Los nombres
Octavio Acosta Martínez
octaviocultura@hotmail.com
Twitter: @snittker.com
Cuando me
referí al significado de los nombres estaba pensando en su dimensión
ontológica. También me refería a nombres propios dentro de una estructura
gramatical, y algunas veces, fuera de ella, en forma aislada. No me refería a
apellidos, a menos que vengan complementados en forma previa por el nombre.
Podemos usar el nombre y el apellido como un nombre. Pero uno no puede elegir
los apellidos, los nombres sí. También valen sobrenombres, apelativos, nombres
de oraciones y denominaciones de distintos tipos, para fines de lo que
estudiamos. ¿Qué es lo que estudiamos?
Particularmente
estoy repasando las diversas teorías sobre la verdad. Dentro de estas teorías,
me estoy centrando, más que en otras, en la teoría de la verdad como
correspondencia y en la teoría semántica. hay verdaderas afinidades
entre ambas. Como representante privilegiado por mi propio interés de la teoría
de la correspondencia tengo a Ludwig Wittgenstein, mientras que en la teoría
semántica, sin discusión el nombre que hay que estudiar es el de Alfred Tarski.
Tanto
Wittgenstein como Tarski, son herederos del primer planteamiento que hiciera
una vez Aristóteles sobre la verdad:
“Decir de lo que no es que es y de lo que es
que no es, es falso. Decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es
verdadero.
Esto lo pueden encontrar en su Metafísica (libro iv, capítulo 7). Como ven, Aristóteles dice “decir” (“decir tal cosa es falso, decir tal cosa es verdadero”). ¿A qué se está refiriendo entonces, Aristóteles? Al lenguaje. Lo verdadero y lo falso está en el lenguaje y por allí es por donde se debe buscar la verdad. Esto amerita una discusión más amplia, pero por ahora sólo deseo ubicar la inquietud que planteé en el ágora facebookiana.
Wittgenstein
hace en el Tractatus lógico-philosophicus,
y posteriormente en sus Investigaciones Filosóficas
uno de los estudios más profundos que se hayan podido hacer sobre el lenguaje.
En otra oportunidad les hablaré de Tarski.
Wittgenstein
hace una figuración del mundo, su representación, en el lenguaje; específicamente
en las proposiciones. ¿Qué es una proposición? Es una oración de la cual tiene
sentido preguntarse si es verdadera o falsa. ¿Qué es una oración? Doy por hecho
su conocimiento. Pero podemos poner un ejemplito. Sea la oración
Octavio está
escribiendo en su estudio
Allí se está
haciendo una aseveración acerca de un objeto que tiene como nombre “Octavio”.
Se dice que está escribiendo y además se señala un lugar (complemento
circunstancial de lugar). Se está estableciendo una conexión entre un objeto,
una acción que se realiza, y circunstancialmente con otro objeto. Octavio es
aquí un objeto en sentido ontológico y es sujeto en sentido gramatical. ¿Será
verdad lo que afirma la oración? Usted se dirige al estudio, se asoma y si
observa que Octavio está allí escribiendo, la proposición (ahora se llama “proposición”)
es verdadera. Existe una correspondencia entre lo que se afirma y la realidad. “Octavio
está escribiendo en su estudio” es, en este caso, un hecho del mundo. El mundo es la totalidad de todos los hechos. Y la totalidad de todas las
proposiciones verdaderas es la representación del mundo. Pudiéramos decir que
es el “retrato” del mundo.
Ahora bien,
en la oración descrita se está denotando un objeto mediante un nombre (Octavio)
sobre el que se dice algo; pero el nombre mismo ¿dirá algo? Ahí está planteada
la discusión.
La destacada
profesora norteamericana Susan Haack, en su libro Filosofía de las lógicas, hace
una distinción entre los nombres propios y las descripciones definidas. Primero
destaca que los nombres no son de una sola clase. Nosotros estamos hablando de
nombres de personas, quizás por el hecho mismo de que somos personas y es allí
donde tenemos mejor acceso a una cantera de nombres. Pero, por ejemplo, La
Divina Comedia es un nombre, que pertenece a un libro, la Coca-Cola es un
nombre que pertenece a un refresco, La Cenicienta es el nombre de un cuento
infantil. Podemos encontrar miles de ejemplos. Estamos rodeados de cosas con un
nombre cada una de ellas. Generalmente es fácil determinar cuando un nombre es
una simple etiqueta, pero hay casos donde hacer una clasificación no es tan sencillo.
Supongamos que diga:
El estrangulador de
Boston fue asesinado estando en prisión.
