sus amigos apenas pudieron traspasar la
puerta y la multitud de borrachos trasnochados no les permitió continuar
avanzando. Sin embargo, la gente se estacionaba ahí, esperando quién sabe qué
cosa. Por lo menos eso fue lo que se preguntó Rómulo Mendoza.
De pronto algo ocurrió, se armó una trifulca y comenzaron a llover los insultos y manotazos, y a volar botellas. Un profesor le gritó a Mendoza
De pronto algo ocurrió, se armó una trifulca y comenzaron a llover los insultos y manotazos, y a volar botellas. Un profesor le gritó a Mendoza
-¡Corre!
Mendoza
corrió sin saber hacia dónde ni porqué, sólo los seguía, y cuando lograron
estar a salvo preguntó qué había
sucedido. Resultó que un profesor de su grupo había aprovechado el
amuñuñamiento y la oscuridad para agarrarle el rabo a otro tipo que estaba ahí
parado. El tipo lo descubrió y su reacción no se hizo esperar.
-¿Y por qué hizo eso?
Vaya usted a
saber. Al parecer era una manera de actuar de ese profesor cada vez que estaba “prendido”.
-¿Qué hacemos ahora? –preguntó alguien
del grupo.
-Vamonós pa`La Sabrosona –respondió otro.
Todo el
grupo se trasladó a su ateneo, donde
Cesareo los recibió con el mayor de los entusiasmos. El recuerdo de lo que
sucedió fue el gran motivo de diversión de esa noche. Al parecer ya esto había
sucedido otras veces. “Este Palillo es
loco cuando se rasca”. Palillo es
el profesor de la agarrada de rabo. Surgieron del archivo de los recuerdos las
diversas aventuras vividas en otras jornadas. Una vez habían salido prendidos de ese mismo lugar y con ellos
andaba el entonces Rector Meliani. Por
algún motivo llegaron a la Plaza Bolívar y el Rector, que no aguantaba las
ganas de orinar, se orinó al pie del monolito que tiene la estatua de Simón Bolívar.
Este episodio, ocurrido antes de que el profesor Mendoza llegara ala Universidad era muy
recordado por el grupo. Siempre se repetiría el cuento cuando la ocasión se
presentaba, en medio de risas cómplices y de reprobación amistosa: “Meliani también es medio loco cuando está borracho”. Esto de estar "borracho", se enteró después Mendoza, al parecer ocurría con mucha frecuencia.
Este episodio, ocurrido antes de que el profesor Mendoza llegara a
¡Cuántos
sacrificios hay que realizar para tener la fortuna de compartir con unos
amigos! Pero todo sacrificio tiene su límite y el límite del profesor Mendoza
llegó el día cuando fue invitado para discutir el Trabajo de Ascenso de otro
profesor. En realidad no fue un día, sino una noche. El Jurado se reuniría con
el profesor aspirante y los invitados especiales para defender su trabajo…, en La
Sabrosona.
El profesor Mendoza no resistió más y
protestó enérgicamente. No le parecía que éste fuera el sitio ideal para
realizar un acto académico de tanta majestad. Era una burla para la Universidad , para la Academia , para los
profesores, y muy especialmente para el profesor defensor, quien se vería
obligado a asistir a un acto tan aberrante en lo que para él debería constituir
más bien un honor. ¿Y las profesoras? ¿Las profesoras debían también concurrir a La Sabrosona? ¿O ellas estaban excluidas de estos actos académicos? Una cosa son los gustos particulares de las personas y de lo
que quieran hacer con sus vidas privadas y otra son los valores de la Institución. No ,
definitivamente ese sitio debía ser cambiado. “No puedo creer que esta invitación sea en serio. Debe ser un juego
para reírse luego”, dijo Mendoza. Pero no, no era un juego ni tampoco se
rieron luego. Todo lo contrario, el profesor Mendoza fue muy criticado por no
acatar las normas del grupo y de la Cátedra, y su falta de integración al Departamento. Otro
profesor, que también era nuevo en la Institución y tenía mayor capacidad de adaptación
(seguramente tendría mucho éxito en su carrera), lo recriminó:
-¡Qué bolas tienes tú! ¿No ves que quien te está
invitando es el Presidente del Jurado? Tú tienes la obligación de asistir.
Pero el
profesor Mendoza se mantuvo firme y no asistió esta vez…ni ninguna otra más. La Sabrosona era un capítulo cerrado para él. Sin
embargo, el Trabajo de Ascenso se discutió allí y los profesores continuaron
siendo lo que siempre habían sido.
El profesor Mendoza comenzó a tener serios
problemas en el Departamento, y especialmente en la Cátedra donde trabajaba.
Casualmente el Presidente de aquel Jurado era también el Jefe de la Cátedra. A partir de allí fue visto
como elemento sospechoso y tildado de asocial. Fue imputado por su incapacidad
para relacionarse con sus colegas, su aislamiento del grupo constituía un acto
de soberbia y prepotencia. Era anárquico y se las daba de gran cacao. Y muchas
cosas más que se expresaban en los corrillos.
Cuentan las
crónicas que éste fue apenas el inicio de un largo camino lleno de piedras y
guijarros que debió recorrer Mendoza con los pies descalzos. Sí, ese largo
camino le llevó 20 años de su vida. En realidad, según dicen, no le “llevó, todavía le “lleva”. El camino sigue y se estrecha, y a los lados surgen matas
con espinas. Pero no se estrecha tanto como para que no pueda seguir. La idea
es que siga y tropiece, y siga y tropiece, y siga…
Cuentan las crónicas que
cuando el profesor ve una salida, los viejos residentes de La
Sabrosona , y los descendientes que han formado, se la
tapan, y el profesor Mendoza tiene que seguir, y seguir. Pero un día...No, sí es verdad..., siguen otros cuentos. Éste se terminó.