CUENTOS DE TAGUARA
Ella
Ella daba muestras de estar pasando por un momento previo a lo que uno pudiera entender que es un proceso de erotización y eso me hacía sentir en la necesidad de cumplir con un compromiso para el que no estaba aún ganado. “Preludio de erotización”, un buen nombre para una obra musical de pequeño formato. Quizás un “Preludio y fuga…”, pensé con una cierta sonrisa burlona, porque en este caso, rompiendo el molde convencional de una estructura musical ya clásica y válida para todas las épocas, se trataba de mi propia fuga ante la misteriosa situación que se avecinaba. La verdad es que ésta se tornaba bastante comprometida para mí.
Al principio, cuando comencé a bajar la escalera, me tomó del brazo, como en un intento de detenerme. Ella estaba parada en el rellano, al pie de la escalera. Más bien, en la cabecera de la escalera, después del último escalón, en el quinto piso. Al bajar el primer escalón fue cuando me tomó del brazo. Sin embargo, no me detuve y continué bajando. Al llegar al último escalón, que en realidad era el primero de ese tramo, todavía me tenía cogido del brazo; pero al voltear, sacudiéndome un poco como para zafarme, me di cuenta que ella aún permanecía arriba de pie. Lo que hizo fue estirar el brazo a lo largo de todo el tramo y así fue como me mantuvo. Sentí un escalofrío y entonces, temeroso, me devolví hasta donde ella estaba. Sin atreverme a mirarla de frente, le dije, fingiendo tranquilidad:
-Por favor, suéltame. Tengo que
bajar a abrirle la puerta a mi hija. Es muy tarde y es peligroso que esté sola
allá afuera.
Me di vuelta y comencé de nuevo a
bajar. Pero ahora sí percibí desde el principio cómo el brazo se iba estirando
a medida que avanzaba en mi recorrido.
Llegué nuevamente al final del tramo y no pude continuar. ¿En qué iba a
parar esta situación? ¿Cuánto más estiraría ella el brazo y qué haría
finalmente? Me devolví una vez más y le llegué a su lado. Sin mirarla y con
mucha suavidad, pero dispuesto a aclarar la situación, le pregunté casi al
oído:
-Dime una cosa, ¿tú estás muerta?
Ella no respondió, sólo hizo un
ademán muy ligero que interpreté como una respuesta afirmativa; sin embargo me
persistió la duda. Me empujó un poco,
como en una invitación a bajar de nuevo. Comencé una vez más a bajar, pero
ahora con ella, de cuerpo entero, cogida de mi brazo. Así llegamos hasta el
final. Ya mi hija no estaba, seguramente la vecina de abajo le había abierto la
reja. Nosotros le habíamos pedido el favor de que si llegaba y nosotros nos
demorábamos, le abriera. Me extrañó que no la encontrara en la travesía de
bajada. Pudo haberse quedado un rato conversando con la vecina, pero ésa no era
ahora mi preocupación. Toda mi atención estaba concentrada en aquel ser que marchaba a mi lado sin soltarme
del brazo.
Era extraño que no lo sintiera como
un aprisionamiento, o un secuestro, sino más bien como la actitud de alguien
que siente la necesidad de apoyarse en otro. ¿Tendría acaso ella alguna
necesidad de mí? Le pregunté:
-Dime una cosa –recuerdo que comencé
de nuevo con la misma frase: “dime una
cosa”. No sabía cómo dirigírmele-, ¿qué quieres tú de mí? ¿Hay algo que yo
pueda hacer por ti?
-Sí- respondió.
-¿Qué?
-Quédate a mi lado.
Tratando de mantener la mayor
tranquilidad, y con un poco de humor forzado, le dije:
-Bueno, eso es lo que estoy
haciendo… No me queda más remedio…-luego en tono meditativo-. Si no me sueltas
del brazo…
No le vi el rostro, todavía no me
atrevía, pero no sé… De alguna manera se las arreglaba para que yo sintiera lo
que le interesaba. Por eso supe que se sonrió ante mi salida. A estas alturas
no es que hubiera tomado confianza, ni que fuera valiente… o cobarde, sino que
ante la inutilidad de cualquier intento de escape me vi invadido de cierta
resignación. “Que pase lo que pase”,
fue lo que internamente me dije.
Era extraño, porque lo que sentía a
mi lado era un ser normal, como de carne y hueso. Si no fuera por el
antecedente del brazo nada me hubiera hecho pensar que estaba compartiendo con
un ser sobrenatural. Ya que no puedo
escapar, vamos a sacarle partido a la situación –fue lo que entonces
pensé-. Hay muchas dudas que siempre me han asaltado y ésta podría ser la
ocasión para aclarar algunas. Como lo que hacíamos era recorrer calles, cruzar
plazas, caminar de un lado a otro sin ningún destino definido (a lo mejor ella
sí lo tenía), me decidí a entablar una conversación para disipar el tiempo (¿Es posible disipar el tiempo?).
