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miércoles, 18 de septiembre de 2013









CUENTO


LA SABROSONA

Octavio Acosta Martínez

Si usted piensa que este cuento 
se parece a la realidad, está equivocado.
Porque es la realidad 
la que se parece a los cuentos.



         La Universidad donde trabajaba el profesor Rómulo Mendoza estaba dispersa por toda la ciudad. Una Facultad en el centro, otra Facultad en el sur, tres Facultades en el norte, institutos de investigación regados por edificios rentados, servicios de bienestar estudiantil en un centro comercial. Y el Rectorado, en la principal avenida de la ciudad, constituyéndose en una especie de centro de gravedad en el que convergía la totalidad de gestiones administrativas-académicas de la institución. Todos los profesores y empleados tenían que trasladarse con mayor o menor frecuencia al Rectorado para tratar los múltiples problemas que se generan en la complejidad de una casa de estudios de un país donde la cultura dominante del poder es centralizar todas las funciones de decisión. Quizás por esta afluencia  de personas en un punto, se dio esa relación tan particular entre un grupo de profesores y La Sabrosona.

La Sabrosona era un bar. Un bar que estaba justo frente al Rectorado. Era el bar del portugués Cesareo. Pero la fachada que presentaba el negocio al público era la de una arepera, el bar estaba detrás y no se veía desde la calle. La relación de los profesores con el bar se dio a través de la arepera. Muchas veces cruzaron la calle para tomarse un café o comerse una arepa, y terminaron descubriendo el bar. En algún momento surgió la idea de tomarse una cerveza y poco a poco varios universitarios se convirtieron en adictos al local. Todo fue pues, un proceso y sólo se sabe que en algún momento La Sabrosona comenzó a ser sentida como una especie de templo divino, un recinto al cual se le profesaba real veneración por un grupo particular de profesores.

         Esto, que parece una exageración, en verdad no lo es. Las crónicas de la época atestiguan la relación de espiritualidad que este grupo mantenía con ese recinto.  La Sabrosona era la prolongación de su Alma Mater. También era su ateneo, su casa de la cultura, su museo, su centro de entretenimiento, su peña cultural, y algo más que se descubrirá más adelante. Después de dar clases y salir del resto de actividades, que eran muy variadas (tomar café, conversar en los pasillos, tomar café, conversar en las oficinas, tomar café, jugar cachito, tomar café), los profesores iban a refrescar sus mentes en La Sabrosona.

         Pero La Sabrosona, para decirlo como debe ser, era un bar de mala muerte. ¿Que qué es un bar de mala muerte? ¿Me estás preguntando eso? Imagínate lo peor, lo menos reconfortante, el clima humano más inhóspito, informalidad llevada a extremos de grosería y eso es un bar de mala muerte. ¿Que porqué la gente va a un lugar así? Debe ser porque hay gente que le gustan los lugares de mala muerte. ¿Qué te describa La Sabrosona? El ambiente era cerrado y húmedo, siempre en penumbras, por la escasa luz que entraba y por “el humo del cigarrillo que me hace llorar”. Recuerda que estaba detrás de la arepera.

       Entrando, a la derecha, se podía ver una rockola, la cual, a todo volumen, se encargaba de hurgar en la sensibilidad musical de los asiduos de este Centro. Al templo se entraba por un estrecho pasillo situado al lado derecho de la arepera. Se subía por dos pequeños escalones, se adentraba en el pasillo cuya oscuridad ya anunciaba el ambiente que se encontraba tras la puerta que aparecía al final. El portugués se repartía entre preparar arepas y atender a sus clientes de adentro. Cuando eran clientes importantes se dedicaba enteramente e ellos.



         ¿Qué más se podía encontrar en este templo-peña? ¡Meseras! No podían faltar las meseras, si no ¿cuál sería el gancho? Las meseras eran las sacerdotisas encargadas de cautivar a los clientes y ganarlos para el culto-consumo divino. Ellas se sentaban con los fieles para incentivarlos a consumir, para ellos y para ellas mismas. ¿Qué deseas tomar?... Bueno, un whisky. El profesor –porque de profesores se trata- pedía un whisky para ella y el portugués le enviaba una agüita que tenía previamente preparada con algún edulcorante y un componente color de whisky. Podía ser incluso, té. Con dos trocitos de hielo en un vaso old fashion y la complicidad de la penumbra de La Sabrosona, el camuflaje era perfecto. La mesera se tomaba la agüita y Cesareo cobraba un whisky 12 años. Mal negocio no era.


