embed src=http://flash-clocks.com/free- embed src=http://flash-clocks.com/free- La Taguara Exquisita

jueves, 23 de septiembre de 2021

 CUENTOS DE TAGUARA



Ella

 

            

        Ella daba muestras de estar pasando por un momento previo a lo que uno pudiera entender que es un proceso de erotización y eso me hacía sentir en la necesidad de cumplir con un compromiso para el que no estaba aún ganado. “Preludio de erotización”, un buen nombre para una obra musical de pequeño formato. Quizás un “Preludio y fuga…”, pensé con una cierta sonrisa burlona, porque en este caso, rompiendo el molde convencional de una estructura musical ya clásica y válida para todas las épocas, se trataba de mi propia fuga ante la misteriosa situación que se avecinaba. La verdad es que ésta se tornaba bastante comprometida para mí.

         Al principio, cuando comencé a bajar la escalera, me tomó del brazo, como en un intento de detenerme. Ella estaba parada en el rellano, al pie de la escalera. Más bien, en la cabecera de la escalera, después del último escalón, en el quinto piso. Al bajar el primer escalón fue cuando me tomó del brazo. Sin embargo, no me detuve y continué bajando. Al llegar al último escalón, que en realidad era el primero de ese tramo, todavía me tenía cogido del brazo; pero al voltear, sacudiéndome un poco como para zafarme, me di cuenta que ella aún permanecía arriba de pie. Lo que hizo fue estirar el brazo a lo largo de todo el tramo y así fue como me mantuvo. Sentí un escalofrío y entonces, temeroso, me devolví hasta donde ella estaba. Sin atreverme a mirarla de frente, le dije, fingiendo tranquilidad:  

          -Por favor, suéltame. Tengo que bajar a abrirle la puerta a mi hija. Es muy tarde y es peligroso que esté sola allá afuera.

            Me di vuelta y comencé de nuevo a bajar. Pero ahora sí percibí desde el principio cómo el brazo se iba estirando a medida que avanzaba en mi recorrido.  Llegué nuevamente al final del tramo y no pude continuar. ¿En qué iba a parar esta situación? ¿Cuánto más estiraría ella el brazo y qué haría finalmente? Me devolví una vez más y le llegué a su lado. Sin mirarla y con mucha suavidad, pero dispuesto a aclarar la situación, le pregunté casi al oído:

              -Dime una cosa, ¿tú estás muerta?

          Ella no respondió, sólo hizo un ademán muy ligero que interpreté como una respuesta afirmativa; sin embargo me persistió la duda.  Me empujó un poco, como en una invitación a bajar de nuevo. Comencé una vez más a bajar, pero ahora con ella, de cuerpo entero, cogida de mi brazo. Así llegamos hasta el final. Ya mi hija no estaba, seguramente la vecina de abajo le había abierto la reja. Nosotros le habíamos pedido el favor de que si llegaba y nosotros nos demorábamos, le abriera. Me extrañó que no la encontrara en la travesía de bajada. Pudo haberse quedado un rato conversando con la vecina, pero ésa no era ahora mi preocupación. Toda mi atención estaba concentrada en aquel ser que marchaba a mi lado sin soltarme del brazo.

            Era extraño que no lo sintiera como un aprisionamiento, o un secuestro, sino más bien como la actitud de alguien que siente la necesidad de apoyarse en otro. ¿Tendría acaso ella alguna necesidad de mí? Le pregunté:

          -Dime una cosa –recuerdo que comencé de nuevo con la misma frase: “dime una cosa”. No sabía cómo dirigírmele-, ¿qué quieres tú de mí? ¿Hay algo que yo pueda hacer por ti?

            -Sí- respondió.

            -¿Qué?

            -Quédate a mi lado.

            Tratando de mantener la mayor tranquilidad, y con un poco de humor forzado, le dije:

           -Bueno, eso es lo que estoy haciendo… No me queda más remedio…-luego en tono meditativo-. Si no me sueltas del brazo…

            No le vi el rostro, todavía no me atrevía, pero no sé… De alguna manera se las arreglaba para que yo sintiera lo que le interesaba. Por eso supe que se sonrió ante mi salida. A estas alturas no es que hubiera tomado confianza, ni que fuera valiente… o cobarde, sino que ante la inutilidad de cualquier intento de escape me vi invadido de cierta resignación. “Que pase lo que pase”, fue lo que internamente me dije.

            Era extraño, porque lo que sentía a mi lado era un ser normal, como de carne y hueso. Si no fuera por el antecedente del brazo nada me hubiera hecho pensar que estaba compartiendo con un ser sobrenatural. Ya que no puedo escapar, vamos a sacarle partido a la situación –fue lo que entonces pensé-. Hay muchas dudas que siempre me han asaltado y ésta podría ser la ocasión para aclarar algunas. Como lo que hacíamos era recorrer calles, cruzar plazas, caminar de un lado a otro sin ningún destino definido (a lo mejor ella sí lo tenía), me decidí a entablar una conversación para disipar el tiempo (¿Es posible disipar el tiempo?).