-Vamos a hacer una cosa –le dije-,
ya sé que estás muerta. No sé de verdad qué quieres tú de mí ni en qué pueda yo
ayudarte. Pero estoy dispuesto a acompañarte si es que eso te hace bien para
algo. Ahora, quisiera saber algunas cosas. Yo te siento como si fueras real,
estoy sintiendo tu contacto, puedo palparte. ¿Sientes tú lo mismo de mí?
-Sí –fue la lacónica respuesta.
-¿Pero cómo puede ser?- Tú estás en
otra dimensión, no material. Debes estar enterrada en alguna parte –esto lo
dije con miedo-. ¿Cómo puedes sentirme?
-Te siento.
-¿Igual que como cuando estabas
viva?
-Sí.
No
entiendo nada, ¿entonces, cuál es la diferencia entre estar vivo y estar
muerto?
-¿Donde tú estás hay otros seres
como tú?
-Sí.
Definitivamente no era muy
explícita, aunque agradecí que me respondiera, aunque fuese en esa forma. Ante
esto, diseñé un conjunto de preguntas que pudieran responderse sólo con un “sí” o con un “no”.
-¿A ellos los sientes como me
sientes a mí?
No hubo respuesta. Esto no lo tenía
contemplado en mi diseño.
-¿Hay por allá algunos seres que
gobiernen,… que coordinen, que ordenen -no
puedo decir “la vida”-las relaciones entre ustedes?
No hubo respuesta. Quizás
estoy siendo un poco técnico, tengo que ser más directo.
-¿Hay un Dios allá?
¿Existe Dios?
Tampoco, pero su silencio lo sentí tenso.
Caminamos y nos adentramos en un
parque con muy poca iluminación. O ninguna iluminación. El miedo se me había
quitado, pero no la curiosidad y la preocupación. ¿Cómo acabaría resolviéndose
esta situación? ¿Cómo saldría yo de ella? Si es que salía. Todo estaba en sus
manos, por mi parte no podía hacer nada. Con aquella mano aferrada a mi brazo.
Podríamos pasar así toda la noche. Meditaba en todo esto cuando de pronto me
haló hacia un árbol donde se recostó y comenzó a abrazarme desesperadamente,
como si se tratara de algo vital. ¡Se
estaba erotizando! ¿Se erotizan los muertos? ¿Es esto lo que querías de mí? No supe cómo responder. Al principio
tímidamente me dejé, pero poco a poco se me fue despertando también el deseo.
Ahí sí tuve miedo, pero otro tipo de miedo. Me volvió a la mente la experiencia
del brazo estirado. ¿Qué me podría pasar si accedo al deseo? ¿Cómo sería la
experiencia de introducirme en un ser sobrenatural? ¿Sentiría yo lo mismo?
¿Cuáles serían las consecuencias?
-¿Tú quieres hacer esto?
-Sí.
-¿Y lo sientes igual que cuando
estabas viva?
-Sí.
-¿Allá lo hacen entre ustedes?
Silencio. Mientras tanto continuó con sus convulsiones eróticas. Finalmente la abracé y acerqué el rostro para besarla. Vi su rostro por primera vez. Era hermoso, pero un poco desdibujado por la oscuridad, o quién sabe por qué extraño efecto. La apreté fuertemente y ya no opuse más resistencia; decidí entregarme. El deseo es el peor enemigo de la prudencia. El deseo es el responsable de los cambios más profundos que ha experimentado la humanidad. Por el deseo se han unido imperios. Y también se han separado. Y se han creado. Y se han perdido. El deseo lo inventó la serpiente. Que pase lo que pase. Era la segunda vez que me abandonaba a la fatalidad. Le entrecrucé una pierna y empecé a frotarme contra su cuerpo por encima de la ropa, en un preludio de entrega final. En ese momento comenzó a disolverse entre mis brazos. ¿Es que sólo deseabas provocarme? ¿Es ésta tu realización?
-¡Espera! ¿Para dónde vas? ¡No te
vayas! –grité desesperado mientras ella lentamente desaparecía.
-¡Por qué ahora!
Imploración inútil. Allí quedé. Con
la frente contra el árbol, sumergido en la densidad del silencio, abrazando la
nada, horadando en la oquedad de la noche.
Ella ya no estaba.
¿Es que alguna vez estuvo?
Muy buen cuento, hermano. Como siempre bien hilado, narrado, descrito y dialogado (o casi más bien monologado). Mantiene a uno el lector a la expectativa de principio a fin. El fin, justamente es lo que uno quisiera modificar y como en todas las historias de amor, ponerle un final feliz. Tal vez con un poco más de arrojo al principio hubieras logrado el propósito. Entonces sería otro cuento jajajajajaja
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