     Estas meseras jugaron un papel sumamente importante en la vida de varios de los profesores asiduos. No era sólo el hecho de hacerlos gastar e incrementar las ganancias de Cesareo, sino que además se prestaban para aumentar ellas sus propios ingresos a través de las salidas que programaban con los clientes al terminar el turno de trabajo. Algunos profesores se enamoraban de verdad, lo que trajo uno que otro divorcio, o separaciones que sirvieron para alimentar los corrillos en los pasillos de la Facultad. ¿Qué Facultad? La Facultad donde trabajaban estos profesores. Donde daban clases, tomaban café y jugaban cachito.

         Había una mesera muy hermosa llamada Jennifer. Jennifer era una morena alta, con un cuerpo exuberante, cabello largo ondulante y muy negro, labios carnosos, ojos de mora, rostro ligeramente ovalado. Parecía sacada de una telenovela. ¿Has visto las meseras de las telenovelas? En las telenovelas las meseras parecen sacadas de escuelas de modelos. ¿Y las cachifas? Las cachifas parecen todas Miss Universo, Miss Mundo, Miss Internacional. Las cachifas que van a las casas no son así. ¿Dónde se conseguirán las de las telenovelas? Pero Jennifer sí era una mesera de telenovela. Manejaba los tacones altos como una modelo profesional, y un movimiento de caderas que parecía hacer bambolear todo el local. Todos los clientes querían acaparar a Jennifer, se disputaban por tenerla en su mesa,… y un poco más allá de la mesa; pero el portugués Cesareo sabía manejar su cuestión. La dejaba un rato en una mesa, la enviaba luego a llevar un pedido a otra, después dejaba que ella escuchara con un tipo recostado una canción especialmente dedicada, y así.  No, el profesor no se la cantaba, la escogía de la rockola. De esta manera Cesareo alimentaba la esperanza de todos mientras el negocio prosperaba aceleradamente.


         No se sabía de dónde pudo haber sacado el portugués semejante mujerón, mujer que siempre hace surgir la pregunta cuando un cliente bondadoso se encuentra un ejemplar tal en un tugurio del estilo La Sabrosona. ¿Por qué estás en este lugar? Tú te mereces algo mucho mejor. La verdad es que pudieses estar donde te diera la gana, ¿no te gustaría? El pastor de turno siempre tiene la esperanza de ser él el elegido para tan alta misión humanitaria. Jennifer era una mujer para tenerla en forma exclusiva y para exhibirla. Tenerla de esta forma sería causar la envidia de todos y muchos compitieron para lograrlo, hasta que uno lo logró…a un alto precio.

         Para convencer a Jennifer, este profesor dejó su hogar, se divorció y se mudó con ella. El problema se presentó cuando la quiso incorporar a la vida social y exhibirla ante sus colegas y sus esposas, no tan afortunadas físicamente como ella. Un día hubo una fiesta de Navidad con los profesores y sus familias en el mejor hotel de la ciudad. El profesor llevó a Jennifer y pronto notó que lo fueron aislando hasta que se quedaron los dos solos en un rincón. Era lógico, los profesores la conocían, algunos habían estado con ella. Todos la desearon, pero ¿cómo mezclarla con sus esposas y su familia? Más que un rechazo por razones éticas, lo que muchos sintieron fue pavor ante la posibilidad de verse descubiertos. Después de un azaroso saludo inicial, fingiendo el mayor desconocimiento, optaron por la retirada estratégica hacia otros espacios del salón. ¿Quién es esa mujer que trajo el gordo Fierro? ¿Ella es profesora?, preguntaban las esposas sin ocultar su curiosidad. La mayoría de ellas conocían a la esposa del “gordo Fierro”. La verdad es que Jennifer podía pasar por profesora, modelo o lo que le diera la gana, siempre y cuando no abriera la boca; cuando lo hacía, era una mesera. Esto fue lo que más temieron todos. No sé, nunca la había visto. Al final, el profesor se tuvo que ir de la fiesta. Luego, dentro de los temas de conversación de los profesores se corrió la noticia de que Jennifer había dejado al gordo. Se cansó de que la mantuviera oculta en un apartamento y no la dejara ver con nadie. Después de la experiencia de la fiesta de Navidad, pasó abruptamente de la exhibición al encierro. Ella sintió que había estado más feliz en La Sabrosona.