“El estrangulador de Boston”, es un
nombre, sujeto de la oración, pero él lleva implícito, y quizás ni tan
implícito, una descripción. Además de denotar a un individuo, hay allí una
descripción del “objeto” mencionado. Podemos decir que “el estrangulador de
Boston” cumple funciones denotativas y connotativas a la vez. Pareciera fácil, porque
estoy citando casos extremos. Sin embargo, aun aquellos casos que en apariencia
son evidentes, tienen sus complicaciones si uno se las busca. He puesto el caso
del objeto “Octavio”, ¿a cuál Octavio me he referido? El mundo está lleno de
Octavio. ¿Qué tal si me estuviera refiriendo a Octavio Paz? Puedo elaborar la
misma proposición, pero ahora evidentemente sería falsa. Algunos no le
otorgarían ni siquiera la categoría de falsa, sino simplemente dirían que es
una proposición sin sentido, una pseudo-proposición. Pero pensemos entonces en
otro Octavio que esté vivo y que no sea el que ustedes están pensando. Tiene
que haber un consenso entre hablante y escucha. Un acuerdo sobre cuál es el tal
Octavio y dónde está su estudio, si lo tiene. La proposición podría ser falsa.
Así que una misma proposición pudiera ser verdadera en un momento y falsa en
otro, o en otro contexto. Lo que pasa es que una proposición es la figura de un
hecho que tiene sus coordenadas en un espacio cuadridimensional espacio-tiempo.
Todos los hechos del mundo tienen esta característica,… (¿Incluyendo al propio
mundo en su totalidad?). Así, amigos, que estamos ubicados, sin darnos cuenta,
en el foro sobre el tiempo, del que nos hemos ocupado últimamente.
La profesora
Haack elabora una Tabla donde ubica las dos posiciones con respecto a los
nombres. “¿Tienen los nombres propios
significado así como denotación?
Sí_____, No______.
Profesora Susan Haack |
En la columna de los SÍ, están los nombres de Frege, Russell, (Quine),
Wittgenstein, Searle, Burge, (Davidson). En la columna de los NO están Mill,
Ziff y Kripke. Los argumentos de cada
quien, en forma muy resumida son bastante interesantes. Por ejemplo, Frege y
Russell dicen que “los nombres propios tienen el sentido de una descripción
definitiva co-designativa conocida para el hablante”. Por su parte, los
Wittgenstein-Searle dicen que “los nombres tienen el sentido de un subconjunto indeterminado
de algún conjunto abierto de descripciones co-designativas. Para estos
intelectuales, los nombres tienen significado. Pero en el polo opuesto, Mill dice
que “los nombres propios tienen denotación, pero no connotación”… “y no son
parte del lenguaje” –añade Ziff. Por su
parte Kripke dice que “los nombres propios son “designadores rígidos”;
consideración causal del correcto uso de los nombres”. Éstos, pues, piensan en
los nombres como simples etiquetas que sólo designan. ¿Y qué dice el tal
Octavio?
En primer
lugar, ¿por qué esa dicotomía SI – NO? ¿No podría haber un “Tal vez” intermedio?
¿O un “algunas veces sí, algunas veces no”? ¿”Con algunos nombres SI, con otros
NO”? Esa tabla está inscrita dentro de una concepción aristotélica en la que
las cosas son o no son, o algo es verdadero o es falso. No reconoce
alternativas intermedias, lo que se ha reconocido con el nombre de “el tercero
excluido”. Basado en esta concepción nació la lógica bivalente. La lógica
aristotélica y la lógica clásica derivada de ella son bivalentes. Pero existen
las lógicas polivalentes en las que se consideran otras posibilidades
veritativas. En la lógica (¿”trivalente”, se podría decir?) hegeliana se contempla
la posibilidad de que dos contrarios sean verdaderos al mismo tiempo. Hay otras
lógicas polivalentes más complicadas todavía. El concepto de probabilidad vino
a enriquecer las posibilidades de respuestas ante preguntas complejas. Algo
puede ser simplemente “probable”, o “muy probable”, u otorgársele valores
cuantitativos.
En el caso
de los nombres, creo que hay las simples etiquetas, pero en general sí creo que
ellos tienen significados. Eso quiere decir que dentro de la lógica que estoy
manejando para esta problema de los nombres, le otorgo una mayor probabilidad a
que ellos tengan sentido, que a que no los tenga. Pero, ¡un momento! Acabo, inconscientemente,
mencionar la palabra “sentido”. La palabra “sentido” tiene sentido. Precisamente para aclarar un poco el problema acerca de
los enunciados de identidad, Frege introdujo (estoy dándole fe a la profesora
Haack) una distinción entre sentido y
referencia. Él dice que los nombres
propios tienen sentido, así como referencia. Dos nombres podrían tener la misma
referencia, pero diferentes sentidos. De estos diferentes sentidos se pudiera
derivar –generalmente se deriva- que para un mismo referente, uno de los
sentidos suministrara mayor información que otro. Uno podría referirse al
estrangulador de Boston o a Albert DeSalvo. Si decimos: “Albert De Salvo
cometió su primer asesinato en Junio de 1967” ¿en quién piensa usted? Pero si
se dice “El estrangulador de Boston cometió su primer asesinato en junio de
1967”, se le abre un abanico de informaciones a usted. Los dos nombres, Albert
DeSalvo y El estrangulador de Boston, tienen el mismo referente, pero ¿cuál le suministra más información?
