DE LA BRAGA A LA TAGUARA
Lunes, 5 de diciembre de 2016
RÉQUIEM POR
LO QUE EN MÍ MURIÓ
Octavio Acosta Martínez
octaviocultura@hotmail.com
Twitter:@snittker.com
Conocimiento-creencia-fe
Todo conocimiento conduce a
una creencia. La inversa, en cambio, no es cierta. Pero la creencia
sin conocimiento puede, en cambio, producir convencimiento, que
es algo así como una ficción de conocimiento; de hecho, lo hace.
Cuando usted cree en algo comienza a operar un convencimiento
que se le instaura en lo más profundo de su sistema cognitivo, en la memoria
subconsciente. Es una de las razones por las que es prácticamente imposible
erradicar creencias en personas que las han adoptado como
actos de fe. Nada más ilustrativo que observar lo que sucede con
las creencias religiosas. Historia suficiente hay para rato.
El
conocimiento también suele traducirse a la postre en fe. La fe,
entonces tiene dos vías de adquisición: el conocimiento y la creencia. La
creencia y la fe suelen confundirse y no en pocas ocasiones actúan dentro de
una estrecha relación biunívoca en la que terminan amalgamadas.
El
conocimiento, sin embargo, cuando es controlado mediante el propio conocimiento
(autocontrolado) genera creencias temporales, no definitivas. La persona
que tiene conocimiento autocontrolado sabe que ninguna verdad
es definitiva. Ella sabe que existe un proceso de falsación –y no es porque lo
diga Popper- que en cualquier momento puede echar su conocimiento por la borda
y sustituirlo por uno nuevo. De esta manera, este nuevo conocimiento adquirido
tendrá como inmediata consecuencia una nueva creencia y/o una nueva fe.
Pero
no queremos hablar ahora de una persona, sino de una sociedad.
Es el hombre en interrelación con otros hombres dentro de un contexto temporal-espacial-histórico-social.
En este contexto no existe una perfecta sincronía entre los conocimientos, las
creencias y las distintas fes de sus miembros. Por el contrario, es muy
común que las asincronías existentes adquieran niveles de verdaderos conflictos
sociales, cuando un grupo que adquiere un nuevo conocimiento que necesariamente
tenga que cambiar creencias, choque con aquellos que se resisten a la
aceptación de que algo que no sabíamos se supo y, por tanto, hay que cambiar
parcial o totalmente nuestro sistema de creencias y adoptar nuevas fes.
No
hay un campo donde este problema se manifieste con tanto dramatismo como en la
política. Claro, no es el único campo para ejemplificar, ni tampoco estoy
seguro que sea el más importante. Habría que leer la historia contenida en los
enfrentamientos ciencia-religión. Allí tendrá usted también para rato. Rato que
le puede durar toda su vida. La cosa, para lo que quiero tratar, es que hay fes
y creencias que no pasan por el peaje del conocimiento, sino que crecen de
manera espontánea, así como surge el monte dentro de un
jardín. Nadie las siembra, nadie las cultiva, o mejor dicho, ningún
conocimiento las siembra, pero ellas se dan sin que se sepa de los mecanismos
que la generaron. Por supuesto, existen sembradores de fes y de creencias.
Ellos están en todas partes. En la política, en las religiones, en la
filosofía, en la economía, y hasta en la misma ciencia (salvando el que muchas
de las anteriores se autodenominan también ciencias). Estos
sembradores tienen una capacidad de convencimiento, por su carisma y
eficiencia, que logran conducir masas enteras de seres “racionales” por los
caminos más insospechados. ¿Dónde y de qué manera obtuvieron sus creencias
estos sembradores? Buena pregunta. Pero hay otras preguntas: ¿Todo sembrador de
creencias cree en lo que está sembrando o lo hará algunas veces por intereses
que nada tienen que ver con estos tres estadios (conocimiento-creencia-fe)?
Pudiéramos introducir aquí, entre otras, la variable poder. Las creencias
y la fe son utilizadas para apuntalar el poder, pero no el de los que creen y/o
tienen fe, sino el de quienes las manejan como un vehículo para. Sin embargo,
éste es otro asunto. Muchas cosas se interponen. Bastante complejas por cierto,
pero escapan a las intenciones de este escritillo.
Una
vez yo creí en la posibilidad de un sistema político-económico-social justo y
efectivo, donde todos fuéramos inmensamente felices. En este momento quiero
todavía ese sistema, pero cada vez se difumina más mi “creencia” en su
posibilidad. Todos los experimentos que se han realizado hasta ahora para
lograrlo, han fracasado (“el mal está en la propia naturaleza del hombre”).
Por lo menos los que caen dentro de la limitada información que poseo. Claro, existe
un problema de evaluación presente que conduce a distintos resultados según
quienes la apliquen. El asunto se complica. Nada es simple, todo es complejo.
Mi
punto de partida fue pues, un deseo. El deseo por vivir en una sociedad donde la
distribución de la justicia estuviera igualmente repartida entre todos los
miembros de la sociedad. Nunca pensé en verdad en una igualdad de riquezas,
visto desde el punto de vista económico, sino en una igualdad de oportunidades.
Eso sí, que al que menos le correspondiera en este último reparto, contara con
lo suficiente para llevar una vida digna, sin sobresaltos por deficiencias de
este tipo, y con suficientes alicientes para gozar de la tan buscada felicidad.
Al fin y al cabo lo que todos deseamos alcanzar. Creí mucho en
aquella propuesta “de a cada cual según sus capacidades a cada cual
según sus necesidades”. Me pareció justo, porque reconocía dos cosas: una,
la aceptación de la diferencia de capacidades impuesta por la propia
naturaleza –cosa de la que yo estaba plenamente convencido, porque la observaba
constantemente en mi entorno-en el ser social, y de su aporte al cambio hacia
la sociedad justa. Dos, que una vez logrado el cambio hacia
esta sociedad ideal se suministrara a cada cual lo necesario para llevar una
vida digna y feliz. ¡Qué ideal!... pero la creí posible, y merecedora de hacer
un esfuerzo por lograrla. Fue así como comencé a escuchar ciertas
propuestas y terminé embarcándome en una activa militancia que marcaría el
resto de mi vida.
Detrás
de esas propuestas había hombres que las formulaban. Unos me llegaron más que
otros. Algo de rutina que siempre ocurre, y es lógico que así sea. ¿Cuáles
hombres? Varios. Quizás no muchos, pero los suficientes para cambiar la vida de
millones de personas. Sobre todo si éstas son personas jóvenes, cuyos
idealismos los hacen fácilmente moldeables, o mejor, manejables.
Porque al fin y al cabo eso es lo que sucede siempre: terminamos siendo
manejados por alguien o por algo. No hay independencia ontológica en este
sentido ¿Qué sucede cuando uno ya ha escogido aquellos nombres de los que
estamos seguros nos representan? ¡Depositamos nuestra fe en ellos!
Creemos que ellos son a su vez depositarios del conocimiento y
de la verdad que afanosamente buscamos. Ellos nos han ahorrado
el trabajo de seguir indagando porque estamos seguros de lo que nos dicen y de
que nos conducen por el camino correcto. El conocimiento ha sido ahora,
suplantado por la fe. Una vez en llegando a este estadio nos hacemos inmunes a
cualquier tentativa exterior de quebrantar nuestras convicciones.
En
varias oportunidades he apelado al caso de San Nicolás (en su versión de Papá
Noel). ¿Cuántas veces? No he llevado la cuenta. Pero San Nicolás me ha
resultado siempre un buen ejemplo para escudriñar en los mecanismos de
creencias de los seres humanos. Debe ser porque fue mi primera gran creencia. Y
la primera gran creencia deja la marca del herraje de ganado.
San
Nicolás no es una persona. No era una persona, porque al final
terminó siendo una persona. O dos personas: mis padres. ¿Por
qué creí en San Nicolás? Porque creía en mis padres. ¿En quiénes puede uno
depositar su fe con tanta convicción, si no en sus padres? Por lo menos sabía
que cualquier cosa que hicieran iba dirigida con la mejor intención, siempre en
el querer protegernos y proporcionarnos la mayor cantidad de felicidad.
Porque nos amaban. Con esa buena intención me confirmaron (en
la iglesia), me bautizaron, me hicieron hacer la primera comunión, me hicieron
creer en Dios, en el cielo, en el infierno y en el purgatorio. Y yo me dejé.