         Otras historias, semejantes a la del profesor Fierro se dieron como consecuencia de las visitas cotidianas a La Sabrosona, algunas con peores consecuencias; pero las crónicas las tienen catalogadas en capítulos aparte. Seguramente serán descubiertas en algún momento.

         Cuando llegó el ingeniero Rómulo Mendoza contratado por el Departamento…, ¿Que cuál Departamento? Un Departamento de una Escuela de la Facultad… Bueno, él llegó -dicen que “toda escoba nueva barre bien”- con muchas ganas de trabajar y de aprender, de innovar, de hacer la revolución educativa, de producir cambios trascendentales. Las expectativas eran muy grandes. El estar en la Universidad, la casa que vence las sombras, le producía un cierto anhelo que tendía a paralizarlo. ¿Podría él estar a la altura de tan alta Institución? El ahora profesor Mendoza no conocía, por supuesto, las sombras de La Sabrosona. Él venía de la capital y se enfrentaba por primera vez al ejercicio profesional en la provincia. Pero todo estaba preparado para que pronto tuviera una experiencia muy especial.
   
      Mendoza fue informado por sus nuevos colegas de que se le brindaría una formal bienvenida en un sitio seleccionado, dentro de lo que para ellos constituía ya una tradición. Nada de extrañar, pensó él, seguramente es un proceso lógico de inducción para que la persona se acople más fácilmente a su nuevo ambiente. Cuando el ingeniero Mendoza se retiró de su anterior empleo, sus compañeros le brindaron una cálida despedida en un buen restaurante de la capital, haciéndole patente el sentimiento de que los dejara y de la pérdida que ello significaba para la empresa. Ahora se trataba de un recibimiento con el signo contrario en los sentimientos generados.

         -Aquí tenemos la tradición de darle la bienvenida a los nuevos profesores en La Sabrosona.

         Extraño nombre para un lugar de recibimiento. ¿Algún club? Pero como ello fue dicho con una muestra de tanto orgullo, el profesor vaciló y sólo pudo hacer una pregunta.

         -¿Y qué es La Sabrosona?
         -Ya la conocerás, camarita- fue la respuesta.

         El profesor Mendoza fue a La Sabrosona y el primer impacto que recibió fue la cantidad de humo que casi lo ahoga. “Extraño sitio para recibir a los nuevos”. Sí, para él todo estaba resultando extraño. Extraño el nombre, extraño el sitio, extraña la ceremonia. Sin embargo, no se puede llegar a un lugar de trabajo haciendo cuestionamientos desde el principio. “Vamos a esperar para ver hacia dónde conduce todo esto”, pensó. Y entre palos, humo, rockola y meseras, el profesor Mendoza pasó su primera velada social con los nuevos colegas.

         Como suele suceder en las relaciones humanas, el compartir es un dando y dando, aceptando y aceptando, por todas las partes. Eso creyó el profesor Mendoza, quien tenía sus propias aficiones. Le gustaba, por ejemplo, eso que llaman música clásica o académica. Pero pronto descubrió que estando precisamente en un ambiente académico esta música era la más rechazada. ¿Una paradoja? También le gustaba la pintura, pero aquí tampoco logró entrar en sintonía con el grupo.

         -¿Picasso? ¡Ése lo que está es loco! Mi hijo que tiene siete años pinta mejor que él –le espetó un profesor del Departamento.                                                                                    
 ¿Otra vez preguntas? ¡El Departamento donde contrataron al profesor Mendoza! ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. El profesor decía que su hijo de siete años pintaba mejor que Picasso. Conversación, por supuesto, iniciada por el nuevo profesor, porque en realidad, Picasso no figuraba entre los temas de interés para los miembros de dicho Departamento.

Tampoco pudo el nuevo profesor animar a los colegas para participar en otras actividades (exposiciones, paseos, visitas familiares). Nada. Una realidad le fue revelada: si quería mantener relaciones de camadería con ellos, su única alternativa era acompañarlos a La Sabrosona. Bueno, además de jugar cachito.

         El profesor Mendoza fue entonces varias veces más a esta peña. Allí conoció a muchos otros profesores de la Institución e incluso, a algunas Autoridades Universitarias, entre ellas, al propio Rector. Sí, el Rector. Ah, lo que pasa es que el Rector era muy amigo de ellos. Porque él era profesor de la misma Facultad y desde muchos años atrás se echaban palos juntos. Claro, ahora era muy fácil para el Rector llegar hasta allí. No, hasta el Departamento no, hasta La Sabrosona. Sólo tenía que cruzar la avenida. El carro quedaba bien resguardado en su puesto privado del Rectorado.