Para
referirme a un caso quizás más optimista, para las personas de una cierta
generación que no menciono, citaré el caso de “El Rey del Rock&Roll” y
Elvis Presley. Lo que pasa es que el nombre Elvis Presley es demasiado
conocido, y automáticamente las personas establecen una conexión inmediata con
su otro nombre de alto significado. De todas maneras lanzaré la pregunta: ¿cuál
nombre aporta más información? Sin embargo, he introducido otra variable en el
problema. Elvis Presley no es el verdadero nombre de Elvis Presley. ¿Ustedes
saben cuál es? Su verdadero nombre es –eso he leído- Doclan Patrick Macmanus
Costello. ¿Hubiese sido la misma suerte para este personaje de haber mantenido
artísticamente su “etiqueta” original? ¿Por qué los artistas se cambian el
nombre? Debe ser que el nombre artístico y el nombre de pila original no tienen
el mismo sentido. Lo que significa que los nombres tienen significado. Y aquí,
por lo menos en la farándula y en el cine, estoy dentro de la concepción de
Russell y compañía. Tiene razón el profesor Ramón Viggiani cuando dice que su suerte
no hubiese sido la misma de haberse llamado Nepomuceno Viggiani.
¿He
comentado algo sobre el concepto etimología?
Es el estudio del origen de las palabras, pero también de su evolución, de sus
cambios estructurales, de sus incorporaciones a las diferentes lenguas. Quiere
decir que la palabra es viviente, tiene origen y vida. Los nombres son
palabras, no son la excepción. Desde tiempos muy remotos se asocian a la
verdad. De internet (Wikipedia) he extraído este párrafo perteneciente a Dionisio
de Tracia, gramático griego que vivió entre el segundo y primer siglo antes de
JC:
Dionisio de Tracia (170 - 90 a.C.) |
“Etimología es la desmembración de las
palabras, mediante la cual se aclara la verdad; ἔτυμον, en efecto, se llama lo verdadero
[...] Luego etimología es como si se dijera ἀληθινολογία («estudio de la verdad»),
pues las palabras griegas no fueron en su origen dispuestas a cada cosa al
azar, sino que mediante el análisis del sentido descubrimos por
qué tal cosa se llama de tal modo. Como si alguien me preguntase por qué se
llama βλέφαρον («párpado»): cambiando la φ en π y partiendo de la palabra,
descubrí que se llama βλέφαρον porque cuando está levantado «miramos hacia
arriba», como si fuese βλεπέαρον («mira hacia lo alto»). O bien, sin cambiar nada,
sólo partiendo de la palabra, hallé que es como un φᾶρος («manto») porque es
cobertor de nuestra mirada. Por otro lado, si se me preguntase por qué se llama
γλῶσσα («lengua»), cambiando la λ en ν y la segunda σ en τ, digo γνωστὰ
(«conocida»), la que hace «cognoscible» a los oyentes lo que está en nuestra
mente. Pues por ningún otro órgano físico conocemos el pensamiento de cada uno.
Más aún, si alguien me preguntase por qué se llaman ὀδόντες («dientes»),
cambiando la ο en ε hallé algo así como ἔδοντες, es decir, «los que comen», y,
en efecto, gracias a ellos comemos.” (Negritas y cursivas son mías).
Amigos, este
problema no ha terminado. Lo que he expuesto aquí no ha sido sino una
simplificación grosera de un estudio que pica y se extiende y es el motivo que está
justificando mi existencia. Estoy cumpliendo mi plan de trabajo que una vez les
expuse. Por otra parte, y como siempre, esto es provisional. Quién sabe qué hallazgos
me harán cambiar de opinión más adelante. Pero me gusta compartir estas
inquietudes –cosa extraña en este mundo- que se apartan de la vulgar cotidianidad del
momento que vivimos. En Venezuela y en el mundo. Creo que en Venezuela esta
teoría de los nombres colapsó y la lógica que los rige no es bivalente, ni
polivalente, ni modal, ni difusa; sino confusa. Hay que por lo menos, inventar
nuevos nombres para poder asignar algún tipo de significado a un fenómeno que
nadie entiende.
Me despido
con un abrazo.
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