¿Qué es lo que hacen los niños con sus padres? Simplemente se dejan.
Después crecen y todo aquello se convierte en una fe, o en una creencia, o en
las dos cosas, que son lo mismo, pero no son iguales. Así pues, creí en San
Nicolás porque ellos me dijeron que existía y me daban pruebas al
respecto; y porque además era una tradición en mi medio y en mi etapa infantil.
Y dejé de creer en San Nicolás cuando luego ellos, mis padres otra vez, me
destaparon la verdad. De la fe pasé entonces al conocimiento. Al conocimiento
de una no-existencia y a la aceptación de una tradición. Pero ¡un momento! Lo
demás (Dios, el cielo, el infierno, etc.) quedaba intocable.
Nosotros
nos topamos con muchos San Nicolases en nuestra vida (también lo he
dicho en alguna parte). Y siempre caemos en la misma trampa, sólo que ahora no
nos llegan con las mismas nobles intenciones de nuestros padres. O, es posible
que en algunos casos sí estuvieran éstas presentes, sólo que montadas sobre
falsas bases cognitivas. Nosotros, yo en mi persona, nos convertimos en
transmisores de estas convicciones basadas en conocimientos que
no eran tales. Caemos por buena o por mala fe, pero fe al fin y al cabo.
¿Ejemplo
de otro San Nicolás? Éste sí es verdad que dejó su buena marca en mi
existencia. ¿Cómo se los describo? Quizás una anécdota sea buena. Una vez
estuve en Londres. Como es una de mis costumbres, cuando viajo a grandes
ciudades me gusta visitar sus cementerios, y las tumbas en los templos. En los
cementerios de las grandes ciudades están las tumbas de los grandes hombres que
han producidos grandes transformaciones en el mundo y han señalado rumbos para
la vida de millones. ¿Sería usted indiferente si se encontrara ante la
tumba del inventor del teléfono (que no fue Graham Bell)? ¿O del que pintó el
techo de la Capilla Sixtina? ¿O de los Reyes que enviaron unas expediciones a
un nuevo mundo y lo convirtieron en otro? ¿O del que compuso una sinfonía
con el número 9 y la llamó, o la llamaron, Sinfonía Coral? ¿O del
que escribió una vez “Me moriré en París con aguacero, /un día del cual
tengo ya el recuerdo”? ¿O del actor cantante que hizo
famosa aquella canción que decía “C’est une chanson qui nous
ressemble./Toi, tu m’aimais et je t’aimais...”? ¿O del egiptólogo francés que
descifró el lenguaje de los jeroglíficos mediante el estudio de la piedra de
Rosetta? ¿O simplemente, la del pintor Amedeo Modigliani? ¿O la de Tiziano? ¿O la de Monteverdi? ¿O la de Maquiavelo? ¿O las de los Papas que descubrí
cuando bajé a los sótanos del Vaticano? Me siento particularmente conmovido ante estas
tumbas. En los cementerios y en las grandes catedrales reposan la historia del
mundo. Allí reposan los grandes buenos hombres, y también los grandes villanos. También me gusta pararme frente a la tumba de un gran villano para tener la
oportunidad de mostrarle mi desprecio, como cuando me paré frente a la tumba de
Pizarro en la Catedral de Lima (foto abajo).
No hay que tener consideraciones
especiales con los malos muertos, ni con quienes los acogen en su seno. A la
Catedral de Lima le cogí arrechera. Pero, ¿qué digo? Entonces debería tenerle
arrechera a todas las Catedrales del mundo, porque todas encubren un engaño.
Sin embargo, cómo me gusta una Catedral. Uhmm, éste es un punto que tendré que
tratar aparte ((no hoy).
Pero en Londres –vuelvo a Londres-
yo no visité un villano, ¿o sí? Un amigo me llevó al cementerio
de Highgate, donde está la tumba de Karl Marx, nuestro Carlos Marx. Era a
quien quería visitar. Cuando llegué a la tumba no me pude contener y prorrumpí
en llanto. Nunca alcancé a leer El Capital completo, aunque sí muchos de sus
escritos. Pero no se necesita haber leído El Capital para ser marxista. De
hecho, la inmensa mayoría de los marxistas no lo han hecho (y no creo que una
inmensa mayoría de quienes sí lo han hecho lo hayan entendido); así como la
inmensa mayoría de judíos y cristianos no han leído la Biblia (y no creo que la
inmensa mayoría de quienes sí lo han hecho la hayan entendido).
No creo, sin embargo,
que para ser marxista, incluso buen marxista, consistente marxista, se tuviera
que haber leído El Capital. El marxismo es una manera de ver y sentir el mundo,
de querer que el mundo sea de una cierta manera; es un humanismo. Si
usted ve, siente y quiere el mundo de esa cierta manera, usted es
marxista. Se puede incluso ser marxista sin Marx. Marx se equivocó en todo,
pero dejó una doctrina que en su esencia llenó el anhelo de muchos. Yo era
marxista, creía que era marxista, y Marx era mi nuevo San Nicolás. Este San
Nicolás dejó en mi vida marcas indelebles.
El marxismo estuvo
presente en el nacimiento de mi vida política. Antes no existía nada para mí,
sólo las buenas intenciones que el instinto me brindaba. Claro, fui cristiano
católico, como casi todos en nuestra sociedad. Y esa vez también, como he
dicho, por los bienintencionados de mis padres, y de mi familia, y de la
ciudad, y de toda la sociedad donde crecí. Ésa es la razón por lo que cualquier
persona del planeta es lo que es. Si yo hubiera nacido en un país islámico,
probablemente sería musulmán. Si hubiera nacido en Inglaterra probablemente
sería anglicano. Si hubiera nacido en la India probablemente sería budista. La
sociedad fabrica a su gente. Son pocos los que se salen del rebaño. Pero un día
me le rebelé al catolicismo y a toda creencia religiosa. Fue un noviembre de
1957, en un día que no recuerdo cuál fue, pero del cual guardo completo el
recuerdo. Entré a la Iglesia de San Francisco, en Caracas, como creyente y salí
de la iglesia de San Francisco como no creyente. Algunas veces la luz llega así
de repente, ¡un solo fogonazo! Seguí siendo un bienintencionado, pero sin
bandera. Eso duró poco, porque en 1958 cayó la penúltima dictadura del siglo XX
y comienzos del XXI, conduciendo al despertar político de miles de jóvenes
entre los cuales estuve incluido. Y en enero de 1959 fue el gran impacto de la
revolución de los barbudos cubanos. Y allí encontré a mi nuevo San Nicolás: el
barbudo de la Sierra Maestra que acaba, recientemente, por fin, de morir. ¿Por
qué “por fin”? Porque hace tiempo descubrí que él tampoco era San Nicolás,
estando, además, muy lejos de serlo. Este último San
Nicolás, mientras lo fue, dejó una huella muy honda, como dice la canción
(todos los San Nicolases dejan estas huellas, es una de sus características).
Él se fue, pero la huella quedó, aunque cambió la calidad de su color. Ahora es
una mancha negra. Este nuevo San Nicolás produjo una conmoción mundial. Y
no se diga nada de América Latina. Y más específicamente para mí, de Venezuela.
Y de la Universidad donde yo estudiaba. A partir de ese momento puse mi vida en
manos de un ideal revolucionario. “Mi vida”, en sentido literal. Muchas veces
la arriesgué por impulsar ese ideal. Con mucho miedo, casi pánico, pero la
arriesgué. Nunca fui un valiente que no le importara enfrentarse a un aparato
con un eje largo y un hueco por donde salían unas balas de verdad. Pero había
un ideal que valía la pena cualquier sacrificio. Después, los que quedaran, las
generaciones siguientes, tendrían una vida mejor. ¡El Paraíso! La mayoría de
los revolucionarios de ahora no conocieron esos riesgos, porque ahora las
revoluciones se hacen de otra manera. Ahora se hacen por Decreto. Respaldados
por colectivos bien armados con anuencia oficial; y por Fuerzas Armadas bien
adoctrinadas, o compradas a punta de privilegios especiales. Además, bien
asesorada y respaldada también por el viejo barbudo de la Sierra Maestra: San
Nicolás (que no tiene nada que ver con un mediocre conductor que no debió dejar
nunca su autobús).
A partir de este enero,
la consigna era luchar y hacer la revolución. Después tendríamos
suficiente tiempo para gozar y ser felices. Estaba consciente –así me habían
adoctrinado- que para hacer una revolución había que sacrificar una generación.