         Entre Autoridades, meseras y profesores, Mendoza se fue enterando de los intríngulis de la vida universitaria. De las elecciones, de la cachua que Fulano le pegó a Mengano, de los manejos en Compras, de la incompetencia del Director Tal y de muchas cosas más.

         También percibió la alta "estima" que el portugués profesaba a estos profesores, a quienes no les faltaban sus pasapalos de sardina y sus tequeños, las mejores meseras en sus mesas, con Jennifer incluida, y con crédito ilimitado para que consumieran lo que quisieran. El profesor Mendoza se quedó sorprendido por las cantidades que sus compañeros corrían a pagarle a Cesareo cuando cobraban la quincena. Una parte importante del sobre, porque antes pagaban con un sobre, se quedaba en La Sabrosona.

         ¿La música? El cantante que los tenía subyugado era Miltinho. Las canciones de Miltinho se repetían una y otra vez en la rockola, y tanto profesores como meseras se embelesaban escuchando su versión de “Amor de Pobre”.

Amor de pobre solamente puedo darte
Amor de pobre con cariño y humildad
Si te interesa esta propuesta de cariño
    Decídelo ahora porque ya no puedo más.

         ¿Que nunca la has escuchado? ¿En qué año naciste? Yo no te la puedo cantar, pero te puedo conseguir la versión que tenía La Sabrosona. Sí, aquí está:

 


      Siempre había alguna mesera quien no pudiera evitar que le resbalaran las lágrimas por las mejillas escuchando esta canción, y siempre había también algún profesor que sacara su pañuelo para secárselas, a la vez que la  consolaba.

           El profesor Mendoza pensó que el sacrificio para poder encajar en el grupo era bastante grande, el ambiente de La Sabrosona lo estaba saturando y un día, muy tímidamente, hizo la pregunta, que en el fondo no era más que una protesta:

         -¿Pero no podemos ir a otro sitio?
         -Bueno, sí podemos –fue la respuesta.

         Y una noche fueron a otro sitio.

         El nuevo sitio no era menos sórdido que La Sabrosona. Después de entrar por un también estrecho pasillo, se llegaba a un salón repleto de gente que casi no se veía por el humo, y donde tampoco había asientos ni mesas suficientes para tanta gente. El profesor Mendoza y sus amigos apenas pudieron traspasar la puerta y la multitud de borrachos trasnochados no les permitió continuar avanzando. Sin embargo, la gente se estacionaba ahí, esperando quién sabe qué cosa. Por lo menos eso fue lo que se preguntó Rómulo Mendoza. 

        De pronto algo ocurrió, se armó una trifulca y comenzaron a llover los insultos y manotazos, y a volar botellas. Un profesor le gritó a Mendoza
         -¡Corre!
Mendoza corrió sin saber hacia dónde ni porqué, sólo los seguía, y cuando lograron estar a salvo preguntó qué había sucedido. Resultó que un profesor de su grupo había aprovechado el amuñuñamiento y la oscuridad para agarrarle el rabo a otro tipo que estaba ahí parado. El tipo lo descubrió y su reacción no se hizo esperar.

-¿Y por qué hizo eso?
Vaya usted a saber. Al parecer era una manera de actuar de ese profesor cada vez que estaba “prendido”.

-¿Qué hacemos ahora? –preguntó alguien del grupo.
-Vamonós pa`La Sabrosonarespondió otro.

Todo el grupo  se trasladó a su ateneo, donde Cesareo los recibió con el mayor de los entusiasmos. El recuerdo de lo que sucedió fue el gran motivo de diversión de esa noche. Al parecer ya esto había sucedido otras veces. “Este Palillo es loco cuando se rasca”. Palillo es el profesor de la agarrada de rabo. Surgieron del archivo de los recuerdos las diversas aventuras vividas en otras jornadas. Una vez habían salido prendidos de ese mismo lugar y con ellos andaba el entonces Rector Meliani.  Por algún motivo llegaron a la Plaza Bolívar y el Rector, que no aguantaba las ganas de orinar, se orinó al pie del monolito que tiene la estatua de Simón Bolívar.