            -Vamos a hacer una cosa –le dije-, ya sé que estás muerta. No sé de verdad qué quieres tú de mí ni en qué pueda yo ayudarte. Pero estoy dispuesto a acompañarte si es que eso te hace bien para algo. Ahora, quisiera saber algunas cosas. Yo te siento como si fueras real, estoy sintiendo tu contacto, puedo palparte. ¿Sientes tú lo mismo de mí?

             -Sí –fue la lacónica respuesta.

            -¿Pero cómo puede ser?- Tú estás en otra dimensión, no material. Debes estar enterrada en alguna parte –esto lo dije con miedo-. ¿Cómo puedes sentirme?

            -Te siento.

            -¿Igual que como cuando estabas viva?

            -Sí.

         No entiendo nada, ¿entonces, cuál es la diferencia entre estar vivo y estar muerto?

            -¿Donde tú estás hay otros seres como tú?

            -Sí.

         Definitivamente no era muy explícita, aunque agradecí que me respondiera, aunque fuese en esa forma. Ante esto, diseñé un conjunto de preguntas que pudieran responderse sólo con un “” o con un “no”.

            -¿A ellos los sientes como me sientes a mí?

            No hubo respuesta. Esto no lo tenía contemplado en mi diseño.

           -¿Hay por allá algunos seres que gobiernen,… que coordinen, que ordenen -no puedo decir “la vida”-las relaciones entre ustedes?

            No hubo respuesta. Quizás estoy siendo un poco técnico, tengo que ser más directo.

            -¿Hay un Dios allá? ¿Existe Dios?

            Tampoco, pero su silencio lo sentí tenso.

       Caminamos y nos adentramos en un parque con muy poca iluminación. O ninguna iluminación. El miedo se me había quitado, pero no la curiosidad y la preocupación. ¿Cómo acabaría resolviéndose esta situación? ¿Cómo saldría yo de ella? Si es que salía. Todo estaba en sus manos, por mi parte no podía hacer nada. Con aquella mano aferrada a mi brazo. Podríamos pasar así toda la noche. Meditaba en todo esto cuando de pronto me haló hacia un árbol donde se recostó y comenzó a abrazarme desesperadamente, como si se tratara de algo vital. ¡Se estaba erotizando! ¿Se erotizan los muertos? ¿Es esto lo que querías de mí? No supe cómo responder. Al principio tímidamente me dejé, pero poco a poco se me fue despertando también el deseo. Ahí sí tuve miedo, pero otro tipo de miedo. Me volvió a la mente la experiencia del brazo estirado. ¿Qué me podría pasar si accedo al deseo? ¿Cómo sería la experiencia de introducirme en un ser sobrenatural? ¿Sentiría yo lo mismo? ¿Cuáles serían las consecuencias?

            -¿Tú quieres hacer esto?

            -Sí.

            -¿Y lo sientes igual que cuando estabas viva?

            -Sí.

            -¿Allá lo hacen entre ustedes?

            Silencio. Mientras tanto continuó con sus convulsiones eróticas. Finalmente la abracé y acerqué el rostro para besarla. Vi su rostro por primera vez. Era hermoso, pero un poco desdibujado por la oscuridad, o quién sabe por qué extraño efecto. La apreté fuertemente y ya no opuse más resistencia; decidí entregarme. El deseo es el peor enemigo de la prudencia. El deseo es el responsable de los cambios más profundos que ha experimentado la humanidad. Por el deseo se han unido imperios. Y también se han separado. Y se han creado. Y se han perdido. El deseo lo inventó la serpiente. Que pase lo que pase. Era la segunda vez que me abandonaba a la fatalidad. Le entrecrucé una pierna y empecé a frotarme contra su cuerpo por encima de la ropa, en un preludio de entrega final. En ese momento comenzó a disolverse entre mis brazos. ¿Es que sólo deseabas provocarme? ¿Es ésta tu realización?   

        -¡Espera! ¿Para dónde vas? ¡No te vayas! –grité desesperado mientras ella lentamente desaparecía.

            -¡Por qué ahora!

          Imploración inútil. Allí quedé. Con la frente contra el árbol, sumergido en la densidad del silencio, abrazando la nada, horadando en la oquedad de la noche.    

            Ella ya no estaba.

            ¿Es que alguna vez estuvo?

 

 

1 comentario:

  1. Muy buen cuento, hermano. Como siempre bien hilado, narrado, descrito y dialogado (o casi más bien monologado). Mantiene a uno el lector a la expectativa de principio a fin. El fin, justamente es lo que uno quisiera modificar y como en todas las historias de amor, ponerle un final feliz. Tal vez con un poco más de arrojo al principio hubieras logrado el propósito. Entonces sería otro cuento jajajajajaja

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