Bien valía la pena sacrificar una generación para que todas las siguientes
fueran felices en el paraíso socialista donde todo lo bueno era posible. Nadie
tenía la culpa de que yo perteneciera a la generación que se tendría que
sacrificar. Además, ¿por qué hablar de “culpa”? Más bien era un honor que
el destino me concediera ese privilegio. Por otra parte, la revolución estaba a
la vuelta de la esquina. Con suerte podría salir vivo del intento y hasta gozar
de los primeros logros del cambio. Comencé a estudiar Ingeniería en septiembre
de 1958. Y me fui de mi querida Universidad, y de mi querida residencia (la
Residencia Sierra Maestra) cinco años después (agosto de 1963) sin
haber aprobado el primer año completo, y con algunas materias sueltas aprobadas
de semestres posteriores. ¿Por qué me fui? ¿Por qué no terminé? No con los
estudios, sino con la asignación del sacrificio que me correspondía dentro de
la historia. Porque las cosas no salieron como me las habían asegurado y tuve
la suerte de percatarme de ello y pensar un poco sobre la situación.
Sí, a nosotros nos
vendieron la idea de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Tanta
seguridad había en ello que hasta se le puso fecha. Fecha con día y año, sin
ninguna metáfora. Debido al Pacto de Punto Fijo el oficialismo mantuvo el
control del Congreso Nacional de la República durante los tres primeros años de
la era democrática. Pero el oficialismo fue perdiendo fuerza parlamentaria en
la medida en que el partido mayoritario, Acción Democrática (AD), fue sufriendo
fracturas internas de suma gravedad, a la cual se le sumaron ciertas fisuras
que sufrió también URD, una de las tres patas de la mesa de Punto Fijo. Ya la
primera de las fracturas de AD, la que dio surgimiento al MIR, fue bastante
traumática. De esto se ha escrito mucho y me abstendré de repeticiones
innecesarias. Entiendo que tenemos muchos jóvenes que no están bien enterados,
pero afortunadamente viven en una era tecnológica que les puede suministrar
información de cualquier cosa que merezca ser informado. Sólo tienen que
meterse en sus aparatos y a punta de clicks encontrarán todo.
En la segunda división
de AD el oficialismo perdió la mayoría parlamentaria, y la oposición,
fundamentalmente revolucionaria, podría apuntalar la insurrección con uno
de los poderes del Estado y consiguientemente, tomar el poder total. Esto fue
en 1961. “El próximo período parlamentario –se dijo-, ya con la mayoría
opositora, se montará públicamente en la Plaza Diego Ibarra, en las Torres de
El Silencio, y ésa será el día de "la toma del poder”. Así se bajó la
información desde la dirigencia nacional hasta los cuadros más simples en la
estructura de los partidos de izquierda. Listo, trabajamos arduamente para ver
ese hecho tan trascendental. Venezuela sería el Nuevo Territorio Libre de
América.
Llegó el día, el
Congreso no se instaló en la Plaza Diego Ibarra, sino en el mismo sitio donde
estuvo siempre, el mismo donde hoy funciona con el nombre de Asamblea Nacional.
Tampoco se tomó el poder y los anhelos revolucionarios continuaron operando en
las montañas, en las calles de Caracas, y en las Universidades.
Es increíble cómo
algunas cosas se repiten casi literalmente en la historia, con nuevos actores
claro, o con los mismos, pero con los papeles invertidos, y nunca se aprende
nada de estas experiencias. ¿Qué sucede hoy? El oficialismo de ahora es
la izquierda de antes, y la oposición es el oficialismo de
antes. El oficialismo domina la Asamblea durante varios años. Un día la
oposición gana la mayoría en la Asamblea y enseguida anuncia que en seis meses
saldremos del mal habido Presidente y se convocará a nuevas elecciones. La
oposición se esperanza y se emociona ante lo que se le anuncia como un hecho. Las
cosas toman un rumbo muy distinto al esperado y la desmoralización se apodera,
lógicamente, de la oposición. ¿Es que no vivimos antes esa experiencia? ¿Es que
no sabemos de los recursos con que cuenta un gobierno para mantenerse en el
poder? ¿Quien preside la Asamblea hoy no militaba en el oficialismo cuando la
oposición anunció en 1961 que tomaría el poder a través de su reciente mayoría
parlamentaria? ¿Por qué anuncia hoy lo que a él le anunciaron aquella vez y
fracasó? ¿Por qué pensó que él sí iba a ser exitoso?
Efectivamente, en
aquella oportunidad la desmoralización invadió a los cuadros juveniles de la
izquierda y la revolución no se veía entonces tan a la vuelta de la esquina.
Entonces, los sacrificios de no estudiar y dedicarle todo el tiempo a la
revolución ¿fueron en vano? Lo peor es que la lucha continuó y el grado de
exigencia a la militancia fue mayor. En un momento me percaté que la victoria
no era tan inminente y que debería dedicarle un tiempo al estudio, pero no
pude. A cada rato tenía un camarada a las puertas de mi cuarto buscándome para
una reunión, una acción, o cualquier cosa. Si me encontraba estudiando, la
recriminación era inmediata:
-¡Camarada, es que usted no ha entendido nada! Lo importante en este momento es hacer la
revolución. Después habrá tiempo para estudiar con libertad, con recursos, y de
hacer lo que usted quiera.
Era el consejo contrario al que me
daba mi familia:
-¡Estudia!
¡Gradúate primero! Y después haz lo que te dé la gana.
Pero yo era un
militante disciplinado. Dejaba los libros y me iba con el camarada a la
reunión, a la acción programada desde arriba, o a lo que fuera. Y la
revolución no llegaba.
Después comencé a
tratar de estudiar a escondidas, a encerrarme con llave, a irme para
algún lugar a hacerlo. ¡Nada! Donde me metiera me encontraban. Me vino, de
pronto, la gran solución alternativa: me iría a estudiar a un país socialista.
A la Universidad de la Amistad (Universidad Patricio Lumumba, luego) de Moscú.
Allí preparaban a los cuadros técnicos de países latinoamericanos, africanos y
asiáticos que luego necesitaría la revolución (las revoluciones) una vez tomado
el poder. Mientras hacía las gestiones me comprometí en la última
contribución inmediata para la revolución: huelga de hambre en el auditorio de
la Facultad de Humanidades. Fue la primera huelga de hambre estudiantil
realizada durante la época democrática. Como no teníamos experiencias en
huelgas de hambre, esa vez la hicimos de verdad. No comíamos arepas ni
sándwiches durante la noche, como degeneraron las huelgas de hambre después.
Cuando se levantó la huelga de hambre, una vez cubiertas nuestras demandas
(nunca supe de qué manera se cubrieron) quise tener un recuerdo de ese evento.
Una representación cubana nos regaló a cada huelguista una lámina tamaño carta
con la foto de Fidel Castro, publicada por el diario Revolución, para que nos
inyectara fortaleza.
Tomé la foto e hice que
cada uno de mis compañeros camaradas la firmara por el reverso. Todavía guardo
esa foto y ese recuerdo; es la que ustedes ven aquí al lado. No puedo borrar mi historia destruyendo sus
testimonios. Además, no me arrepiento de haber perdido varios años
miserablemente. Para mí no fueron miserables. Lo que no obtuve por un lado lo
compensé con la experiencia que adquirí y que me ha servido para muchas
decisiones que he debido tomar en la vida.
La
beca para la Universidad Patricio Lumumba no la conseguí, pero obtuve otra con
la Unión Internacional de Estudiantes para estudiar en Polonia. "Bueno,
algo es algo". También se trataba de un país socialista. Socialista a
la fuerza, como se hicieron socialistas muchos países, como se
trata de hacer socialistas a otros (¿nos suena conocido?). Me alisté para irme
a Polonia, pero ¿saben qué? No pude conseguir para el pasaje. La beca de la
Patricio Lumumba incluía el pasaje, pero la de Polonia no. No pude aprovechar
la beca. Sin embargo, estaba decidido a irme para cualquier parte donde me
aceptaran. Así fue como en agosto de 1963 llegué a Bucaramanga, Colombia, donde
terminé mis estudios. No sin correr allá también un riesgo, al militar en un
partido de izquierda clandestino. La ventaja que tuve fue que dada mi condición
de extranjero no me exigieron un activismo político como el de Venezuela. Me
tuvieron un poco de consideración y me mantuvieron en la reserva. Casi fui
testigo del nacimiento del ELN (Ejército de Liberación Nacional), el cual fue
estimulado por el ejemplo de las FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional)
de Venezuela (no fue en ese partido en el que milité). La fundación de ese
movimiento estuvo precedido e íntimamente ligado a una huelga estudiantil de mi
nueva Universidad que duró tres meses, motivo por el cual perdí (perdimos
todos) el primer semestre que estudié en Bucaramanga (hicimos un solo semestre
en un año). Algo me perseguía por donde fuera. Varios de mis compañeros de
estudios y amigos personales, ingresaron al ELN, y algunos perdieron la vida en
esta lucha (es increíble que hoy en 2016 todavía se mantenga). La
culminación de los estudios fue en 1967 y mi acto de graduación fue en enero de
1968. Casi diez años después de haber comenzado mi carrera en Venezuela. Ahora,
lo peor de todo es que les tomé la palabra a mis padres y familiares que me
dijeron:
-¡Estudia!