Este episodio, ocurrido antes de que el profesor Mendoza llegara a la Universidad era muy recordado por el grupo. Siempre se repetiría el cuento cuando la ocasión se presentaba, en medio de risas cómplices y de reprobación amistosa: “Meliani también es medio loco cuando está borracho”. Esto de estar "borracho", se enteró después Mendoza, al parecer ocurría con mucha frecuencia.

¡Cuántos sacrificios hay que realizar para tener la fortuna de compartir con unos amigos! Pero todo sacrificio tiene su límite y el límite del profesor Mendoza llegó el día cuando fue invitado para discutir el Trabajo de Ascenso de otro profesor. En realidad no fue un día, sino una noche. El Jurado se reuniría con el profesor aspirante y los invitados especiales para defender su trabajo…, en La Sabrosona.

         El profesor Mendoza no resistió más y protestó enérgicamente. No le parecía que éste fuera el sitio ideal para realizar un acto académico de tanta majestad. Era una burla para la Universidad, para la Academia, para los profesores, y muy especialmente para el profesor defensor, quien se vería obligado a asistir a un acto tan aberrante en lo que para él debería constituir más bien un honor. ¿Y las profesoras? ¿Las profesoras debían también concurrir a La Sabrosona? ¿O ellas estaban excluidas de estos actos académicos? Una cosa son los gustos particulares de las personas y de lo que quieran hacer con sus vidas privadas y otra son los valores de la Institución. No, definitivamente ese sitio debía ser cambiado. “No puedo creer que esta invitación sea en serio. Debe ser un juego para reírse luego”, dijo Mendoza. Pero no, no era un juego ni tampoco se rieron luego. Todo lo contrario, el profesor Mendoza fue muy criticado por no acatar las normas del grupo y de la Cátedra, y su falta de integración al Departamento. Otro profesor, que también era nuevo en la Institución y tenía mayor capacidad de adaptación (seguramente tendría mucho éxito en su carrera), lo recriminó:

-¡Qué bolas tienes tú! ¿No ves que quien te está invitando es el Presidente del Jurado? Tú tienes la obligación de asistir.

Pero el profesor Mendoza se mantuvo firme y no asistió esta vez…ni ninguna otra más. La Sabrosona era un capítulo cerrado para él. Sin embargo, el Trabajo de Ascenso se discutió allí y los profesores continuaron siendo lo que siempre habían sido.

 El profesor Mendoza comenzó a tener serios problemas en el Departamento, y especialmente en la Cátedra donde trabajaba. Casualmente el Presidente de aquel Jurado era también el Jefe de la Cátedra. A partir de allí fue visto como elemento sospechoso y tildado de asocial. Fue imputado por su incapacidad para relacionarse con sus colegas, su aislamiento del grupo constituía un acto de soberbia y prepotencia. Era anárquico y se las daba de gran cacao. Y muchas cosas más que se expresaban en los corrillos.

Cuentan las crónicas que éste fue apenas el inicio de un largo camino lleno de piedras y guijarros que debió recorrer Mendoza con los pies descalzos. Sí, ese largo camino le llevó 20 años de su vida. En realidad, según dicen, no le “llevó, todavía le “lleva”. El camino sigue y se estrecha, y a los lados surgen matas con espinas. Pero no se estrecha tanto como para que no pueda seguir. La idea es que siga y tropiece, y siga y tropiece, y siga…

Cuentan las crónicas que cuando el profesor ve una salida, los viejos residentes de La Sabrosona, y los descendientes que han formado, se la tapan, y el profesor Mendoza tiene que seguir, y seguir. Pero un día...No, sí es verdad..., siguen otros cuentos. Éste se terminó.


4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. ¡Excelente! Felicitaciones. Qué raro que yo no conocí a La Sabrosona (lo siento), pues soy más viejo que tú en la Universidad. Un abrazo, Ramón-

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    2. Seguramente tú estabas en un Departamento distinto al del profesor Mendoza, y en otra Escuela. A lo mejor te recibieron de otra manera. También tenías un grupo de amigos diferentes. O quizás conociste La Sabrosona en otro cuento y con otro nombre. Echa memoria. Pero si alguna vez fuiste, no podías haberte olvidado de Jennifer. A lo mejor tuvieras argumento para escribir tu obra maestra, como para ganarte el Príncipe de Asturias.
      Gracias por tu comentario. Un abrazo

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  2. Excelente....!!! Algunas de las vivencias y situaciones se siguen viviendo, aunque sin La Sabrosona (de Jennifer). Dale, dale Octavio, que esa pluma se va afinando. Felicitaciones por el relato. Un abrazo.

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