¡Gradúate primero! Y después haz lo que te dé la gana.
Pues,
estudié y me gradué, y después lo que “me dio la gana” fue seguir luchando por
la revolución, porque cuando regresé me encontré con que la revolución todavía
no se había hecho. Qué buena decisión la que tomé cuando decidí estudiar,
porque a la revolución, la que estaba a la vuelta de la esquina, le faltaba
todavía un largo trecho por transitar. Tanto, que la dirigencia revolucionaria
reflexionó y entendió que no podía seguir exigiéndoles a sus cuadros juveniles
tiempo completo para la revolución. Claro, había que seguir luchando, pero se
les permitiría que también estudiaran mientras tanto. La consigna se cambió.
Ahora era “Estudiar y luchar”. Ah, pero
entonces luché con otras perspectivas, también trabajé y me ocupé de una
familia. ¿Hasta cuándo hice esto? Hasta que me percaté, ahora sí,
definitivamente, que San Nicolás no existía en ninguna de sus versiones. Mi
último San Nicolás, el barbudo de la Sierra Maestra, era un farsante,
mentiroso, asesino, oportunista, embaucador, hipócrita y encantador de
serpientes. Encantaba a sus víctimas -a las que pudieran darle algo-, las
exprimía, les sacaba el jugo, y después las devoraba. En el mejor de los casos,
las abandonaba en las situaciones más difíciles. Ay, amigos, todavía tengo
mucho que contar.
La muerte de San Nicolás
Si existe algo
que me resulta insoportable en cualquier tipo de relación que mantenga es la
mentira, el engaño. Me sucedió en la política. Suena a ingenuidad el decir, al
estilo de cierto Presidente que tuvimos, “me engañaron”, para
justificar el fracaso de su gestión. Pero a nivel de militancia, sobre todo si
uno no es un dirigente del cogollo, es fácil ser engañado. ¿Por qué sucede de
esta manera? Porque cuando usted deposita su confianza en un Partido, el que
siente que lo representa, usted cree en sus líderes. Ahí es cuando las
creencias no tienen un soporte de conocimiento, sino que son ellas las que le
producen una ficción de conocimiento, el que usted acepta como realidad. Los
líderes tienen mejores informaciones que usted. Ellos tienen acceso a fuentes
que les son lejanas a un simple militante. Ellos participan de reuniones en las
que usted no está presente. Ellos son los que bajan les líneas a las bases, con
el soporte de informaciones que también les suministran. Usted no puede pensar
que sus líderes lo están engañando. Si pensara tal cosa ¿qué sentido tendría el
que se milite en un partido? Si el partido se equivoca en una política, yo lo
acompaño en su equivocación, lo entiendo y lo perdono. O simplemente considero
que no hay nada que perdonar, sólo hay que rectificar. Entiendo que no es
fácil donde operan tantas variables dar siempre en el clavo. Pero a mí me enardece
que me transmitan informaciones falsas para justificar una política o para
tapar un desacierto. Algunas veces el engaño proviene de la creencia de que uno
abandonará el partido si se da cuenta de sus desaciertos. Por eso no me
enteraba, por ejemplo, de los millones de muertos que causaron Stalin y Pol
Pot, a pesar de que muchos me lo decían. Pero quienes lo decían eran los
enemigos del partido y lo que éste representaba. ¿Por qué debía creerles,
entonces? Algunos amigos de infancia me dijeron que San Nicolás era mi papá;
ellos habían visto a los suyos poniéndoles los juguetes. Mi mamá, no obstante
me informó: “Eso es mentira, lo que pasa es que San Nicolás toma la
apariencia de tu papá para que no te asustes si llegas a verlo”. ¿A
quién creen ustedes que le creí? De la misma manera tampoco creí los crímenes
de Mao Tse-Tung (el partido donde milité en Colombia era de corte maoísta). Lo
de Stalin se "justificaba" por el momento
histórico que le tocó conducir la Unión Soviética. Así como se "justificaba" el
muro de Berlín, y como en Cuba se "justificaba" que
no hubiera libertad.
-¿Cómo
vamos a dar libertad si tenemos el imperialismo a apenas 80 millas de nuestras
costas conspirando contra la revolución? Si damos libertad, se la estamos dando
también a los contrarrevolucionarios que podrán luego actuar a sus anchas.
Cuando la revolución se consolide entonces podremos tener libertad, pero
ahorita es sumamente peligroso.
Eso me dijeron los
cubanos durante mi viaje a Cuba, y yo “entendí” perfectamente
esta razón. Además, aprecié la sinceridad con la que reconocían una falta tan
importante, basada en una buena justificación. Pero si usted echa una mirada 40
años después y ve que todavía no hay libertad, entonces comienza a sospechar
que fue víctima de un engaño.
De mis relaciones con
Cuba podría escribir un libro, pero voy a sintetizar, de entre mentiras y
falacias, en unos cuantos puntos, para mí claves:
1. La falacia de la educación. Usted
seguramente lo ha leído muchas veces. La causa de la opresión de muchos pueblos
es su escasa educación. Un pueblo educado no se deja oprimir fácilmente, porque
él no puede ser engañado, ni manipulado. Uno de los grandes secretos para ser
libres es ser educados. Por eso los esfuerzos que se realicen en educación no
pueden ser clasificados bajo la rúbrica de “gastos”, sino de inversión.
La educación es una inversión que rendirá pingues beneficios en el mediano y
largo plazo. Cuba se vanagloriaba de haber obtenido grandes logros en el campo
de la educación. El analfabetismo había sido erradicado. El acceso a la
educación superior era masivo y sus logros en campos como el de la medicina
eran exaltados. Las cifras que esgrimía ante el mundo eran impresionantes,
fueron reconocidas por organismos internacionales y cautivó a más de un
intelectual. Hasta los enemigos de la revolución reconocían estos logros. Pero
había algo que no me cuadraba. Después de más de 40 años de revolución sólo un
hombre era capaz de pensar correctamente y saber lo que debía hacerse y lo que
no debía hacerse. Y todos los intelectuales y gente educada por la revolución
debían seguirlo y obedecerle sin rechistar. El hombre se puso viejo y su
organismo se resistía a tanto esfuerzo, pero él no confiaba en nadie, entre tanta
gente educada y bien formada, para tomar el relevo y conducir al país por las
sendas del paraíso socialista que se había instaurado. Cuando su cuerpo ya no
dio más y necesariamente tuvo que abdicar después de 49 años en el poder, lo
hizo ante su hermano menor, que también era un viejo; pero fue el que lo siguió
en todos sus pasos desde los tiempos de la Sierra Maestra. Para eso no
necesitaba tanta educación entre el pueblo, con su hermano le bastaba. Una
simple lógica nos dice que lo de la educación es un mentís a los atributos que
se le otorga. O simplemente él no creía en eso. No puede uno negarle el valor a
la educación, pero tampoco se le puede otorgar los valores que no tiene. Hasta
ahora el educado pueblo de Cuba permanece oprimido, en la miseria, y se ha
calado 57 años de conducción por sólo dos hermanos, los únicos que han sabido
lo que debe hacerse. Desde este punto de vista la educación no ha servido para
nada.
2. Oportunismo político. Estuve en Cuba
en marzo de 1974. Carlos Andrés era el Presidente electo de Venezuela y pronto
se celebraría el acto del traspaso del mandato que le haría Rafael Caldera.
Carlos Andrés había prometido durante su campaña el restablecimiento de
relaciones diplomáticas con Cuba. Por esta razón Carlos Andrés se convirtió en
“el candidato de Fidel”. Así nos lo calificaron personalidades cubanas y
periodistas de Prensa Latina durante nuestra visita, y era evidente el contento
que esta victoria produjo en la isla. Esa visita nuestra fue muy especial.
Rafael Caldera, al perder su partido las elecciones, quiso, de una manera que
me pareció infantil, robarle la bandera de las relaciones con Cuba a Carlos
Andrés. Aunque no oficializó el reinicio de relaciones brindó, antes de
entregar, una apertura hacia éstas y permitió dos viajes especiales
patrocinados por el Colegio Nacional de Periodistas, hacia la isla. Logré
colearme en uno de esos viajes y me encontré con un tratamiento casi de nivel
diplomático a quienes nos trasladamos hacia allá. Después de varios años,
verles la cara a unos venezolanos andando por la isla fue una sensación. Eso me
permitió observar algunas cosas de las que hablaré en el siguiente punto. Años
después, en 1988, Carlos Andrés ganó su segunda presidencia cuya toma de
posesión se realizó en el Teatro Teresa Carreño, en aquel célebre acto que
popularmente fue bautizado como “La Coronación”. A esta Coronación
asistió una nutrida representación de mandatarios de todas las tendencias
políticas e ideológicas del planeta. Y adivinen cuál fue el mandatario que se
robó el show en esta toma de posesión. Ya lo hicieron: fue el mismísimo Fidel
Castro. Amigo íntimo de Carlos Andrés, su candidato en 1973 y 1988. No jugó
béisbol con él, porque Carlos Andrés no jugaba béisbol, él sólo era bueno
saltando charcos. Fidel no saltaba charcos, pero era bueno sacándole provecho a sus relaciones. Podríamos decir que tal cosa no tenía nada de
particular, cada quien jala pa’su sartén, y Fidel era muy bueno en
esto pero… Carlos Andrés cayó en desgracia, no terminó su mandato y
siguió lo que todos conocen. Mientras tanto, un golpista fracasado salió de la
cárcel, gracias al perdón que le otorgó un Presidente en estado de casi
demencia senil, e hizo campaña dentro de la legalidad burguesa obteniendo
de esta manera la primera magistratura de la República. Carlos Andrés, quien
después fue el que resultó preso, abandonado hasta por su propio partido, logró
obtener por vía electoral una curul de senador por el Estado Táchira, ya que la
condición de senador vitalicio para los ex presidentes fue eliminada por el
Congreso Nacional dominado por el Presidente ex golpista. En su condición de
senador, Carlos Andrés, un vagabundo redomado, pero con gran coraje, tuvo la
presencia de ánimo para asistir a la toma de posesión de quien precipitó su caída
a partir del golpe de Estado que intentó propiciarle. Estaba sentado en primera
fila. Y adivinen quién fue uno de los mandatarios extranjeros invitados a esta
toma de posesión; ya lo hicieron nuevamente: Fidel Castro. Ahora todos los
cantos de enamoramiento del barbudo revolucionario se redireccionaron hacia el
ex golpista que se enamoró de él y le regalaría luego el país. Al finalizar el
acto Carlos Andrés quiso saludar a su antiguo amigo barbudo a quien le tendió
la mano esperando una efusiva respuesta, si no un abrazo. Fidel se limitó a
responder el saludo fríamente, dentro de la más ortodoxa cortesía diplomática.
Sus planes con el nuevo enamorado estaban muy bien diseñados, y los resultados
están a la vista de todos, menos de los ciegos fanáticos de la revolución que
ven el mundo por un ojo que tienen a sus espaldas. De la manera cómo el barbudo
y su hermano se han aprovechado hasta la saciedad del enamoramiento del
comandante de la boina roja, y han intervenido en todos los asuntos internos de
la política venezolana, incluyendo la penetración a nuestro ejército, no
me voy a referir. Si alguien todavía no se ha dado cuenta es porque es un bobo
que se babea o es un fanático bolivariano, lo que en esencia es lo mismo.
3. Oportunismo político 2. Debería
ser el 1, porque Fidel tenía acumuladas otras historias de antes. En Venezuela
había estado varios años atrás, en 1959, cuando apenas comenzaba el proceso
revolucionario cubano. Aunque todavía no se le llamaba revolucionario
socialista, ni marxista. Simplemente fue la toma del poder de unos patriotas
que lucharon contra una tiranía. Para luchar contra las tiranías no es
necesario ser socialista, ni marxista. Incluso se puede luchar –se debe- contra
una tiranía socialista. En 1959, en su discurso en la Plaza de El Silencio,
Fidel, en gesto premonitorio, señaló hacia el Cerro El Ávila diciendo que “aquí
hay más montañas y más altas que la Sierra Maestra”. Es decir, podemos montar
un movimiento guerrillero con más facilidad y más “exitoso” que el que se dio
en Cuba, de ser necesario; para lo cual ofreció todo su apoyo logístico de
asesoramiento, incluyendo la participación militar. Este apoyo llegó a ser
“necesario”, el movimiento guerrillero se montó y Cuba, efectivamente,
participó. ¿Internacionalismo proletario o injerencia interna en los asuntos de
otro país? Cada quien póngale el nombre que desee. Sin embargo, no me iba
a referir a esta primera visita de Fidel, sino a otra primera visita en otro
país latinoamericano, el primero que intentó hacer la revolución llegando al
poder por vía electoral: Chile. En 1971 Fidel llegó a Chile en una visita
programada para 10 días, a apuntalar al gobierno de Salvador Allende, recién
llegado al poder y que pasaba por grandes dificultades políticas y económicas.
Esta visita resultó bastante incómoda para este gobierno de la Unidad Popular,
pues prevaliéndose de la hospitalidad chilena, Fidel prolongó su visita a más
de tres semanas (25 días, para ser exactos), recorriendo todo el país,
participando en todo tipo de actos, opinando, aconsejando y dando instrucciones
sobre los asuntos internos de Chile. Creó una verdadera situación de tensión
para los dirigentes de la Unidad Popular, a quienes también iban dirigidas sus
críticas, que se preguntaban, pero sin atreverse a decírselo, cuándo terminaría
esta visita y regresaba a su país, o a donde le diera la gana de irse. Esta
visita ha sido suficientemente reseñada y no lo haré tampoco aquí. Sólo puedo
añadir algo de mi experiencia propia. En 1972 estuve varios meses en Chile con
motivo de hacer un curso de posgrado becado por la OEA. Por supuesto, allí se
manifestó de nuevo mi espíritu siempre presente de militante revolucionario y
los amigos que hice fueron todos miembros o simpatizantes de la Unidad Popular.
Así que pude recoger en forma directa las opiniones que prevalecían entre ellos
sobre la incomodidad que les había producido la prolongada visita de Fidel.
Todavía estaban sufriendo las secuelas de ella. Allí me cansé de escuchar
cacerolazos, y me enteré que el primer cacerolazo se dio en los días finales de
la visita, como reacción de la oposición chilena (los momios) a la
situación económica que enfrentaba el país y al inmiscuimiento de Fidel en sus
asuntos internos. La pregunta otra vez: ¿internacionalismo proletario o
injerencia interna en los asuntos de otro país?
4. Pinochet. Pinochet fue el
edecán que le asignaron a Fidel Castro durante su visita a Chile. Allende le
asignó su general favorito, y su propio edecán a la vez. Así que tuvieron
tiempo para conocerse bien y para ser amigos.
Me imagino que el edecán de un
mandatario tiene que ser alguien de mucha confianza, y fuera de los actos
protocolares, en los que el edecán debe estar firme, serio y circunspecto,
ambos tendrán la oportunidad, fuera de todo protocolo, de intercambiar
impresiones y de cordializar. Asumo que Castro y Pinochet fueron amigos durante
este viaje. Aunque, por supuesto, no podría ser más amigo que el amigo
anfitrión que lo recibió y al que fue a apuntalar. Pero uno nunca sabe de estos
detalles, que se mantienen muy en secreto. Si algo ha trascendido como
característica del líder cubano, fue su gran sagacidad, su visión de estratega,
y su capacidad para sacarle provecho a todas las situaciones. Se ha
especulado que él auspició, promovió, o al menos apoyó en silencio, el golpe de
Pinochet. Es posible que sí, es posible que no. A estas alturas de la vida no
me sorprende que esto hubiera sucedido, y lo escribo aquí porque ya lo he leído
a través de otras fuentes.
Para mí, Allende fue su gran amigo, y a ese amigo
fue a quien Pinochet le dio uno de los golpes más sangrientos que se conozcan
en la historia de América Latina. Así, que sobradas razones debería haber
tenido Fidel para no querer después a Pinochet. No sólo era cuestión de
amistad, sino que además Pinochet estaba en el otro extremo político e
ideológico de Fidel. Sin embargo, esto tampoco es una razón de peso para no
estimular desencuentros. La historia nos ha enseñado que con frecuencia estos
extremos terminan encontrándose, mostrando un parecido de hermanos gemelos (no
voy a hablar de Hitler y Stalin). Ahora, si la Historia es vieja, uno no lo es,
y siempre esperamos que lo que creemos se deriva de una lógica teórica que
manejamos, y de otra lógica sentimentalmente humana. Como yo deseaba el peor
final para la vida de Pinochet, pensé que alguien como Fidel tendría que
desearlo con mayor fuerza y razón. Me alegré muchísimo cuando Pinochet fue
apresado en Londres y remitido para ser procesado por crímenes de lesa
humanidad a España. No me sorprendió la reacción de las Fuerzas Armadas
chilenas ni la del gobierno de Chile, era la esperada. De las Fuerzas Armadas
chilenas, por razones obvias; del gobierno, por la presión también obvia de las
Fuerzas Armadas. La solicitud de las FA para llevar Pinochet a Chile, alegando
injerencia en sus asuntos internos y el que Chile era el lugar único que podría
juzgar a Pinochet, no era una simple sugerencia la cual el gobierno podía
acoger o no; era una exigencia sin opciones alternativas. No sé si el calor de
la protesta del gobierno de Chile ante la detención de Pinochet era sincera, o
fue el papel que le tocó desempeñar si no quería arriesgar su permanencia como
tal. Lo que sí me sorprendió es que Fidel se sumó al coro de la protesta.
¿Fidel en defensa de Pinochet? ¿Fidel haciéndole coro a las Fuerzas Armadas
chilenas? ¿Fidel aludiendo a la soberanía de Chile y tildando la detención de
“injerencia en los asuntos internos” de otro Estado? Sobre
todo, esto de “injerencia en los asuntos internos…” sonaba cómico, por no decir
grotesco, en boca de Fidel. Fidel, que en nombre del internacionalismo
proletario intervino en los asuntos internos de en cuanto país pudo;
incluyendo a Chile, como hemos visto. El que adiestró guerrilleros de todos los
países latinoamericanos donde hubo guerrillas, el que trató de exportar su
revolución a donde tuvo la oportunidad (el Che en Bolivia es un buen ejemplo),
el que envió guerrilleros asesores a esos países, el que envió tropas cubanas a
Etiopía y Angola, interviniendo en forma declaradamente abierta en las
confrontaciones internas de dichos países. Ese Fidel abogaba, en el caso de
Pinochet, por la no injerencia… ¡vaya una ironía! Lo peor es que en nombre de
la no injerencia, él fue el primero que la tuvo. Intervino, una vez
más, en este caso, en los asuntos internos de Chile, y también en los asuntos
internos de España, que estaba dividida en cuanto al affaire Pinochet;
sólo que esta vez lo hizo a favor del bando equivocado. Claro está, no fue del
bando equivocado desde el punto de vista de los intereses particulares que él
tenía. Aparte de aquello de poner sus barbas en remojo, cosa que
hábilmente negó, había algo de intereses comerciales con España, para lo cual
estaba asociado con personajes que no tenían nada que ver con el proletariado,
sino con la más rancia herencia franquista. Fidel se podía asociar con el
Diablo, si eso le favorecía. Este caso no se trataba ya de internacionalismo
proletario, sino de nacionalismo cubano. Fidel se olvidó
que existe también una especie no declarada de internacionalismo
humanitario que se nuclea alrededor de cualquier grupo social, de una
persona particular, o de una sociedad entera, que sufre o ha sufrido la
violencia de una represión feroz. Millones de personas, incluyéndome, se alegraron
de la detención de Pinochet y de la posibilidad de hacer, por fin, justicia,
por las miles de víctimas que dejó su régimen. El héroe para éstas pasó a serlo
un juez español de apellido Garzón, que entendió perfectamente su rol y sabía
que los crímenes de lesa humanidad no prescriben y pueden ser castigados en
cualquier país del mundo.
5. Sexo, mentiras y…. Ya dije que en 1974 estuve en
Cuba. En Cuba vi algunas cosas que no quise ver, y no quise contar. No quise
contar para que la gente no se desencantara de Cuba. A lo mejor por eso no me
las contaron a mí. Pero yo no soy un dirigente político. Soy un humano
cualquiera, como cantaba Héctor Lavoe. No son gran
cosa, pero al final las cosas pequeñas llenan un barril muy grande, y a un
humano cualquiera se le vacían las esperanzas y se le adormece el alma cuando
descubre que le han mentido. Dentro de lo que creía de lo que me decían en
quienes yo creía, estaba lo de que en Cuba se había acabado la delincuencia.
Ésa es una de las cosas, por cierto, que “acaba” la educación. Creencia basada
en un principio socrático. La maldad es producto de la ignorancia. El
hombre malo lo es, no porque un cierto determinismo genético lo decida, sino
porque es ignorante. La educación, al exterminar la ignorancia, acaba con la
maldad del hombre. Dentro de la filosofía marxista se planteaba que la
delincuencia es producto de las desigualdades sociales. Al tener todos las
mismas oportunidades y ver el hombre satisfechas sus necesidades fundamentales,
no tenía la necesidad de delinquir. Así, que bien sea por el lado de la
educación o por la eliminación de las desigualdades sociales, en Cuba, como en
cualquier país socialista, se acabaría la delincuencia. En Cuba ya eso
había sucedido, según las crónicas que me llegaron (por boca, entre otros, de
Fidel).
Además de este hombre
nuevo que estaba formando la revolución, había, en un sentido más
feminista, no antropológico, una mujer nueva. ¿De qué manera se
manifestaba esto? En que en Cuba se había acabado la prostitución. La prostitución
tiene casi las mismas causales de la delincuencia. Las desigualdades sociales y
la falta de educación, pero ya no en sus consecuencias morales, sino
económicas, tenían repercusión directa en el oficio más antiguo: la
prostitución. Ésta dejaría de practicarse por necesidad en la isla y, por lo
tanto, desaparecía. Según las crónicas, esto en realidad ya había ocurrido en
la joven revolución. No me dijeron “la delincuencia y la prostitución
están en vías de extinción en Cuba”, sino “En Cuba ya no existe
delincuencia, porque todo el mundo está ocupado, trabajando o estudiando, y
tampoco existe la prostitución”. Eso formaba parte de un paisaje ideal,
impensable para Venezuela, que yo quería ver en Cuba.
El primer día de mi estadía en Cuba me robaron. No lo podía creer. ¿Quién me
robó? Un agente del G2, órgano de seguridad de Cuba, que estaba encargado de
vigilar en el estacionamiento del Hotel Nacional, donde llegué. Por cierto, en
el Hotel Nacional no le estaba permitido alojarse a un cubano. Éstos sólo
podían circular por algunas áreas previamente designadas en la Planta Baja.
Bueno, me imaginé que ese incidente sería un caso aislado, un resabio de la
Cuba de antes. Ahora, que lo hiciera alguien encargado de velar por la
seguridad…
Cuando paseamos con un periodista por la Habana Vieja, nos llamó la atención
unas mujeres con unas pintas indiscutibles en cualquier parte del mundo que
delataban su profesión. “Sí, son prostitutas –nos confirmó el periodista-. No
hemos podido acabar con esto. Estas compañeras no quieren colaborar”. Luego nos
comentó de las que se acostaban con los marineros suecos por un simple radio de
pila. Durante los primeros años de la revolución Suecia jugó un papel muy
importante en la reconstrucción de Cuba, una vez que se marchó todo lo que era
norteamericano de la isla. Aparentemente Suecia ayudó en la dotación de
hospitales y otras áreas relacionadas con la salud. Eso nos comentaron.
Por esta razón llegaban muchos barcos suecos al puerto de la Habana. Y las chicas
se volvían locas por un radio de pila, desaparecidos de la isla. Recordé los
discursos de Fidel y la historia aquella de que Cuba antes era el prostíbulo de
los magnates norteamericanos que llegaban los fines de semana con sus yates y
los anclaban frente a la Habana. “Eso se acabó”. Efectivamente se
acabó porque ahora ya no llegaban yates norteamericanos, pero llegaban barcos
suecos. Parece que lo que cambió fue el tipo de embarcación. Pensemos que estos
males no se curan en un corto período, pero ¿por qué el engaño? Si usted me
dice “estamos luchando contra esto”, yo los entiendo, y hasta los
acompaño en la lucha. Pero la sorpresa de encontrarme con lo que creía
extinguido causa su impacto.
Por cierto, en eso de las desigualdades sociales y de los privilegios me
encontré con varias sorpresas. No sólo era el Hotel Nacional donde no podían
alojarse los cubanos. Tampoco podían entrar a su mejor cabaret: el
Tropicana (era requerido el pasaporte a la entrada), ni a otros sitios, como
tiendas donde vendían perfumes, pinturas para la mujer, y otros productos
desaparecidos de la isla (también se requería del pasaporte extranjero). Tenían
prohibido el acceso, y por supuesto bañarse, a su mejor playa: Varadero. ¿Por
qué lo sé? Porque en todos esos sitios debí mostrar mi pasaporte y me
confirmaron lo de la restricción a los cubanos. ¿Tienen importancia estas cosas
o sólo sirven para alimentar chismes? Es una cosa que cada quien juzgará. Para
mí fueron sorpresas desagradables, pero que traté de entender por la situación
de inestabilidad política y económica por la que pasaba una revolución nueva.
También entendí que por la seguridad que ya me habían comentado antes, para
viajar de una ciudad a otra había que justificar tal viaje y gestionar una
autorización especial. Era algo así como necesitar una visa para viajar de la
Habana a Santiago de Cuba, o entre dos pueblos cualesquiera. Ahora, que 20, o
30, o 40 años después la situación sea la misma me suena que algo ha fracasado,
que al pueblo cubano lo han estafado, y a los que estamos afuera nos han
engañado. Pero los hechos se siguen acumulando y muchas sospechas se van
confirmando, y las excusas de las dificultades iniciales se van descartando.
¿Queremos una revolución para estar peor que antes? “Ah, pero tenemos
dignidad”. ¿Y será digno vivir en esas condiciones de
tanta precariedad y miseria? Entendía que al principio no hubiera pintura para
pintar un edificio o una casa, la prioridad era la comida, pero ¿después de más
de 50 años tampoco? ¿Convertir en una ranchería sucia y destartalada a una de
las ciudades más bellas de América es digno? ¿No poder comprarse una camisa
bonita, un vestido también bonito para una mujer, un maquillaje, un par de
zapatos, es digno? Hacer tertulias a las puertas de las casas, conversar
sentados en cajones, y hasta bailar, en pellejo pelao por
falta de ropa ¿es digno? La aparición de nuevos tipos de prostitución como es
el de acostarse con un extranjero a cambio de unos Blue Jeans ¿es digno?
Ah, la culpa es del bloqueo. Ésta es otra larga historia y
también lo he pensado. He firmado documentos contra el bloqueo. Claro que no he
estado de acuerdo con ello. Pero si voy a hacer una revolución tengo que saber
que el imperialismo tratará de hacerla fracasar por todos los medios. Y sé que
el imperialismo no es ningún boxeador peso mosca. Así que si embarco a un
pueblo en una revolución deberé tener una respuesta adecuada a la contra que
se opondrá. ¿No la tengo y no puedo garantizar el paraíso que ofrecí? Entonces,
para ser benevolente con los términos, fue un acto de irresponsabilidad. ¡Y
vaya qué tamaña irresponsabilidad! Las revoluciones se hacen, se deben hacer,
por lo menos las revoluciones socialistas, para sacar a los pueblos de la
opresión y de la miseria; no para hundirlo más en ellas.
6. Mariel. Lo de Mariel es
de una gran simpleza; no lo que pasó, sino lo que escuché de la propia
boca del Comandante que mandó a parar. El incidente ha sido
ampliamente reseñado, comentado e interpretado: Un grupo de aproximadamente 12,
o quizás 20 -no recuerdo bien- cubanos irrumpió con un bus en los jardines de
la Embajada de Perú para solicitar asilo. Un guardia de la Embajada murió
intentando impedir la entrada a éstos. Las condiciones de su muerte no están
claras. Aparentemente fue con su propio fusil el cual en medio del ajetreo
disparó él torpemente. No es relevante para la historia. Fidel exigió a la
Embajada la entrega de los cubanos, ésta se negó y le otorgó el asilo que
solicitaban. Fidel amenazó con retirarle la guardia a la Embajada y
efectivamente así lo hizo. También dijo que todo aquel que se quisiera ir lo
podía hacer si le daba la gana. A los pocos días eran miles los cubanos que
acampaban apretujados en los jardines de la Embajada. Fidel quiso crearle este
problema a la Embajada, pero la cantidad enorme de cubanos hacinados en los
jardines, más los que forzaban por entrar terminó creándole un problema también
a él. Entonces envió un mensaje al mundo para que lo escucharan en Miami: todo
aquel que se quisiera ir lo podría hacer libremente por el puerto de Mariel, y
los familiares en Miami podrían enviar embarcaciones para recogerlos allí. Así
se hizo, y en el tiempo que duró esta operación más de 125 mil cubanos
abandonaron la isla. Pero Fidel hizo su segunda jugada maestra: vació las
cárceles de presos, aparentemente todos delincuentes, prostitutas,
homosexuales, drogadictos, y toda la "lacra" de la sociedad que
pagaba penas allí. Los enviaron a Mariel y los obligaron a embarcarse.
Según las crónicas, a cada asilado de la embajada y otros que se
quisieron marchar fueron obligados a “adoptar” presos de los liberados como si
fueran familiares. A los pocos meses el índice delictivo de Miami y de todo el
Estado de La Florida aumentó considerablemente, porque los delincuentes que
exportó Fidel continuaron delinquiendo allá. Fidel les inyectó un virus social.
Fue una jugada maquiavélicamente maestra, porque se deshizo de una lacra y se
las traspasó, de paso, a su gran enemigo imperialista.
¿Fue así exactamente como sucedió? No importa.
La verdad es que los cubanos sí se fueron, lo que nos hace ver que algo malo
debía haber en la isla cuando se produce un éxodo tan masivo. Sobre todo que no
fue éste ni el primero ni el último. Pero ése es otro cuento, aunque lo pone a uno
a pensar. Lo que me llamó la atención fue lo que digo Fidel durante este
proceso. Lo escuché y ése es mi mejor testimonio. Fidel los despidió con
palabras de desprecio, lo que se estaba yendo era la lacra de la sociedad:
asesinos, ladrones, drogadictos, prostitutas y homosexuales. No dijo
contrarrevolucionarios ni “gusanos”, como lo hizo una vez. Mejor
que se vayan, así la isla quedará limpia de esa basura y ellos podrían continuar
su proceso revolucionario con gente limpia (no se refería a los bolsillos).
¿Qué se puede deducir de semejantes palabras? Elemental.
Estas palabras las pronunció en 1980, veintidós años después de la toma del
poder y seis años después de que el G2 me robara y de haber visto a las putas
en la Habana Vieja. Ya me había dicho que se había terminado la
prostitución en Cuba y no existía delincuencia. Ahora me dice que los que se
fueron eran delincuentes y prostitutas. ¿Entonces no se habían acabado? Dice el
principio jurídico “a confesión de parte, relevo de pruebas”. Significa
que antes me mentiste, Fidel. Me engañaste y yo te seguí. ¿Tiene alguna
importancia la veracidad del relato anterior, lo que he leído? ¿Cambiaría en
algo mi sentimiento por Fidel? Podemos revisar alternativas:
· Fidel no vació
las cárceles, le gente que se fue lo hizo por verdadero descontento con el
régimen. Fidel mintió con respecto a sus condiciones de probidad ciudadana.
Peor, porque está degradando a sus oponentes, en forma calumniosa, a una
condición que no les corresponde. Así que de todas maneras está mintiendo, con
el agravante que se está desmintiendo él mismo con respecto a lo que dijo y yo
le escuché hace años. No tengo manera de probar la posibilidad señalada, pero
es verdad lo que escuché también ahora, y sigue, en consecuencia, siendo válido
que “a confesión de parte, relevo de pruebas”.
· Fidel vació de
verdad las cárceles y obligó a los presos a embarcarse. En este caso quedaría
realmente comprobado que en Cuba sí había delincuencia y prostitución. Descarto
totalmente la posibilidad de que los liberados hubieran sido presos políticos.
Fidel no les iba a hacer ese favor. ¿A cambio de qué? De haber presos
políticos, dejaba a éstos encerrados y liberaba a los verdaderos delincuentes.
Ésa es la jugada que encaja. Significa que Fidel no mintió ahora, pero sí lo
hizo varios años atrás, y sigue siendo válido “a confesión de parte,
relevo de pruebas”.
En
cualquier caso, Fidel, me mentiste para utilizarme, y te me caíste como San
Nicolás.
Fidel, moriste de viejo, como murió Pinochet y muchos otros dictadores. No sé
cuánto sufriste. Me imagino que en todas las muertes se sufre. No debe ser algo
placentero el final de la vida. Sí hay muertes que son más dolorosas que otras.
Muchos de los que mataste deben haber sufrido bastante. Pero a ti seguramente
no te dejaron sufrir tanto. Seguramente estuviste rodeado de una legión de
médicos que no lo permitieron. A lo mejor no te enteraste de que moriste. No
pagaste por lo que hiciste, lo que no ha terminado aún y muchos siguen muriendo
por ello. No creo que vas a pagar en el más allá. No creo en castigos de otro
mundo, ni tampoco en paraísos. Tuviste suerte. Pasaste a la Historia. Eras
sagaz e inteligente. Ahora pasará lo de siempre. Millares te adorarán y
millares te aborrecerán. Formo parte del coro de los que te adoraron. Pero yo también
tuve suerte, porque pude despertarme a tiempo y ver tu verdadero rostro. No
eras San Nicolás. Espero que seas el último de los que me engañen, aunque para
serte sincero, no lo creo. El hombre necesita del engaño. Hay una cierta
sensualidad en el engaño. Hay el encanto de engañar y hay el encanto de ser
engañado. Por eso de alguna manera todos somos engañadores y engañados. Pero a
todo engaño le sigue un desengaño. Y cada desengaño en una especie de muerte
que se sufre. Tú moriste ahora, pero algo murió en mí desde hace tiempo. Y fue
en gran parte gracias a ti. Te estoy doblemente agradecido. Primero, porque me
hiciste vivir una vida de ilusiones. Y mientras tuve esas ilusiones fui feliz.
O al menos tuve un motivo para buscar la felicidad donde yo creía que estaba.
Había una felicidad en potencia. Segundo, cuando me desengañaste también fui
feliz. Pude ver parte de una verdad que se me escondía y ahora puedo
redireccionar mi camino hacia nuevas búsquedas. Puede ser que ahora me
dedique a combatir lo que tú fuiste. Me iluminaste sin querer hacia otras
luchas. Ha sido una ganancia. No he perdido todo lo que he perdido. No me
arrepiento de lo que sacrifiqué siguiéndote, porque algo aprendí. Otros no
tuvieron mi suerte. A ellos los perdí, pero también tengo ahora motivos para
luchar por ellos. Afortunadamente no se enteraron del engaño. No sufrieron por
el engaño. Tampoco van a sufrir, porque no creo que donde están van a aprender
nada más. No se enterarán de nada. Igual que tú. Tengo la esperanza de ver
deshecho el entuerto que dejaste. Si tengo suerte lo veré. Si no tengo suerte,
después no sabré nada. Y no seré feliz, pero tampoco infeliz. Simplemente no
seré, como ahora tú no eres. Creo que en realidad todos los muertos descansan
en paz. Los que fueron buenos y los que fueron malos. En la muerte todos somos
iguales. Quizás en los cementerios está la verdadera democracia, o el verdadero
socialismo. El socialismo ideal. Ahora que lo pienso pudiera ser ésta la razón
por la que me gusta tanto visitar cementerios. Allí respiro la paz. Nadie me
ataca. Y tengo la libertad de admirar, de agradecer, y de recriminar. A los
buenos muertos los admiro. Hasta me invade el extraño sentimiento de sus
presencias. Puedo decir unas palabras, y derramar una lágrima. Puedo poner una
flor. Y hasta tomarme una foto en sus tumbas. Es la ilusión de haber estado con
ellos de alguna manera. A los muertos malos los desprecio. Los insulto
mentalmente. Los recrimino. “Allí estás. Con tanto poder que tuviste,
le cambiaste la vida a tanta gente. Tu palabra era ley, sin discusión. Y ahora
estás ahí. Podrido como los demás. Hecho polvo como los demás, y no sabes que
estás podrido como los demás, ni hecho polvo como los demás”. Muchas
cosas he pensado en los cementerios, y muchas cosas he dicho. Algún día estaré
yo en uno. Y no sabré cuando esté ahí. Igual que tú ahora.
Espero no estar nunca frente a tu tumba. No quiero estarlo. Evitaré estarlo.
Prefiero sólo saber que moriste, y rogar que no sea un engaño más. Hoy algo
murió dentro de mí. Y es bueno que haya muerto. Eso que murió será el abono
para una nueva vida. Por eso hoy le rindo tributo, no a alguien que murió, sino
a lo que murió dentro de mí.
Publicado por La Braga Azul en 8:43
8 comentarios:
1.
viggiani85 de diciembre de 2016, 17:11
Excelente artículo, amigo. Mucha verdad, mucha reflexión y mucho, mucho
sentimiento. Sentimiento contagioso, por cierto. Te agradezco la grata lectura
que me ragalas y te felicito otra vez, aunque sé que ya debes de estar
fastidiado de tantas felicitaciones mias. Son felicitaciones sinceras.
2.
NELSON SUAREZ6 de diciembre de 2016, 7:29
Octavio, Fidel vino a Venezuela en 1959, cuando Betancourt era
Presidente y no lo recibió en Maiquetía. Me agrada el tono personal del ensayo
y comparto tus "ilusiones perdidas" sobre los socialismos del siglo
XX (el real) y del XXi (el ficticio). Claro, no tenemos edad para
arrepentimientos tardíos, simplemente seguimos siendo lo que hemos sido: necios
que luchan por un mundo mejor. Para esas luchas, todavía hay necesidad con una
urgencia que nuestra generación no conoció.
Respuestas
1.
La Braga Azul6 de diciembre de 2016, 16:27
Bonita reflexión, Nelson.
2.
La Braga Azul6 de diciembre de 2016, 17:51
Perdón, lo había pasado por alto: tienes razón, fue en 1959 cuando Fidel
habló en El Silencio, yo estaba ahí. También lo vi en el Aula magna de la UCV.
Y vi a Pablo Neruda, y cuando los presentaron, porque ellos no se conocían
personalmente. Como escribo prácticamente de memoria, pues se trata de lo que
he vivido, algunas veces me equivoco con una fecha o cualquier otra cosa, y lo
dejo así. Gracias por la observación. Ya hice la corrección respectiva. Un
abrazo.
3.
hiberpechiro7 de diciembre de 2016, 3:09
Sencillamente brillante,
4.
Psicología Médica10 de diciembre de 2016, 12:41
Apreciado profesor, su exposición sobre las creencias y la fe me han
motivado a plantear algunas cuestiones. Juzgo que filosóficamente son
intachables, porque además de resolver un problema genera otro problema más
difícil y profundo, el cual trataré de plantear en la menor cantidad de
palabras posible: ¿es la fe un epi-fenómeno del razonamiento? Es decir, la fe
¿surge como consecuencia residual del proceso evolutivo del pensamiento y/o
razonamiento del humano? o la fe ¿es una función neurológica (mental) superior,
adaptativa? Es decir la fe se generó en el ser humano como otras funciones
cognitivas, tales como la empatía, el egoísmo, el altruismo, etc que nos sirven
para defender al individuo y su especie? .
5.
Psicología Médica10 de diciembre de 2016, 12:44
P:D: Felicitaciones por su Blogg. Excelente
6.
Unknown10 de diciembre de 2016, 22:34
Candoroso recuento de una etapa en su vida con la venda en los ojos. Por
eso el mundo es como es. Yo también viví esos acontecimientos en directo, pero
mis padres y la educación que recibía me hicieron ver inmediatamente qué clase
de bandido era Fidel, y la farsa de la ultraizquierda internacional, Allende
incluido. Así era y ha seguido siendo, porque los ingenuos siguen naciendo para
ser carne de cañón de estos revolucionarios de pacotilla.
La Taguara Exquisita
·
http://octavioacostamar.blogspot.com